Yuyanapap: Memoria fotográfica

Exposición Yuyanapaq

Yuyanapap: Memoria fotográfica

Gracias al apoyo de la PUCP, Yuyanapaq, la muestra fotográfica de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, estuvo abierta al público 20 meses. A finales de marzo, después de haber recibido más de 200 mil visitantes, la casa Riva Agüero cierra sus puertas pero nos deja en la memoria imágenes de nuestra historia que no debemos olvidar.

Texto: Joana Cervilla
14.03.2005

Yuyanapaq es una experiencia única para quienes la hemos visitado. Lleva el nombre de una palabra quechua que significa “Para recordar”, frase que busca sacudir a una sociedad que tiende a repetir los errores del pasado. El recorrido por la casa Riva Agüero, antigua casona ubicada en el malecón de Chorrillos, nos introduce a una suerte de túnel del tiempo. Una gigantesca foto de los estragos de una bomba y un campesino recogiendo un retrato de Belaúnde nos recibe. Éste es sólo el inicio y vis-lumbramos lo que vendrá después: un resumen en imágenes de las dos décadas más violentas de la historia reciente del Perú.

La vieja casona que alberga la muestra es una suerte de metáfora de la realidad peruana: paredes frías, pisos cuarteados y terrosos, adobe combinado con muros de cemento. Una estructura que en algunos tramos se presenta sólida y en otros pareciera un puñado de ruinas que se van a caer a pedazos. Como señala el doctor Salomón Lerner, ex rector de la PUCP que presidiera la Comisión de la Verdad: “El país es la casa misma, es esa casa medio derruida. Ese es el valor de la muestra”.

Por casi veinte meses, sus pasadizos han sido una pasarela del horror pero también de esperanzadoras imágenes de solidaridad y sacrificio, de valor y coraje. De las paredes no cuelgan retratos de superhéroes, sólo de madres luchadoras que buscan a su hijo desaparecido, de periodistas acribillados por tratar de encontrar la verdad, de sacerdotes comprometidos, y de viudas y huérfanos de valerosos soldados. “La CVR ha querido entregar también un informe que permita que aquellos que no puedan o no quieran leer cientos de páginas, en dos horas y media de visita se den una idea de la ferocidad de la violencia en nuestros tiempos, de los héroes, de las víctimas que sufrieron y de cuánto padeció el país”, explica Lerner.

Reconstruyendo la memoria

La reconstrucción de esta memoria gráfica se despliega a lo largo 27 salas. Es impresionante ver ampliadas y expuestas en este contexto las fotos del periodista Willy Retto,que dejó registrados en su cámara los últimos minutos de su vida antes de ser asesinado con sus compañeros en Uchuraccay. También está la sala de los huérfanos, donde hasta el más fuerte se quiebra con las imágenes de la fotógrafa Cecilia Larrabure, que muestran la silenciosa labor de los sacerdotes que se hicieron cargo de cientos de niños sin padres. Vera Lentz, con su especial sensibilidad para graficar el horror, nos deja la ya emblemática imagen de las manos endurecidas de una campesina que sostiene la foto de su marido desaparecido. Al final de la instalación, está una de las salas más impactantes: ampliaciones de fotos carné de víctimas de la violencia acompañadas de los desgarradores testimonios de sus parientes.

El recorrido es una cachetada a la indolencia, y representa para muchos el resultado más eficaz del trabajo de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación. Según Mayu Mohana, curadora de la muestra, “la CVR logró consenso a través de Yuyanapaq”. Tal vez porque las fotos apelan a nuestros sentidos, o porque las nuevas generaciones son más proclives al lenguaje visual o porque la contundencia de una fotografía que muestra una pila de cadáveres al lado de un río es difícil de ignorar.

Para Salomón Lerner, se trató de otra manera a través de la cual entregar el informe. “Hay gente que no ha leído el Informe, pero sabe de su contenido a través de la muestra, en lo que exhiben esas fotos, en el modo en que han sido ordenadas para enseñar lo que ocurrió en estos veinte años”.

Lo cierto es que Yuyanapaq provocó en sus visitantes respuestas casi viscerales de reflexión y autoreproche, de cuestionamiento por la indiferencia con que muchos enfrentamos el tema durante los años de terror o por el desconocimiento de la realidad en que nos escudamos. Así lo demuestran las innumerables citas que quedaron en los cuadernos de visita: “¿Dónde estaba yo cuándo ocurrió esto?”, se repite incesantemente.

