Lima es la ciudad con los peores indicadores de espacios públicos en América Latina. La escasez de áreas verdes, acceso desigual y una planificación deficiente empujan a miles de ciudadanos a buscar en los centros comerciales lo que deberían encontrar en parques y plazas. Especialistas PUCP, junto con vecinos, proponen proyectos que devuelvan a la calle el espíritu que ha perdido: el lugar de encuentro para vivir en comunidad.
Reportaje
Bárbara Contreras
Si los espacios públicos son el corazón de una ciudad, el sistema cardiovascular de Lima está agonizando. Las arterias que se encuentran en buen estado y hacen posible que bombee -tales como plazas, parques y malecones- son pocas, no están bien implementadas o se encuentran deterioradas. Y mientras que el corazón limeño late con dificultad, en el resto del planeta, las ciudades también enfrentan la presión de una urbanización acelerada.
Según el Observatorio Urbano Global de ONU-Habitat, las ciudades albergan un poco más de la mitad de los siete mil millones de habitantes del mundo y, para el 2050, otros tres mil millones de personas vivirán en áreas urbanas. Esto quiere decir que, en 25 años, el nivel de urbanización será de casi 70%. Este aumento de la población viene acompañado de retos que se deben superar como la desigualdad, contaminación, inseguridad, etc. En ese contexto, el primer lunes de octubre de cada año, las Naciones Unidas celebra el Día Mundial del Hábitat para reflexionar sobre el estado de las ciudades y los pueblos. ¿Cuál es el diagnóstico cuando miramos de cerca a Lima?
En el informe del 2022➚ del Banco Interamericano de Desarrollo, la ciudad registra apenas 1 m² de área urbana verde (parques o plazas con vegetación) por habitante (muy por debajo de los 10 a 15 m² recomendados por la OMS) y el 85% de limeños vive a más de 1 km de este tipo de espacios. Estas características convierten a nuestra capital en una ciudad con los peores indicadores de América Latina y el Caribe, según el estudio. En cuanto a las calles y plazas, más de la mitad de limeños (55.8%) se declara insatisfecho con su estado, de acuerdo con el último reporte del Observatorio de calidad de vida urbana “Lima Cómo Vamos” (enero 2025).
La Residencial San Felipe ofrece espacios de esparcimiento en sus distintas plazoletas abiertas a todo el público.
¿Qué ocurre en una ciudad sin espacios para encontrarse?
Un niño de ocho años camina de la mano de su madre por los pasillos iluminados de un centro comercial en San Juan de Lurigancho. Se detiene frente a las vitrinas y a las máquinas de juegos que, por unas monedas, le permiten correr o saltar sin miedo. Afuera, la calle está llena de autos y el parque más cercano queda a más de media hora a pie. Para él, la ciudad no es cancha ni escondite, sino un pasillo con aire acondicionado y seguridad privada.
Lima Cómo Vamos recoge esta realidad: cerca de la mitad de menores de 15 años rara vez o nunca usa plazas, parques o calles para jugar. De hecho, visitar los centros comerciales se ha convertido en la actividad recreativa preferida de 3 de cada 4 limeños, por encima de ir a playas, eventos culturales en las plazas, practicar algún deporte o ir a un espacio natural.
La desigualdad también es una realidad: la ausencia de espacios públicos y áreas verdes depende de dónde vives. En Lima y Callao, más de la mitad de los distritos tienen menos de 3 m2 por persona para esparcimiento, mientras que solo unos pocos, como San Isidro, Miraflores o San Borja, superan los 8 m2. Esta información es parte de la investigación Cartografía de la desigualdad, elaborada por OjoPúblico y el grupo de trabajo Espacio y Análisis.
¿Por qué ocurre esto? Para la Mag. Mariana Alegre, docente del Departamento de Ciencias de la Gestión y directora ejecutiva de Lima Cómo Vamos, nuestros espacios públicos no cumplen con las condiciones mínimas para disfrutarlos. “La falta de mantenimiento, la contaminación —sonora, vehicular, industrial— y la inseguridad hacen que, en lugar de ser lugares de encuentro, se conviertan en espacios que evitamos”, afirma.
Los datos son contundentes: 7 de cada 10 personas se sienten inseguras en la ciudad. El 34.2% de mujeres ha sufrido acoso en espacios públicos el último año. Y casi la mitad de los ciudadanos (44.7%) siente insatisfacción con la iluminación de las calles. “No sorprende, entonces, que, frente al riesgo de la calle, los limeños prefieren el resguardo vigilado de un centro comercial”, señala.
Esta sensación de inseguridad se refuerza por la forma en que se planifica la ciudad. Las autoridades priorizan pistas y autopistas antes que aceras, ciclovías o plazas, y cada distrito decide por su cuenta, sin una estrategia metropolitana que garantice espacios verdes o infraestructura básica, sostiene Alegre.
