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De la agresividad a la violencia

  • Jenny Taddey
    Psiquiatra del Servicio de Salud PUCP

La agresividad es un instinto natural que el hombre lleva consigo desde su nacimiento y que comparte con los animales. Este instinto nos sirve para estar alerta, defendernos y adaptarnos al entorno. Por lo tanto la agresividad es biológica, instintiva y está regulada por reacciones neuroquímicas. Gracias a la cultura, modulamos ese instinto agresivo y lo convertimos en un instinto social.

La violencia no es un comportamiento natural del ser humano, sino que se trata de un producto cognitivo y sociocultural alimentado por lo roles sociales, los valores, las ideologías, los símbolos, etc. Es por tanto, una conducta aprendida y con una gran carga de premeditación e intencionalidad. La violencia es la transformación de la agresividad para hacer daño a otro ser humano.

Si tomamos de ejemplo a un león macho, en la sabana africana que de pronto es enfrentado por otro de la misma especie en busca de apoderarse de sus tierras. La lucha durará algunos minutos y habrá un vencedor que se quedara tranquilo a disfrutar de su triunfo y habrá un perdedor que se alejará y no volverá más. Eso es agresividad natural. Mientras que si ponemos a dos individuos humanos que empiezan a pelear por un malentendido, uno de ellos ganará, pero no se quedará contento y seguirá golpeando y golpeando al perdedor con el afán de destruirlo. Eso es violencia.

La violencia es un problema grave, es una de las principales causas de muerte en todo el mundo y es considerada como un asunto de salud mental, ha alcanzado niveles preocupantes y de gran impacto porque atraviesa fronteras raciales, de edad, religiosas, educativas y socioeconómicas.

Está profundamente enraizada en el poder que pone su acento en el dominio, y es esta forma la que predomina en nuestra cultura. La violencia entonces, se aprende, se reproduce, y siempre es una forma de ejercicio del poder.

Si hablamos de la violencia de género, es una de las que concentra la mayor parte de los tipos de violencia, y la de hombres hacia mujeres, niños(as) y otros hombres son los casos más comunes (Fergunson et al 2005). Por eso, el estudio de la violencia de género es relevante, sobre todo en las universidades, que tienen un papel fundamental en la formación y difusión de ideologías (Castells 2001). Entre dichas ideologías se encuentran las reglas que subordinan lo femenino a lo masculino; es decir, un tipo de violencia estructural donde los hombres se ubican en una posición superior, manteniendo con ello las asimetrías de poder y la violencia de género.

En los últimos años la preocupación respecto de este tipo de violencia se ha desplazado a los jóvenes, dado que la conducta agresiva durante la niñez y la adolescencia ha sido identificada como un fuerte predictor de violencia posterior, el inicio precoz de las tendencias agresivas se asocia con violencia severa y crónica, no sólo durante la adolescencia sino también durante la adultez.

Estudios cualitativos señalan que para los jóvenes, independiente del género, es el contexto el que determina si una conducta es considerada violenta (Lavoie, Robitaille & Hébert, 2000; Sears, Byers, Whelan & Saint-Pierre, 2006).

Los jóvenes diferencian las conductas violentas de las conductas de juego que involucran contacto físico, como pellizcar, apretar o inmovilizar, cuyo objetivo es llamar la atención de la pareja, pero que no incluye intención de causar daño.

En conclusión dejemos claro que la agresividad por más que sea una conducta natural no debe ser replicada en todas las áreas de nuestra vida, ya que con el desarrollo cerebral debe ser modulada.

Por último el problema de la violencia es un tema complicado que debe ser tratado a tiempo. Así que no esperemos que sea demasiado tarde para pedir ayuda, porque no hay nada que justifique la violencia. No es igual defenderse de un ataque real, que inventar un maltrato imaginario para poder argumentar el uso de violencia.

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