Cada 31 de octubre y 1 de noviembre, en las culturas occidentales se celebran dos festividades de gran impacto social y religioso: Halloween y el Día de Todos los Santos. Aunque comparten una raíz histórica común, las expresiones actuales revelan tensiones entre la secularización y la fe cristiana en la “comunión de los santos”. No obstante, desde una visión teológica, estas fiestas invitan a reflexionar sobre el sentido de la muerte y la santidad desde la esperanza, en un mundo donde el consumo y el miedo parecen reemplazar a lo trascendente.
Halloween tiene su origen en la antigua festividad celta del Samhain, que marcaba el final de la cosecha y el inicio del invierno. Según la tradición, esa noche los espíritus de los muertos regresan al mundo de los vivos. Con la expansión del cristianismo en Europa, y el proceso de reemplazo de las fiestas paganas por cristianas, esta festividad es opacada por la Solemnidad de Todos los Santos del 1 de noviembre, durante el pontificado de Gregorio III, en el siglo VIII. Y la víspera se transformará en Halloween (All Hallows’ Eve: noche de los Santos), para contrarrestar el temor a los muertos.
Desde una visión teológica, estas fiestas invitan a reflexionar sobre el sentido de la muerte y la santidad desde la esperanza, en un mundo donde el consumo y el miedo parecen reemplazar a lo trascendente».
Sin embargo, con el paso del tiempo, y especialmente en el contexto norteamericano del siglo XX, Halloween perdió su referencia religiosa para convertirse en una fiesta comercial, donde predominan los disfraces, los dulces y los elementos de terror. Este proceso, como bien expresa Mircea Eliade, evidencia una “desacralización del tiempo”, donde las fiestas pierden su conexión con lo sagrado y se integran al calendario del consumo; o como bien observa José María Mardones, muestra cómo la sociedad posmoderna experimenta una “fragmentación del sentido religioso”, que trivializa los símbolos sagrados.
Por su parte, el Día de Todos los Santos mantiene una profunda significación teológica: celebra la comunión de todos aquellos que han respondido al llamado de Dios en la historia. Aquellos que, según el Catecismo de la Iglesia Católica, hoy “interceden por nosotros ante Dios y nos dan ejemplo de vida”. En este sentido, como dice Karl Rahner, la santidad no es privilegio de unos pocos, sino “la forma concreta que asume la existencia cristiana en la historia”. Se trata, en otras palabras, de la vocación universal a la santidad.
Más que negar la dimensión celebrativa y secular de la cultura, es necesario reimaginarla para que reafirme la vida, la comunión y el amor».
Frente a esta ruptura, se hace necesario resignificar la fiesta de Halloween para reconectarla con el Día de Todos los Santos. Sobre todo, allí donde se banaliza el mal, donde todo queda reducido a lo macabro, lo demoniaco y lo fantasmal. Allí donde se pierde la referencia a lo espiritual y su conexión con la vida, con lo trascendente. Así, en lugar de condenar Halloween y fomentar una lucha duélica entre ambas fiestas, hay que crear espacios para reforzar el sentido cristiano de la muerte y la esperanza en la resurrección. La teología puede ayudar en esta labor. Como dice Leonardo Boff, ella está llamada a “discernir los signos de los tiempos”, no para rechazar la cultura, sino para iluminarla. La teología puede reconocer que las expresiones culturales, incluso las secularizadas, contienen huellas del deseo de trascendencia. La fe cristiana, como afirmaba Gustavo Gutiérrez, no se reduce a la vida después de la muerte, sino que “tiene consecuencias históricas: la comunión con los santos se construye también en la justicia y la solidaridad”. Y como también decía Dorothee Sölle, “la santidad no es separación del mundo, sino compromiso con su transformación”.
En conclusión, la tensión entre Halloween y el Día de Todos los Santos revela dos modos de enfrentar el misterio de la muerte y del más allá: por un lado, desde la trivialización y el miedo; por otro, desde la vida, la comunión y la esperanza. La teología, como reflexión sobre la fe encarnada en la cultura, está llamada a discernir estas celebraciones desde el Espíritu de Vida, en un ir y venir entre la propia historia y lo trascendente. Más que negar la dimensión celebrativa y secular de la cultura, es necesario reimaginarla para que reafirme la vida, la comunión y el amor. De esta manera, ambas fechas, más que crear nostalgia del pasado, pueden encaminarnos hacia un sentido más pleno de la vida.



Deja un comentario