Más allá de la gestión, para la especialista en planificación urbana y espacio público, se trata de un problema cultural. “Hemos normalizado que lo público es lo residual, lo inseguro, lo precario. Hemos olvidado que la calle, el parque y la plaza son lugares de convivencia, de aprendizaje, de democracia. Que es ahí donde se forman los ciudadanos, que ahí se construye confianza”, señala Alegre.
Desde el aire, la Plaza Túpac Amaru en el Mercado de Magdalena revela un contraste evidente: el área verde para los niños frente a la calle tomada por los autos.
¿Qué hace que un espacio público funcione?
Imagina que construyen una amplia y hermosa plaza en tu ciudad, con áreas verdes, bancas y senderos. Quieres visitarla, pero para llegar necesitas cruzar avenidas sin semáforos, tomar varios buses o caminar largos trayectos inseguros. Al final, el parque existe, pero no está realmente a tu alcance.
En cuanto a espacios públicos se trata, no solo importa la cantidad. Un espacio público aislado, poco iluminado y sin mantenimiento oportuno se convierte en una oportunidad perdida para generar encuentro, cohesión social y calidad de vida en la ciudad.
Vale la pena preguntarnos: ¿qué hace que un espacio público sea realmente bueno? ¿Y qué criterios pueden guiarnos para diseñarlo? El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) propone tres: provisión (cantidad de espacios disponibles), accesibilidad (qué tan cerca y fáciles de alcanzar están para la población) y calidad e inclusión (si cuentan con equipamiento, mantenimiento, seguridad e infraestructura que permita el uso por parte de todos, incluyendo niños, adultos mayores y personas con discapacidad).
Revisemos algunos casos:
Un espacio sin estos principios termina desconectado de la ciudad. “La Plaza de la Bandera en Pueblo Libre es un claro ejemplo de que un espacio público no puede funcionar si no se piensa en su accesibilidad y ubicación estratégica”, afirma el Dr. Luis Rodríguez, jefe del Departamento de Arquitectura PUCP, y coordinador del Grupo de Investigación en Urbanismo, Gobernanza y Vivienda Social (Conurb-PUCP). “El lugar está totalmente aislado. Se encuentra en el centro de una pista donde pasan autos constantemente, lo que actúa como barrera para las personas y las expone a cruzar. No cuenta con ninguna conexión con la calle peatonal, ni con ningún centro comercial, negocio o estación del Metropolitano. Pareciera que no ha sido pensado para las personas, sino para homenajear a una bandera”, sostiene.
En contraste, el Paseo de los Héroes Navales aparece como un espacio que, si bien requiere mejoras de diseño, goza de una ubicación estratégica y por eso funciona. “A diferencia de la Plaza de la Bandera, está cerca al Centro Cívico y a una estación del Metropolitano. Eso hace que el espacio aproveche el flujo natural de peatones a su favor”, explica Rodríguez.
“No cualquier diseño funciona en cualquier lugar: todo depende de la población cercana y de las condiciones del espacio. Después vendrá cómo lo acondicionas, qué mobiliario usas, cuánto de superficie dura o vegetal incluyes, si hay sombra o no. No es lo mismo un espacio pensado para niños que uno para bailar, descansar o pasear; lo ideal es que sean inclusivos y permitan que convivan todas esas actividades”, agrega.
Un grupo de caporales ensaya en el Paseo de los Héroes. Este espacio se ha consolidado como un punto de encuentro frecuente gracias a su ubicación estratégica.
Sin comunidad, no hay espacio público
Uno de los principales problemas al diseñar espacios públicos en Lima, explica el Dr. Luis Rodríguez, es la falta de inclusión de los vecinos y la comunidad.
“Yo no puedo imponer a una comunidad una forma de utilizar el espacio. El caso de la Plaza de la Bandera ocurrió porque fue una decisión unilateral de la municipalidad. Los alcaldes y funcionarios deben hacer partícipes a los vecinos, preguntarles ‘vamos a remodelar la plaza, ¿qué les gustaría que tenga: un parque para niños, árboles, áreas para descansar?’ La autoridad no está para decidir por nosotros, sino con nosotros”, explica.
Por su parte, el sociólogo e investigador del Centro de Investigación de la Arquitectura y la Ciudad (CIAC-PUCP) Dr. Pablo Vega Centeno señala que la apropiación vecinal es clave para que un espacio público se mantenga vivo y no caiga en el abandono: “Cuando tienes vecinos que disfrutan y utilizan el espacio, ellos mismos ayudan a sostenerlo y gestionarlo”.
El arquitecto Javier Vera, investigador del grupo Conurb PUCP, añade una autocrítica: “Muchas veces como arquitectos empezamos a diseñar nuestro proyecto, invitando a la gente a participar como si no existiera nada previo. Pero la ciudad no es una página en blanco: es un entramado de relatos que debemos comprender antes de intervenir. No se trata tanto de lograr que otros participen en nuestras iniciativas, sino de que nosotros participemos en los procesos que ya existen”.
