El vigésimo coloquio de Historia
Reflexión sobre el tradicional Coloquio Internacional de Estudiantes de Historia de la PUCP.
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Rodolfo Cerrón-Palomino
Profesor principal de Lingüística del Departamento de Humanidades
En mi carrera de historiador he leído mucho acerca de la construcción de la nación y de cómo esta se realiza, en ciertos casos, a través de tradiciones inventadas. Pensando sobre aquello me he dado cuenta, con una singular satisfacción, que he asistido, y es más, he participado del nacimiento de una tradición, pero una tradición que se funda sobre bases muy reales.
Recuerdo que apenas me enteré del primer coloquio, yo aún no pasaba a facultad y Blanche Arévalo, que entonces llevaba conmigo «Realidad» con Fernando Tuesta, hoy nuestro gran amigo, me comentó del evento y me animó a asistir a una de las ponencias. Recuerdo y admito que fui con bastante escepticismo pues entonces pensaba más en la política, cuando no en la pelota.
Ya en facultad, recuerdo los tres o cuatro coloquios de los que participé y que ahora se entremezclan en mi memoria, recuerdo al Padre Klaiber clausurando uno, y a Giselita Hurtado clausurando otro con emotivas y sentidas palabras en ambos casos. Recuerdo, como no, el sobrio halago que recibí de la Doctora Regalado, la iniciadora de tan rica tradición, quien, luego de que moderé una mesa -sabe Dios cuál- me dijo una sola palabra: ¡buena!. Cómo olvidar los nervios del primer panel que integré al lado de la Doctora Margarita Guerra y comentando una ponencia sobre la Guerra del Pacífico de Patricio Rivera, colega y amigo chileno.
Recuerdo, ya años después, el homenaje al Doctor José Agustín de la Puente Candamo, el discurso de Erick Devoto sobre su trayectoria y el posterior agradecimiento del Maestro, certero y ponderado, a la vez que emocionado. Han pasado veinte años y ha llegado la efemérides, nuestra efemérides, la fiesta de una tradición que persiste y que hace veinte años inventamos todos nosotros. ¡Que vengan muchos coloquios más entonces! Y que perdure el trabajo de acercarnos cada vez más por los rectos caminos de Clío.
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