Un hermano colombiano, no ajeno a la barbarie de la violencia escribió: “Nosotros, los colombianos, tenemos mucho que aprender de esta lección edificada en esta casa. Cada muerto más es una razón para decir que la guerra nos perjudica a todos y que al final no habrá ningún ganador, sino, perdedores”. O notas de agradecimiento por exponer al público esta terrible realidad: “Quizás nunca hubiésemos conocido si no se hubiese formado esta comisión. Esperamos que las investigaciones continúen y que nada quede en silencio, que caigan quienes son culpables y cambiemos por el bien de una nación que luchó y venció al terror”. Yuyanapaq y las Audiencias públicas funcionaron como una terapia de choque, como un recordatorio de que el Perú no es Lima, y de que en una sociedad que pretende seguir adelante no se puede enterrar a los muertos en la fosa común del olvido.

Historia de una muestra

Desde su inauguración en el 2003, la buena acogida se hizo sentir: los críticos culturales declararon a Yuyanapaq la mejor exposición del año y la casa Riva Agüero se llenó devisitas constantes. Debido a su éxito, la muestra, que originalmente estaba pensada para durar cinco meses, se fue quedando y finalmente permaneció abierta 20 meses.

Según la curadora Nancy Chappell, este fenómeno se dio “gracias al apoyo de los estudiantes, de medios de comunicación que decían esta casa vale la pena…”. A la iniciativa se sumó la Pontificia Universidad Católica, propietaria de la casona, que extendió la permanencia de la exhibición hasta marzo de 2005.

Para las curadoras Nancy Chapell y Mayu Mohanna, ése es tal vez el mejor reconocimiento al trabajo de búsqueda y selección que significó el montaje de Yuya napaq. Las fotógrafas iniciaron su investigación basándose en una larga y dolorosa lista de hechos. Una vez identificados los episodios más sangrientos y tristes de nuestra historia reciente se lanzaron a la búsqueda de imágenes en más de 90 archivos oficiales, militares, particulares y periodísticos a lo largo de todo el Perú. Se prestó especial énfasis a aquellas imágenes que fueran más allá de los acontecimientos, que pusieran mayor atención a los sentimientos de las víctimas.

El trabajo de selección demoró un año y como resultado se reunió un banco de más de 1700 fotografías. Esas imágenes, que en su momento se volvieron el pan de cada día de los reporteros gráficos que cubrían escenas violentas, habían quedado refundidas en los archivos de diarios, revistas y agencias. Algunas retrataban atentados, otras la muerte de algún civil producto de un coche bomba y estaban también las que contaban la historia de largas horas de vigilia de quienes hacían cola en algún cuartel ayacuchano pidiendo información sobre sus parientes desaparecidos. “Trabajar con imágenes es más difícil que con textos, te impacta más a futuro porque revives el drama de las víctimas. Además nos hemos topado con imágenes que nunca vamos a publicar porque son demasiado fuertes y terribles”, explicó Chappell.

Las fotos iban apareciendo en distintos archivos y co lecciones como fiel reflejo del fragmentado conocimiento que tuvimos los peruanos de los terribles hechos que ocurrían a pocos kilómetros de nuestras casas. Gracias a la iniciativa de la Comisión de la Verdad y Reconciliación de montar Yuyanapaq, conseguimos enfrentamos, en fríos pasadizos y derruidas salas, a un completo panorama del horror al que por años fuimos indiferentes. El objetivo, obviamente, no era desatar una ola de culpa o depresión, sino construir una memoria compartida de la experiencia vivida en los veinte años del conflicto armado interno que nos permitiera conocer, reflexionar, entender, perdonarnos y mirar el futuro con esperanza.

Un museo permanente

El carácter evocador y reflexivo de la muestra dio resultado, y hasta el día de hoy sorprende los escasos detractores que tuvo. Por ello resulta urgente que el Estado asuma la responsabilidad de volverla una exposición permanente: “Nos preocupa qué va a pasar si el Estado no monta un museo permanente. Qué va a ocurrir de acá 20 años. Este es un país en donde la violencia puede ser la respuesta a tanta carencia”.

Para aquellos que aún no han visitado la muestra, Yuyanapaq todavía pueden hacerlo pues estará abierta hasta fines de marzo. El lugar: Casa Riva Agüero (Malecón Grau 477, ingreso por calle Santa Teresa 354). Horario: de martes a domingo de 10 a.m. a 9 p.m.

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Salomón Lerner Febres

Salomón Lerner Febres

Rector emérito de la PUCP, presidente de IDEHPUCP y expresidente de la Comisión de la Verdad y Reconciliación

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