La ciudad no es una página en blanco: es un entramado de relatos que debemos comprender antes de intervenir”.
¿Un buen espacio público puede combatir la inseguridad?
¿Qué transmite más seguridad en un parque: un policía armado o un espacio lleno de niños y familias? Esta pregunta cobra relevancia en una ciudad donde la inseguridad se consolida año tras año como el principal problema que preocupa a los limeños. Según la última encuesta de Lima Cómo Vamos, el 80% de ciudadanos la identifica como su mayor preocupación. No sorprende entonces que casi la mitad (45.7%) considere legítimo que los vecinos coloquen rejas o tranqueras para restringir el acceso a calles y parques, y que en los sectores con menos recursos económicos esta cifra llegue al 62%.
Para Rodríguez, las rejas no solucionan el problema, sino que lo agravan, al convertir a las calles en espacios vacíos, sin vida y sin “ojos” que las vigilen. “Si bien una calle cercada puede ahuyentar a los extraños, también a la vida cotidiana que, en realidad, es la que protege. En lugar de encerrar a los vecinos detrás de tranqueras, se trata de abrir la ciudad y devolverle a la calle su capacidad de cuidado colectivo”, explica el jefe del Departamento de Arquitectura PUCP.
La verdadera seguridad surge de un buen diseño urbano: parques iluminados y activos, plazas con sombra y mobiliario, calles con usos mixtos y comercio local. Estos elementos atraen a la gente, generan vigilancia natural y reducen la sensación de riesgo. Eso sí, advierte Rodríguez, el cambio debe ser progresivo: promover pequeños negocios en las calles, mejorar la iluminación y habilitar espacios de encuentro. “Desmontar las rejas de golpe sería inviable. Las municipalidades deben trabajar progresivamente y en diálogo constante con los vecinos”, finaliza el investigador.
Vista aérea del Puente de la Paz, en Miraflores, inaugurado este año y objeto de diversas críticas por su diseño.
Mirar la ciudad con nuestros ojos
Así como no se puede diseñar un buen espacio público sin escuchar a los vecinos, tampoco se puede entender su verdadero valor sin conocer cómo la gente lo vive, lo usa y lo transforma día a día. El Dr. Luis Rodríguez recuerda que muchas ideas urbanísticas de moda —como la “ciudad de 15 minutos” o la “gran manzana” de Barcelona— nacen en ciudades del norte global con historias muy distintas a la de Lima, y, por eso, no deberían ser aplicadas aquí de manera automática.
“Nuestra sociedad es mucho más heterogénea. En el Perú, predomina una esfera de lo público marcada por el disenso y el desencuentro, porque todavía no hemos encontrado aquello que nos une. Aquí el espacio público es más bien un lugar de conflicto y de pugna, de comercio de calle y lugar de producción: un espacio con múltiples funciones”, expresa el coordinador del grupo de investigación Conurb-PUCP, y agrega: “Vender, trabajar, cantar, bailar o disfrazarse en el espacio urbano forma parte de la vida cotidiana, no solo por tradición cultural, sino también por la inestabilidad económica y la falta de empleo estable”.
Para el Dr. Vega Centeno, el comercio en la calle no es necesariamente negativo; al contrario, puede aportar servicios, seguridad y vida al espacio urbano. “¿Qué ofrece mejor servicio: un paradero formal de Javier Prado con asientos incómodos, poca luz e información limitada, o uno informal de la Av. Canadá donde una señora vende comida, ilumina el lugar, atrae gente y hasta orienta sobre las rutas?”, plantea. “Si voy a proyectar un espacio público de calidad en esta ciudad, no puedo pensar un paradero sin un comercio ambulatorio”, añade el urbanista.
En Lima, el espacio público significa conflicto y encuentro, comercio de calle y lugar de producción. Eso debe tomarse en cuenta al diseñar un espacio en la ciudad”.
Además de despojarnos de la mirada de los espacios públicos como lugares sin comercio, la Mag. Belén Desmaison, arquitecta y docente PUCP, señala que espacios como las ollas comunes o las ‘manzanas de cuidado’- lugares de la ciudad en los que se brinda tiempo y servicios a las mujeres y a sus familias- también deberían ser considerados como espacios públicos.
“Hay que repensar la idea de que las losas deportivas o los parques cubren todas las necesidades. Muchas veces, esos espacios son usados sobre todo por hombres, dejando fuera a niñas y otros grupos. Necesitamos distintas escalas de espacio público y entender que su función puede ir más allá del ocio. Las ‘manzanas de cuidado’ como las ollas comunes también deben ser consideradas como espacios públicos”, señala.
Hay que repensar la idea de que las losas deportivas o los parques cubren todas las necesidades. Las ‘manzanas de cuidado’ como las ollas comunes también deben ser consideradas como espacios públicos”.
