Luis Jaime Cisneros: las humanidades y el porvenir
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Carlos Garatea Grau
Jefe del Departamento de Humanidades
Esa fue la norma de sus clases. Preguntar y dialogar, pensar y opinar con libertad, aceptar y dudar, y volver a empezar una y otra vez.
De Luis Jaime podemos evocar su magisterio, su cultura, su inquebrantable vocación universitaria, su sentido del humor, sus investigaciones, sus artículos periodísticos, y su excepcional capacidad para acercarse a los jóvenes y ayudarlos a descubrir vocaciones.
Las quinientas palabras que tiene esta columna son pocas e incapaces de expresar el recuerdo y las enseñanzas que Luis Jaime Cisneros dejó a sus amigos y discípulos en la memoria y en el corazón. Quienes tuvimos la suerte y el privilegio de conocerlo sabemos bien que no hay exageración en ello. De Luis Jaime podemos evocar su magisterio, su cultura, su inquebrantable vocación universitaria, su sentido del humor, sus investigaciones, sus artículos periodísticos, y su excepcional capacidad para acercarse a los jóvenes y ayudarlos a descubrir vocaciones, y ese mundo interior que interpela ácidamente mientras se avanza en la vida y se descubren los sentimientos. Nada de ello cabe en una palabra pero creo que sí encuentra cómodo espacio en su nombre.
Luis Jaime prefería presentarse como filólogo y profesor. Dos profesiones que anidaron, a lo largo de muchos años de trabajo y de vida universitaria, su firme y decidido compromiso con las humanidades. Su compromiso no se limitó al plano declarativo, donde siempre es posible invocarlas, sino que lo puso en práctica en sus clases, en sus textos, en el diálogo del pasillo o de su oficina, en el comentario de un libro o de una película, o en la reflexión sobre algún hecho de actualidad; incluso, porque la vida es así, las evocaba mientras compartía un café o una cerveza con un amigo. Luis Jaime mostró así cuán importantes son las humanidades en la formación universitaria y cuán esenciales son para alcanzar una especialización provechosa al servicio del Perú. No es, pues, simple prurito retórico ni se trata de un adorno prescindible insistir en estas dimensiones del quehacer pedagógico cuando pensamos en la universidad y en el país que queremos construir. Las humanidades son esenciales en ese empeño que nos compromete a todos quienes trabajamos por una universidad siempre mejor.
Como profesor, Cisneros apostó por despertar en sus alumnos el interés por el conocimiento, un interés que se expresó en una actitud de permanente interrogación y de tolerancia. Esa fue la norma de sus clases. Preguntar y dialogar, pensar y opinar con libertad, aceptar y dudar, y volver a empezar una y otra vez. En esto se apoyó Cisneros durante los cursos que impartió en Estudios Generales y en la Facultad de Letras. Tuvo resistencias, por cierto. No es sencillo encontrarse con un profesor así cuando uno trae una experiencia escolar cargada de instrucciones y desamparada de reflexión. La memoria y el paporreteo no sirven. Cisneros rompía la inercia y los alumnos descubrían el beneficio de pensar con libertad y por cuenta propia. Las instrucciones y las recetas eran reemplazadas por la enseñanza y el aprendizaje. Quienes dieron ese paso le agradecen hasta hoy su magisterio, y lo recuerdan con cariño y admiración. No hay mejor regalo para un profesor.
Ahora, cuando la PUCP empieza el año de su centenario, el nombre de Luis Jaime Cisneros merece algo más que un recuerdo en el día de su muerte. Merece que traigamos al presente su vida para pensar en el futuro. Con otros ilustres profesores, Luis Jaime hizo de la PUCP una universidad peruana. A quienes llegamos después nos toca continuar, mantener la fe y la esperanza, y no claudicar.
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