Aprópiate del cover
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José Ignacio López
Docente del Departamento de Comunicaciones
Había una vez en el tiempo, mucho antes de que Forest Gump le enseñara a bailar a Elvis y de que tuviéramos que escondernos del acecho de Apdayc, un mundo lleno de covers. El mundo ‘antiguo’ estaba, es más, plagado de ‘versiones’ y el concepto de un autor original era, muchas veces, secundario.
Cuando Chuck Berry en 1955 saca Maybellene, uno de los grandes éxitos iniciales del rock and roll, ni él ni los Chess Brothers estaban tan preocupados por haberse apropiado de la melodía de la canción tradicional de Country Ida Red, como de que la compañía de cosméticos Maybelline los fuera a demandar. Escuchar una canción de blues o rock americano durante la primera parte del siglo XX era escuchar el resultado de una larga serie de copias y adaptaciones musicales. Una canción te llevaba a otra y luego a otra hasta perderse el origen en un tiempo lejano. La música popular, haciendo honor a su nombre: no le pertenecía a nadie.
Hoy, la tortilla ha dado una doble vuelta, la industria musical gobierna, y el tiempo convierte los covers de los éxitos pasados en nuevas sorpresas.
Algunas veces con intenciones mercantilistas y otras tantas por verdadero amor al original, muchos músicos que ya han logrado la fama han generado tributos voluntarios a la capacidad artística ajena y, muchas veces, olvidada. Nadie recordó, por ejemplo, a The Supremes y la voz de Diana Ross, mientras Phil Collins les cantaba “You Can’t Hurry Love” en 1982. My Sweet Lord de George Harrison no nos remonta a The Chiffons (aunque no sea propiamente un cover), ni The Man Who Sold the World ‘de’ Nirvana a David Bowie. Pregúntenle a David Bowie como se siente cada vez que alguien lo felicita por cantar el éxito de Nirvana. Tampoco es necesario irnos tan lejos, lo mismo sucede en el Perú. ¿De quién será Cariñito? ¿Bareto? ¿La Sarita? Ya, bueno ¿Los Destellos? Ninguna de las anteriores. Haga usted su research.
Shakira también nos puede ayudar mucho a entender la cultura de la apropiación musical y la creación de nuevas identidades y significados para viejas canciones. En el 2010 lanza el éxito Waka Waka (This Time for Africa) para el mundial de fútbol de la FIFA en Sudáfrica. Es probable que Shakira lograra ‘sintonizarse’ con Africa a través de esta canción gracias al cover anterior realizado en 1988 por Las Chicas del Can bajo el nombre de El negro no puede. Lo menos probable, es que supiera algo de la intención militar de la canción original (Zamina mina), o de su uso durante la guerra civil en Nigeria, o por los soldados en Camerún.
El otro lado de la moneda lo representan rendiciones fabulosas como el “Personal Jesus” ‘de’ Jhonny Cash, grabada un año antes de su muerte, y de una potencia emocional difícilmente imitable. La capacidad interpretativa de Cash llevó a muchos a instantáneamente preguntarse si él era el autor original. Si Martin Gore se había inspirado en Elvis para la versión original de Depeche Mode, quien mejor que otro ‘Jesus’ de la historia americana para apropiársela.
(I Can’t Get No) Satisfaction por Devo, Ceremony por Radiohead, Persiana Americana por dIAZEPUNK, Quiero ser tu perro de Narcosis, Piel canela por Natalia y La Forquetina, Somewhere over the Rainbow por Israel Kamakawiwoʻole, Demolición por Wau y Los Arrrghs, Smooth Criminal por Alien Ant Farm, y otros tantos que han pasado por debajo de [tus/mis/los] radares sociales. La lista es interminable e imposible, y no tenemos parámetros para determinar la valía de una canción propia, apropiada, copiada, reimaginada. deconstruida. Difícil decirlo en el siglo de los derechos privados y la individualidad, pero parece ser que las canciones han perdido a su dueño.
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