Ampliar el concepto de espacio público no es un tema meramente formal: tiene también implicancias políticas. Así lo refiere Desmaison: “Si un espacio comunitario se clasifica como privado, el Estado no puede invertir en él. Durante la pandemia, por ejemplo, el programa Trabaja Perú permitía a los municipios contratar personal para construir espacios públicos, pero la mayoría de fondos se destinaba a losas deportivas o plazas centrales, cuando era claro que había recursos que también podían y debían invertirse en ollas comunes durante la emergencia”.
Centros comerciales: ¿el nuevo espacio público?
Piensa en las veces que saliste a pasear con amigos, pareja o familia en el último mes o año. ¿Cuántas de ellas fueron al aire libre, a un parque o a una plaza, y cuántas implicaron entrar a algún local a consumir?
En 2024, Lima Cómo Vamos hizo la misma pregunta en distintas partes de Lima y a distintos sectores socioeconómicos. Un 77.7% (3 de cada 4 limeños) contestó que ir a centros comerciales es la actividad recreativa que más realizan, por encima de ir a parques, practicar un deporte al aire libre, visitar ferias, ir a eventos culturales en las calles o plazas, o ir a un espacio natural.
La preferencia por los malls no es casual: en distritos como San Juan de Lurigancho, la balanza entre espacios para consumir y espacios públicos es profundamente dispar. El distrito es el tercero con menos m² de espacio público por habitante (1.44 m², según OjoPúblico), y solo 3.2% del área urbana son áreas verdes (parques, plazas o plazuelas). En contraste, su infraestructura comercial crece rápido: en los últimos años, abrió el Mall Aventura Plaza con más de 60,000 m², y, para el próximo año, se proyectan dos megacentros: el de Cencosud (más de 100,000 m²) y el Real Plaza SJL (más de 40,000 m²).
Ante la escasez de espacios públicos adecuados, los centros comerciales han empezado a ocupar el rol que antes cumplían calles y plazas. Pero ¿son realmente un sustituto?
El profesor de Arquitectura PUCP Vega Centeno afirma que no. “La noción de espacio público remite a un lugar de toda la ciudadanía, abierto a todos y gestionado por un representante público”, sostiene. Los centros comerciales, en cambio, pueden ofrecerse como espacios de uso público, pero siguen siendo privados, con reglas y controles impuestos por la empresa. “Incluso en su diseño, muchos malls buscan imitar calles o plazas, pero no dejan de ser escenarios privados donde la libre acción ciudadana está limitada”, advierte.
Los centros comerciales pueden ser un aliado
Aunque los centros comerciales no son —ni deben confundirse— espacios públicos, el Dr. Pablo Vega Centeno enfatiza que tampoco hay que verlos como opuestos.
“En muchas ciudades, el mall ya no se entiende como un elemento aislado del espacio público (como en el caso del Boulevard Mantaro al lado de Plaza San Miguel). Todo lo contrario: busca dialogar con las calles, porque son ellas las que lo alimentan”, explica el profesor de Arquitectura PUCP.
Para el especialista en urbanismo, invertir en la calle y en los espacios públicos cercanos significa, al mismo tiempo, hacerlo en el propio centro comercial, generando una sinergia positiva donde ambos espacios se pueden beneficiar.

¿Existen soluciones para estos problemas planteados de las ciudades?. En línea con el Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 11, Lograr que las ciudades sean más inclusivas, seguras, resilientes y sostenibles, el Día del Hábitat de este año pone en relieve la importancia de la planificación urbana y territorial, la gobernanza urbana inclusiva y el papel de los gobiernos locales en las soluciones sostenibles. Acá presentamos algunas propuestas -incluso una en la Amazonía- donde vecinos y comunidades junto con especialistas de la PUCP buscan dotar a la ciudad de espacios comunes, esos lugares donde la ciudadanía se encuentra, se reconoce y vuelve a latir.
Sesión de Cine Itinerante del Festival de Cine de Lima PUCP en la Plaza Lúdica del Parque Tahuantinsuyo, en La Balanza, Comas.
Dos proyectos vinculados a la PUCP
donde la participación vecinal ha sido clave
1.
De barrio inseguro a laboratorio cultural:
la historia de Fitekantropus
En los años noventa, pocos habrían imaginado que La Balanza, en Comas, se convertiría en un referente cultural y comunitario. “Cuando yo llegué, en el 87, era un barrio con mucha delincuencia y abandono. Tenía a mis hijos y no salía con ellos por la inseguridad”, recuerda Celia Solís, vecina y socia del comedor San Martín del Once. Patricia Beltrán añade: “Era como vivir en un campo de batalla entre pandillas”.
