"La PUCP puede contribuir a diseñar el proyecto nacional que todos los peruanos anhelamos"
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Mons. Carlos Castillo Mattasoglio
Arzobispo de Lima
*Discurso en la ceremonia de apertura del año académico 2022, realizada el 24 de marzo de este año.
En primer lugar quiero agradecer la invitación a esta celebración e inauguración del año académico en el centésimo quinto aniversario de la fundación de nuestra querida Pontificia Universidad Católica del Perú. Permítanme no solo felicitar a toda la comunidad universitaria sino también valorar en pocas palabras lo que significa el camino recorrido y la misión decisiva de la PUCP en el Perú y en la Iglesia de hoy.
El largo camino recorrido ya sitúa a la PUCP no solo entre las más sólidas instituciones del Perú, sino entre las que, recogiendo un legado riquísimo, puede contribuir a diseñar el proyecto nacional unitario que todos los peruanos anhelamos, justamente por el sentido que tiene de ser una universidad católica.
No me toca hacer una larga historia, cuyo estudio debe retomarse, pero si me toca sugerir algunas pistas para que avancemos juntos hacia una reflexión honda sobre el sentido de nuestra misión en estos 105 años.
Considerando la evolución del contexto histórico, la Católica desde su nacimiento se inserta en el corazón de momentos históricos decisivos para la humanidad. Nace en medio de la Primera Guerra Mundial, denominada por el papa Benedicto XV como “el suicidio de la Europa civilizada”. En 1917, no solo ocurre la Revolución Rusa de Octubre, tipo de revolución tan temida desde la encíclica Rerum Novarum a fines del siglo anterior, sino que es también el año en que se promulga el Código de Derecho Canónico por el papa Benedicto XV, un poco después de fundada la Universidad Católica.
(La PUCP) introdujo en nuestra historia cultural peruana una presencia explícita e institucional de la dimensión cristiana en diálogo con las inquietudes modernas de la filosofía, la ciencia y los desafíos del siglo XX".
Esto es importante porque Benedicto XV había relanzado el sentido y proyecto misionero de la Iglesia y la participación amplia del laicado, en medio de una actitud pacifista antibélica que criticaba los excesos de todos los sistemas e ideologías de su tiempo, el nacionalismo, el racismo, el materialismo y cierto socialismo.
De modo que nuestros fundadores, acompañados por el padre Jorge Dintilhac, hicieron eco de la búsqueda de participación activa de los laicos que fue protegida por el mismo papa. Fue él quien amplió el sentido de la Acción Católica, protegiéndola contra las persecuciones dictatoriales y promoviendo el diálogo y la cultura desde las bases de la sociedad.
Por ello, nuestra fundación no fue “eclesiástica”, sino “eclesial”, es decir, ejerciendo la laicidad cristiana. Esa es la razón por la que el decreto de fundación proviene del Ministerio de Instrucción Pública, que reconoció a la primera universidad privada del Perú.
Desde entonces se introdujo en nuestra historia cultural peruana una presencia explícita e institucional de la dimensión cristiana en diálogo con las inquietudes modernas de la filosofía, la ciencia y los desafíos del siglo XX. No porque esa presencia no estuviera dada en siglos anteriores en la misión, por ejemplo, de la Universidad Nacional Mayor San Marcos – que empezó católica-, sino porque con la secularización ocurrida con la independencia en 1861 ya no se contaba con el explícita presencia de una universidad que alojara y dialogara con las ciencias y la filosofía, reduciéndose lo católico solo a una facultad de teología, como la tenemos hoy. En 1876, la secularización de San Marcos fue total, siguiendo la misma suerte las demás universidades de provincias.
La PUCP se abrió a nuestra diversidad cultural, a la emergencia de los sectores marginados, y sus deseos de justicia y reconocimiento, captando la importancia decisiva del servicio al país".
El criterio de restablecer un ámbito creyente, que acoge el desarrollo del estudio y la reflexión de las diversas dimensiones de la vida humana, se ha ido consolidando, por parte de la PUCP, como un modo de comprender el cristianismo como no ajeno a la experiencia humana sino como interno a ella en lo más profundo de la humanidad, aunque distinguible.
