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Libertad (sobre ruedas) contra el virus

  • Ramiro Escobar
    Periodista y docente del Departamento de Comunicaciones

No hay forma, en esos tiempos pandémicos, de no sentir la presión del confinamiento (o ahora el semiconfinamiento), de la excesiva vida digital, de la soledad e incluso del dolor. No estamos en ‘tiempos normales’, si es que se podía llamar ‘normalidad’ al mundo desbocado que teníamos. Pero en medio de ese sismo cultural y personal quizás ruede de manera discreta una esperanza.

La bicicleta, ese vehículo antes bastante ninguneado –sobre todo en las grandes aglomeraciones urbanas–, ha emergido como una posibilidad que sobrevive a la angustia y que ofrece soluciones. La propia Organización Mundial de la Salud (OMS) recomendó su uso ya en mayo pasado, porque “proporciona distancia física mientras ayuda a tener una actividad física diaria”.

La bicicleta, ese vehículo antes bastante ninguneado –sobre todo en las grandes aglomeraciones urbanas–, ha emergido como una posibilidad que sobrevive a la angustia y que ofrece soluciones».

Ahora que estamos en el marco del Día Mundial sin Auto (22 de septiembre), tal vez podemos pedalear hacia atrás y reconocer el enorme valor que ha adquirido en estos meses la modesta bici, heredera de la ‘máquina andante’ inventada en 1817 por el barón alemán Karl Freiherr von Drais. Sin duda, ha ganado posiciones y valoración, mucho antes de lo previsto.

Durante años, en el Perú y en varios países, movilizarse en bicicleta era cosa de ciudadanos dedicados a oficios considerados menores (cartero, serenazgo o trabajador de empresa de delivery), cuando no de personas excéntricas. Los que la usábamos para ir al trabajo, a entrevistar a alguien o a dar clases solíamos caer en esta última categoría.

La pandemia ha convertido a la bicicleta en una alternativa real para evitar los contagios en buses, comprar y salir sin mucho riesgo».

Recuerdo haber ido en bicicleta, hace algunos años, a una reunión sobre cambio climático en una conocida institución y simplemente no me querían dejar entrar. Tuve que hacer coordinaciones “de alto nivel” para que fuera posible meterla al estacionamiento de autos. Hoy, gracias al pernicioso virus SARS-CoV2, el que produce la COVID-19, eso va quedando en el pasado. Ominoso o gracioso, como se quiera. Porque es sorprendente que la exigencia de ciclovías, de mayor respeto al ciclista, de facilidades para comprar más bicicletas se haya acelerado a la velocidad de un tren rápido. La pandemia ha convertido a la bicicleta en una alternativa real para evitar los contagios en buses, comprar y salir sin mucho riesgo.

Quizás pronto lleguemos a una era en la que los ‘días con menos autos’ sean lo habitual para beneficio de nosotros, de las ciudades y del ecosistema planetario. Ese sí sería un efecto deseado de la tan pregonada ‘nueva normalidad'».

Las ventajas ciclísticas ya se conocían -¡se clamaban!- pero ahora un virus las ha puesto más en evidencia. Y es más: usar la bicicleta tiene la ventaja adicional de mantenerte en forma, de evitar que te vuelvas más adiposo en el encierro, de alejarte del virus del consumo. Proporciona una libertad saludable, respirable. Y también mantiene saludable a la ciudad y al clima global.

¿Cuánto tiempo durará este tiempo feliz de las bicicletas? Esperemos que largamente. Una circunstancia inesperada nos ha puesto frente a las severas limitaciones de la vida motorizada, a veces tan asfixiante. El Día sin Auto existe desde el año 1994, por iniciativa del activista Eric Britton. Quizás pronto lleguemos a una era en la que los «días con menos autos» sean lo habitual para beneficio de nosotros, de las ciudades y del ecosistema planetario. Ese sí sería un efecto deseado de la tan pregonada “nueva normalidad”.

Foto: Jimena Rodríguez Romani

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