Todo comenzó a cambiar en 2001 con el festival de teatro callejero Fiteca (Fiesta Internacional de Teatro en Calles Abiertas), impulsado por agrupaciones artísticas y educativas que llevaban el arte a los barrios, fomentando la participación y el orgullo comunitario. En 2007, Javier Vera, estudiante de arquitectura de la UNI y hoy investigador de Conurb-PUCP, y otros estudiantes llegaron a La Balanza atraídos por esa efervescencia cultural.
En lugar de imponer un proyecto, buscaban aprender del barrio y sumarse a lo que ya existía, un enfoque que Javier describe como interaprendizaje: “No llegamos a convencer a nadie de participar en algo nuestro, sino a entender qué es lo que ya estaba sucediendo y cómo podíamos aportar”.
Pronto, el grupo se integró al festival, trabajó con los vecinos y creó su propia asociación (Citio), que luego se convertiría en CCC – Coordinadora de la Ciudad (en Construcción). Uno de sus primeros proyectos fue el Comedor San Martín de Once. Detectaron que el local estaba subutilizado y tenía un gran potencial para transformarse en un centro cultural.
A partir de 2012, comenzaron a trabajar con las madres del comedor, desarrollando la propuesta y consultando a la comunidad sobre cómo querían el espacio. “Ellos nos preguntaron a la comunidad, a los niños, jóvenes, adultos mayores y mamás, cómo queríamos el comedor y el entorno. El comedor se hizo como lo queríamos y el entorno como lo querían los jóvenes”, relata Celia Solís.
No llegamos a convencer a nadie de participar en algo nuestro, sino a entender qué es lo que ya estaba sucediendo y cómo podíamos aportar”.
Para financiarlo, participaron en un concurso de cooperación internacional y consiguieron €30,000. A medida que avanzaban las etapas, buscaban nuevos recursos y más instituciones se sumaban al proyecto.
Hoy, la biblioteca del barrio se ha consolidado como el corazón de la iniciativa. Con su propia organización, programas de lectura y voluntariado, funciona de manera autónoma y coordina con los arquitectos lo que necesita. Además, acoge cursos, actividades académicas y visitas de estudiantes e investigadores, consolidándose como un referente de aprendizaje e innovación en el hábitat popular.
El proyecto recibió el nombre de ‘Fitekantropus’, en honor a la leyenda de un hombre que vive de la fiesta y de lo lúdico en las cuevas de Comas. En oposición al hombre-consumidor, cuyo mundo se convierte en centro comercial, el ‘Fitekantropus’ construye su calle como una casa de la cultura.
Hoy, el profesor Javier Vera coordina el curso-taller del Centro de Investigación de la Arquitectura y la Ciudad de la PUCP (CIAC) “Barrio y espacio público en el hábitat popular”, donde el Proyecto Fitekantropus es visitado y sirve como referente para aplicar muchos de los aprendizajes del curso. Así se busca impulsar iniciativas de espacio público similares y Fitekantropus es, en ese sentido, un proyecto pionero.
Actualmente, el foco está en reactivar el proyecto como un espacio vivo: mantener el comedor y las salas de uso múltiple para que puedan autogestionarse, y ofrecer actividades educativas, culturales y productivas. Aunque CCC se disolvió en 2020, el comedor y el centro cultural siguen activos gracias a la comunidad. “Cada visita nos recuerda que el proyecto sigue vivo y eso es lo más importante”, concluye Javier.
Participantes del proyecto:
- Citio [Ciudad Transdisciplinar]: Javier Vera (investigador de Conurb PUCP), Lisset Escudero, Eleazar Cuadros, Gonzalo Díaz y Carlos Tapia
- CCC – Coordinadora de la Ciudad (en Construcción): Javier Vera (investigador de Conurb PUCP), Eleazar Cuadros, Paula Villar, Rogelio García, Sara Pérez, Luciana Miovich (egresada PUCP) y Mayra Torreblanca
- Colaboradores locales: Celia Solís (presidenta del Comedor San Martín de Once), Jorge Rodríguez (director de la Gran Marcha de los Muñecones), Rogelio García, Alan Concepción y Daniel García (Biblioteca Fitekantropus), Municipalidad de Comas, Foro Nacional Internacional, practicantes CCC, voluntarios (as) de los Domingos Comunitarios
- Cooperación Internacional: Hirikiten, Fundación Bernard van Leer (Urban95 Lima), HabEtsam Universidad Politécnica de Madrid, Universidad de Alicante
2.
Ama Amancaes: un barrio que volvió a florecer gracias a la unión vecinal y académica
El paisaje que inspiró a Chabuca Granda para componer su vals “José Antonio” es hoy una zona urbana del Rímac marcada por el tráfico de terrenos, la inseguridad y la acumulación de basura. Aun así, los vecinos intentan mantener vivo el sentido de comunidad, aunque no siempre sea fácil.
