"Se mira a Borges para huir de él"
Las faltas de ortografía, un español pobre o figuras gramaticales incorrectas pueden escandalizar a cualquier lector que busca, en un libro, una obra maestra. Sin embargo, estos son recursos que se usan en la «mala» escritura como una propuesta creativa que busca romper con los discursos establecidos para, fuera de ellos, encontrar nuevos medios expresivos y crear. Este concepto es estudiado por Julio Prieto, profesor del Departamento de Español y Portugués de Northwestern University, en Chicago.
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Julio Prieto
Río de la Plata puede considerarse como la cuna de la literatura fantástica en Latinoamérica. ¿Cómo abordó este género durante su curso?
En la literatura fantástica de las últimas dos décadas se cruzan dos tradiciones: la clásica –la de Borges, Bioy Casares y Cortázar–, y una tradición que estoy estudiando de «malas» escrituras, que viene de las vanguardias. En esta se dan algunos modelos de literatura fantástica que son paralelos a la de Borges, pero son textos muy distintos, que tienen discursos o estéticas de «mala» escritura. Ese es el tema del curso. Digamos que Río de la Plata no sólo es el centro de la literatura fantástica, sino también del discurso de la «mala» escritura.
El concepto de la «mala» escritura no se refiere precisamente a una mala literatura, sino a salir intencionalmente de discursos que funcionan y donde se propone lo malo como fecundo.
En principio la idea surge de las vanguardias. Se trata de sacar la literatura de sus marcos de lectura y mezclarla con discursos políticos, filosóficos o sociológicos. La idea de la «mala» escritura recorre todo el siglo XX, aunque con algunos momentos álgidos: las vanguardias y los años 60 ó 70, momentos de discursos revolucionarios en el siglo XX. Este es un concepto irónico, pues se trata de hacer buena literatura a partir de hacerlo mal y en algunos casos literalmente mal: con faltas de ortografía, anacolutos, con recursos agramaticales. Es como Picasso: él es un buen pintor, pero pinta mal.
¿Con esto se consigue una literatura más vinculada al aspecto social y político?
En algunos casos sí, sobre todo en los años 60, luego de la revolución cubana, cuando hay un auge de los discursos revolucionarios en general. Ahí hay una inscripción política en los textos literarios que desestabilizan el plano del disfrute estético. En Latinoamérica, además, tiene que ver con la tradición modernista, de donde salen las vanguardias. El discurso modernista es altamente estetizado y codificado. Las vanguardias son un momento de salida de lo estético con inscripciones políticas, filosóficas y sociológicas. La «mala» escritura surge de interferencias con estos planos, con inquietudes que se salen de lo meramente estético.
Esto también implica una reivindicación de lo anteriormente marginado. ¿Es una revalorización del lado menos canónico de la literatura?
Sí, pues son autores que se salen de lo hegemónico. Estos sobre todo en la época de las vanguardias, porque ya en la etapa contemporánea hay autores que tienen mucho éxito. Pero hay una relación entre marginalidad, excentricidad y «mala» escritura. Estos textos inscriben un quiebre y mezclan lo fantástico con otras cosas. De lo que se trata es de un agotamiento de lo fantástico y de sus derivas.
Las nuevas generaciones de autores argentinos de literatura fantástica, ¿miran aún como modelo a Borges?
Se mira a Borges para huir de él, pues es una presencia muy agobiante para un escritor argentino. Lo que existe es mucha parodia de él, pero productiva. Se le utiliza para huir de su sombra y, en ese sentido, el concepto de «mala» escritura es fundamental: propone formas de seguir haciendo literatura fuera de su sombra. Sucede que después de Borges no se puede avanzar mucho más por la línea de escribir bien y hacer buena literatura fantástica utilizando la poética de escribir bien, porque él es insuperable y lo bueno inhibe mucho.
En su curso abordó la obra de César Vallejo como ejemplo de «mala» escritura e ilegibilidad.
Vallejo entra en el momento vanguardista de las malas escrituras; es uno de los primeros escritores latinoamericanos en proponer una práctica de escritura a partir de la carencia, sobre todo a partir de Trilce, donde hay una productividad de lo imperfecto, de la falta, de lo manqueante. Vallejo me parece una figura fundamental, uno de los fundadores de discursos de «mala» escritura en Latinoamérica, junto con Macedonio Fernández. Estos son textos que proponen un contacto con lo que está fuera del texto, proponen una exterioridad.
Se ha dicho que Roberto Arlt, representante de esta corriente, es el primer autor moderno de la República argentina.
Definitivamente. Borges y Bioy Casares son escritores decimonónicos, pero Arlt es el primer autor moderno, porque es el primer escritor donde está la carga de ilegibilidad de la sociedad moderna, de la ciudad moderna, de la inmigración, que es muy fuerte en Argentina. Él escribe en un español pobre y defectuoso, es hijo de inmigrantes que no tiene un control del español como lengua materna. No tiene tampoco una educación formal. Su manera de entrar a la literatura es desde su experiencia de la ciudad, que es una experiencia de carencia.
¿Es más representativo de la sociedad argentina?
Es complicado ver en qué consiste un argentino actual. No es más representativo en términos sociológicos, sino en cómo se vive la modernidad en un sitio como Argentina.
Entrevista: Rosario Yori/Foto: Giovanna Fernández
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