En especial, al entrar en diálogo con nuestra sociedad, la PUCP se abrió a nuestra diversidad cultural, al drama de la herencia colonial marcada por el hiato entre el Perú formal y Perú real, a la emergencia de los sectores marginados y sus deseos de justicia y reconocimiento, captando la importancia decisiva del servicio al país, como ya lo hacía San Marcos, pero aportando su vocación proveniente de un catolicismo renovado que fue gestándose desde el Concilio Vaticano II, y la conferencias episcopales latinoamericanas que cubrieron la fe de los cristianos, en especial universitarios, durante toda la segunda parte del siglo XX. Este tiempo tuvo plena compañía de P. Felipe Mac Gregor y otros laicos preclaros que todos conocemos, algunos de los cuales están aquí presentes.
Así, ya en la segunda mitad del siglo XX, la PUCP fue haciendo su aporte propio a la realización de la promesa peruana, valorando la búsqueda ciudadana y popular de un estado de derecho, ampliando y consolidando la democracia, buscando superar la oscura historia del caudillismos y partidismo sectarios, ausentes de la búsqueda del bien común. Además fue desarrollando investigación de alto nivel científico y tecnológico en las distintas ramas del saber, en las ciencias exactas, sociales y humanas, en las letras, el arte y la teología, y aportó una visión integral que la propia fe propicia mediante el sentido crítico, procurando también una reforma de los estudios humanizadora y creyente de reflexión.
Esta integralidad hizo posible una comunidad que se ponía a la altura de estos desafíos, es decir, de la injusta pobreza, de la exigencia del desarrollo humano integral y ecológico, del enraizamiento en la nueva realidad moderna del Perú. La unidad entre el espíritu de geometría y el espíritu de fineza, en el decir de Blas Pascal, fue siendo cada vez más realizable.
Llegados al Perú del siglo XXI, ahora estamos marcados por una pandemia amenazadora, una guerra que amenaza hacerse mundial, además de la crisis de todos los sistemas de organización social y económica. A nivel nacional tenemos nuestro bicentenario de la Independencia, en el que los viejos problemas resurgen y los caudillismos ciegos vuelven defendiendo intereses de parte y, ciegos, confunden sus intereses con el bien común. Esto asistido por la corrupción y que empieza un proceso corrosivo de toda institución.
La PUCP fue haciendo su aporte propio a la realización de la promesa peruana, valorando la búsqueda ciudadana y popular de un estado de derecho, ampliando y consolidando la democracia".
Y en medio de esta compleja y dramática situación, la misión que tenemos como institución de inspiración cristiana y católica es la de seguir aportando a nuestro país lacerado y corroído. Lo tenemos que hacer con una renovación aún más honda que inspire la unidad de los peruanos y el fortalecimiento del Estado mediante la anchura de la democracia participativa y no solo representativa, tal como querían nuestros tribunos de las primeras constituciones, en especial mi antecesor en el Arzobispado de Lima, Francisco Javier de Luna Pizarro.
Termino llamando a todos a asumir el desafío de una profundización de nuestra misión evangelizadora, en consonancia con la reforma profunda de la Iglesia que se ha emprendido desde el Vaticano II y retomada lucidamente por el papa Francisco, como la hicieron en su tiempo nuestros fundadores.
Propongo que entronquemos históricamente su iniciativa con aquella generación de cristianos, sacerdotes y laicos, que desde la Independencia percibieron la tragedia de la división polar y sentaron las bases del bien común para realizar la promesa peruana. Esta está hoy ampliamente expuesta en la doctrina social de la Iglesia y exigida en lo más hondo de la amplia mayoría de los sectores populares de nuestra sociedad. La intuición de estos sectores nos llama a volver a ellos, reconociendo, como nos recordaba el papa Francisco, la sabiduría de sus relatos y solidarizándonos con el dolor de su sufrimiento. Nuestra fe en Jesús muerto y resucitado será el fundamento interesante para encontrarnos con todos aquellos que buscan dentro y fuera de la nuestra Universidad, mas allá de que sean creyentes o no.
Por todo esto concluyo saludando a todos y a todas en nuestra comunidad universitaria, y le deseo de corazón a la Pontificia Universidad Católica del Perú un feliz centésimo quinto aniversario.
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