Desde hace ocho años, la arquitecta PUCP Claudia Amico trabaja junto con residentes y representantes vecinales para darle un nuevo rumbo al barrio. El punto de partida fue recuperar el espacio público como motor de encuentro. “Cuando llegamos, casi no había espacios en buen estado o accesibles. Muchos estaban privatizados por liderazgos vecinales y eran usados solo por quienes podían aportar. Predominaban las losas de fútbol, mientras faltaban áreas para niñas, mujeres o personas mayores”, recuerda.
En 2018, un workshop de la Maestría en Arquitectura y Procesos Proyectuales PUCP (MAPP), dirigido por Amico, propuso ideas para reactivar la zona. La investigación para el curso fue realizada junto con Javiera Infante, arquitecta por la Universidad Católica de Chile y entonces coordinadora de la MAPP. Un año después, Amico y la iniciativa Ocupa tu Calle lideraron la primera intervención: limpiar y reforestar un antiguo botadero con apoyo vecinal. En 2020, en plena pandemia y vía Zoom, un curso de maestría culminó con la construcción de una escalera principal y andenes de bambú, esenciales para transitar sin atravesar tierra y escombros.
“Después de esas dos primeras intervenciones vimos que había algo más grande detrás”, cuenta Amico. “El trabajo con los vecinos, el interés por parte de estudiantes y voluntarios, así como las ganas de seguir mejorando el barrio nos hicieron pensar que esto podía ir mucho más allá de ejercicios puntuales. Así nació Ama Amancaes como un proceso abierto y de largo aliento”.
Hoy ves a niños jugando donde antes había desmonte y a adultos mayores conversando en los descansos de la escalera. Los vecinos se sienten orgullosos, lo cuidan, lo riegan”.
Desde entonces, el proyecto se ha convertido en una red comunitaria que no solo mejora el espacio físico, sino que fortalece la organización barrial: se multiplicaron las faenas, se formaron grupos de voluntarios, se recuperaron senderos y parques, y se afianzó una cultura de cuidado colectivo. “Hoy ves a niños jugando donde antes había desmonte y a adultos mayores conversando en los descansos de la escalera. Los vecinos se sienten orgullosos, lo cuidan, lo riegan. Eso no pasaba antes”, señala Amico.
La participación vecinal es clave. Las faenas, jornadas colectivas de limpieza, siembra y construcción reúnen a vecinos de todas las edades para mejorar su propio barrio. “Las faenas son el motor del proyecto: cada jornada mantiene viva la motivación y el sentido de que el espacio público es de todos. Son los propios vecinos quienes piden la siguiente fecha y empujan a que sigamos avanzando”, afirma. El trabajo colaborativo entre sectores también ha derribado viejas divisiones: “La comunidad ahora percibe el espacio común como algo que se cuida porque pertenece a todos”.
Pero el camino no ha estado libre de dificultades. Amico señala que el proyecto ha tenido que sortear diferentes obstáculos: desde la precariedad institucional y la corrupción enquistada en el municipio del Rímac —donde funcionarios y dirigentes vecinales han estado históricamente vinculados al tráfico de terrenos— hasta la dificultad de sostener una gobernanza comunitaria estable. La falta de recursos económicos, el trabajo con voluntarios sin una estructura formal, y las tensiones entre vecinos con distintos intereses han hecho que el avance del parque sea lento y, muchas veces, incierto. A ello se suma la ocupación temporal del espacio por obras municipales y el contexto de amenazas que enfrentan las mujeres de Pafla (asociación Protectoras Ambientales de la Flor y Loma de Amancaes) por defender las lomas frente a las mafias. A pesar de ello, Amico destaca que la municipalidad debe seguir siendo un actor involucrado, y que fortalecer la organización vecinal es clave para lograr la sostenibilidad del proyecto y su posible expansión en el futuro.
El siguiente paso es conformar un comité del parque, un grupo que, de manera colectiva, decida cómo mantener y administrar el espacio, y que gestione el apoyo de la municipalidad para riego, limpieza y programas como reciclaje o biohuertos. Mientras tanto, las faenas siguen en marcha, atendiendo las necesidades más urgentes, y demostrando que este espacio público puede convertirse en un verdadero puente entre la naturaleza, la ciudad y la comunidad.
Participantes del proyecto:
- Profesionales voluntarios: Claudia Amico (arquitecta PUCP), Zulema de la Cruz (U. Ricardo Palma), Xiomara Montoya (egresada de la U. Ricardo Palma, Posgrado PUCP), Angie Ventura (UPN), María Hidalgo (U. Ricardo Palma), Mayra León (egresada PUCP), Diego Ayala, Daphne Solari (UPN), Ursula Rutti (UNI), Jimmy Villegas (Municipalidad Distrital del Rímac) y Nicolás Díaz
- Vecinos gestores: Eusebio Diestra, Trinidad Pérez, Haydee Cerrón, Cecilia Janampa, Juana CCama, Antolina Sánchez, Mercedes Sánchez, Marleny Sánchez, Reyna Rodríguez, Cosme Díaz y Micky Mestanza
Dos proyectos PUCP que fueron más allá de la mirada hegemónica de los espacios públicos
1.
