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Los New Yorkers: vulnerabilidad y privilegio del estudiante extranjero

  • Horacio Ramos
    Magíster en Historia del Arte por la PUCP

El lunes 6 de julio de 2020, el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas de los Estados Unidos (ICE) anunció que los estudiantes extranjeros solo podíamos permanecer en el país si nuestras universidades ofrecían sesiones en persona, pero no si llevábamos clases exclusivamente en línea. En el marco de la crisis sanitaria causada por la pandemia, la medida del gobierno federal nos ofrecía dos opciones: ir a clases y exponernos a contraer el virus o volver a nuestros países de origen.

Cuando leí la noticia, recordé una conversación con otros estudiantes extranjeros al día siguiente de las elecciones presidenciales de 2016. Una compañera expresó con lágrimas su temor de que la nueva administración sería hostil contra inmigrantes como nosotros. Otro compañero trató de calmarla argumentando que el gobierno iría contra inmigrantes indocumentados, mas no contra nosotros. Nosotros éramos “buenos inmigrantes”. Pese al carácter excluyente de su afirmación, debo confesar que esta me trajo tranquilidad y, poco después, culpa. Eso cambió el 6 de julio. Era el turno de los “buenos inmigrantes”, de los privilegiados. Era mi turno.

Vulnerabilidad y privilegio son las dos caras de ser un estudiante proveniente de un país latinoamericano. Por un lado, a nuestra carga académica se le suma la urgencia de adaptarnos a marcos culturales, profesionales y legales que nos son extraños. A diferencia de nuestros pares en Canadá u otros países, además, nosotros no podemos trabajar, lo cual limita nuestro crecimiento profesional y económico. Pero, por otro lado, quienes venimos para un programa doctoral contamos con un estipendio estable y seguro de salud: dos derechos no universales en este país.

Para quienes venimos de Latinoamérica o el Caribe existe un factor más. En documentos legales y conversaciones casuales, se nos enuncia como latinos, latinas o latinx. Dichos términos surgieron para reivindicar a comunidades históricamente discriminadas en este país: migrantes que llegaron con o sin documentos y pocas oportunidades, así como sus hijos nacidos aquí. Si en años previos me gustaba pensarme en conexión a dichas comunidades, la pandemia evidenció mi distancia. Mientras yo escribía mi tesis desde casa, peruanas como Elvira Zukazaka vendían comida en las calles de Elmhurst, Queens, el “epicentro del epicentro” de la pandemia.

He seguido las noticias, las cifras, desde la seguridad de las pantallas de mi laptop y celular. Así me enteré que hacia fines de abril (el momento más álgido) más de 30 migrantes peruanos habían fallecido de COVID-19. Así encontré –leyendo un artículo sobre el impacto de la pandemia en comunidades latinas– la ilustración Los New Yorkers (2020). La imagen presenta una ciudad en pausa, poblada solo por unas pocas personas representadas en lacónico blanco y negro, identificables como trabajadores públicos o de delivery solo por el rojo y naranja de sus uniformes. La imagen evidenció la distancia que me separaba de lo que en este país se entiende como “latino”.

Cuando el 6 de julio ICE anunció su medida contra estudiantes, esa distancia se sintió reducida. Poco después, el 14 de julio, veinte gobiernos estatales, numerosas universidades lideradas por Harvard y el MIT, y compañías como Google y Facebook llevaron la medida a corte; y, luego de una breve sesión, esta fue derogada. El apoyo político de entidades públicas y privadas evidenció, una vez más, el privilegio de los estudiantes extranjeros.

A nivel personal, sin embargo, considero importante no olvidar esta experiencia de vulnerabilidad. Hacer pública una vulnerabilidad común, como dice la filósofa Judith Butler, puede servir no solo para hacer tangible un problema social sino también para demandar cambios. Es probablemente eso lo que nos llevó a tantos, pese a los miedos de la pandemia y del racismo policial, a marchar en protesta al reciente asesinato de George Floyd. Aceptar mi privilegio y vulnerabilidad, en todo caso, ha sido una de las lecciones más relevantes de mi educación en los Estados Unidos.

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