KNOW: cuando las ollas comunes se reconocen como espacios públicos
En las laderas de San Juan de Lurigancho, la pandemia hizo más visibles la inseguridad alimentaria y la falta de espacios comunitarios adecuados. Las ollas comunes se convirtieron en el corazón de la organización vecinal, lugares de cuidado colectivo donde las familias podían asegurar, al menos, un plato de comida diario.
Pero muchas de estas ollas enfrentaban problemas: cocinas sin implementos, falta de almacenamiento, suelos inestables y la ausencia de sistemas para tratar aguas residuales. De esta necesidad surgió KNOW: conocimiento en acción para la igualdad urbana, una iniciativa de docentes e investigadores de la PUCP que vio en las ollas comunes no solo lugares de subsistencia, sino verdaderos espacios públicos donde se tejían redes de solidaridad y cuidado.
“Los espacios comunitarios como las ollas comunes deben ser considerados espacios públicos, porque no solo brindan servicios, sino que generan vida en comunidad y promueven el cuidado”, afirma la Mag. Kelly Jaime, profesora de nuestro Departamento de Arquitectura.
Junto con dirigentes vecinales, el Instituto de Desarrollo Urbano (Cenca) y un equipo de nuestra Universidad —entre ellos las docentes Kelly Jaime, Belén Desmaison, Luciana Gallardo y el jefe del Departamento de Arquitectura Luis Rodríguez Rivero; y las arquitectas Lia Elier Alarcón y Ana Paola Córdova—, se diseñaron modelos de espacios de uso común pensados para lo más urgente: cocinas mejoradas, servicios sanitarios con agua, áreas de almacenamiento y biohuertos que aprovechen los residuos para el riego.
“Cada olla común tenía sus propios problemas, así que decidimos crear distintos ‘kits’: algunos con techo, agua, cocina o baños; otros solo con un módulo adicional. La idea es que sean piezas que se agregan o quitan según el contexto, haciendo el modelo flexible y replicable”, explica la Mag. Belén Desmaison.
Cada intervención se adaptó a su contexto. En la Asociación Familiar 13 de Julio, se priorizó un módulo sanitario y se consolidó el espacio público contiguo al local comunal, usando materiales ligeros, de bajo costo y fácil mantenimiento, como drywall y policarbonato.
En Santa Rosita, donde la olla funcionaba en un terreno vacío, se instaló un equipamiento integral con cuatro módulos, pensado como un espacio polivalente para cocinar, dictar talleres, realizar asambleas y recibir a vecinos de barrios cercanos. Gracias a la flexibilidad de mobiliario y cerramientos, el lugar podía transformarse según las necesidades del día.
El trabajo en las ollas comunes no solo permitió levantar infraestructura comunitaria, también abrió un camino hacia la incidencia política. A partir de una mesa de diálogo que reunió a distintas ONG, universidades, la red de áreas comunes de Lima y la propia municipalidad, el equipo logró acercarse al Ministerio de Vivienda, Construcción y Saneamiento.
“Participamos en una mesa de diálogo en la que estaban distintas ONG, universidades, la red de áreas comunes de Lima y la municipalidad. Allí nos pidieron presentar el proyecto al ministerio porque se estaba trabajando en una guía de espacios públicos y se buscaba incluir a los espacios comunitarios”, explica Desmaison, quien también fue parte del proyecto. En 2022, el ministerio publicó finalmente la guía que los incorporaba.
Es importante que los espacios comunitarios sean considerados espacios públicos porque no solo brindan servicios en sus instalaciones, sino que generan una vida en comunidad y promueven el cuidado”.
Participantes del proyecto:
- Docentes PUCP: Kelly Jaime, Belén Desmaison, Luciana Gallardo y Luis Rodríguez.
- Arquitectas PUCP: Lia Elier Alarcón y Ana Paola Córdova
2.
CASA Amazónica: agua de lluvia para vivir, conversar y cuidarse
Los retos de los espacios públicos no se limitan a Lima y cambian según el contexto: si en la capital se disputan entre el asfalto y el concreto, en la Amazonía el punto de partida es el agua. Allí, este elemento es camino, sustento y vínculo espiritual. Sin embargo, el acceso a él en las ciudades amazónicas es limitado. Según el último informe técnico “Perú: Formas de Acceso al Agua y Saneamiento Básico” del INEI, la población de los departamentos amazónicos de Loreto y Ucayali están entre las regiones que presentan menor cobertura de agua por red pública.
Esta paradoja inspiró a la investigadora del Departamento de Arquitectura Belén Desmaison a buscar soluciones para localidades amazónicas. En 2017, junto a un equipo interdisciplinario de arquitectos, ingenieros, una socióloga y estudiantes, creó el grupo de investigación [Ciudades Auto-Sostenibles Amazónicas] CASA para unir el acceso al agua y el fortalecimiento del espacio comunitario.
El equipo comenzó con visitas a la periferia de Iquitos, donde mapeó usos del suelo, recorrió barrios y conversó con vecinos para entender sus rutinas de lavado y cuidado. Descubrieron que muchas mujeres lavaban ropa en zonas improvisadas a orillas del río, lugares que ya funcionaban como puntos de socialización. “Sabíamos que la infraestructura debía ser pública y comunitaria, no individual, para beneficiar al mayor número de personas”, explica Desmaison.
La propuesta se diseñó mediante talleres y cursos electivos que reunieron a estudiantes de la PUCP y vecinos. La idea inicial incluía duchas, lavanderías, áreas de venta y terrazas, pero la comunidad dio prioridad a lavanderías y duchas, donando además el terreno para la obra.
En la Amazonía urbana, el espacio público incluye el agua, el cuidado y los vínculos cotidianos: las lavanderías y duchas son puntos de encuentro, ahorro de tiempo y apoyo mutuo”.
El proyecto obtuvo financiamiento internacional de Canadá y Países Bajos, luego del gobierno británico, y, finalmente, de la PUCP a través del fondo CAP Creación. Con esos recursos, se desarrolló un sistema modular y autónomo de captación y almacenamiento de agua de lluvia. Sus componentes —tuberías, paneles solares, depósitos y filtros— se consiguen en ferreterías locales y permiten que otros barrios los repliquen o adapten. Se buscó además aprovechar conocimientos locales sobre manejo de agua.
Construido antes de la pandemia, el módulo se volvió indispensable durante la crisis sanitaria: cuando se interrumpió el reparto de agua en cisternas, se convirtió en la única fuente segura y cercana para lavar ropa, bañarse y abastecerse. Su uso constante reforzó las redes de apoyo y vigilancia mutua del vecindario.
El diseño fue reconocido con la medalla de plata en el Taipei International Design Award 2020, en la categoría de Espacio público. Para Desmaison, la lección es clara: “En la Amazonía urbana, el espacio público incluye el agua, el cuidado y los vínculos cotidianos: las lavanderías y duchas son puntos de encuentro, ahorro de tiempo y apoyo mutuo. Permiten conversar, detectar a quién le falta y tejer redes de cuidado; eso también es espacio público”.
Participantes del proyecto:
- Docentes e investigadores: Belén Desmaison (CIAC), Kleber Espinoza (CIAC), Karina Castañeda (INTE), Urphy Vásquez (INTE)
- Miembros del Grupo PUCP: Jorge Soria, Víctor Ramos, Fernando Carpio
- Alumnos de Arquitectura PUCP: Angela Yangali, Cristina Torres, Isabela González, Braulio Cruz, Isabella Abusada, Esteban Murdoch; y la alumna de Sociología Clara Soto
Los espacios públicos mantienen la cultura viva:
dos egresados PUCP mapean los lugares públicos
en los que se produce cultura en Lima
“Cuando un barrio mantiene su festival en la plaza, cuando jóvenes ensayan danzas urbanas en una losa o un mural se pinta colectivamente en el espacio público, Lima revela su diversidad cultural”, afirma Natalia Elías, socióloga PUCP y cocreadora de Nodos Culturales, una asociación sin fines de lucro que investiga y difunde conocimiento en cultura, territorio y participación a través de mapas, diagnósticos y análisis herramientas para fortalecer políticas y proyectos culturales.
Natalia y el antropólogo PUCP Piero Fioralisso llevan años rastreando todo tipo de espacios públicos en los que ocurran manifestaciones culturales. “Hemos documentado cómo en Villa El Salvador las losas deportivas se han convertido en bastiones de danza tradicional o cómo en Comas las plazas albergan teatro comunitario que construye ciudadanía”, cuenta Elías.
Hasta la fecha, en colaboración con más de 200 personas, más de 600 espacios han sido mapeados y revisados. El proyecto encontró que los parques, explanadas y losas deportivas fueron los espacios públicos más utilizados por las personas para manifestaciones culturales.
“La Cartografía Cultural 2025 muestra que, cuando el Estado no garantiza infraestructuras y servicios culturales como un derecho, la gente convierte losas deportivas en tarimas teatrales, parques zonales en ensayos de danzas y plazas en escenarios de encuentro”, señala Elías.
Conoce aquí todos los espacios públicos donde se manifiesta la cultura:
Créditos
Investigación y redacción:
Bárbara Contreras
Fotografía:
Jorge Cerdán
Hanslitt Cruzado
Archivo Fitekantropus
Agencia Andina
Jeffry Paredes (Foto abridora)
Infografías:
Luis Amez
Edición general:
Vania Ramos
Edición de fotografía:
Sulsba Yépez
Diseño web:
Solange Avila









Deja un comentario