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COVID-19: ¿un boom para el medio ambiente?

  • Ian Vázquez Rowe
    Docente del Dpto. de Ingeniería, y miembro del comité directivo de la carrera de Ingeniería Ambiental y Sostenible

Tras las trágicas noticias de los efectos de la pandemia COVID-19 sobre la salud humana, y los preocupantes efectos en la economía que genera la misma, emerge en periódicos y noticieros una tercera línea de noticias que resaltan los beneficios ambientales perceptibles tras los primeros días de confinamiento.

Se han hecho famosas las imágenes de un puma campando a sus anchas por las avenidas de Santiago de Chile, las aves recuperando su espacio en los arenales sin bañistas de la ciudad de Lima o los delfines en la bahía de Cartagena de Indias, que se acercan a la costa con una osadía que ya no se recordaba. La naturaleza ocupando nichos vacíos que los humanos no estaban dispuestos a ceder. Hasta que llegó el virus.

A pesar de que las emisiones de gases de efecto invernadero se han reducido en más de un 20% debido al parón industrial y la ausencia de grandes desplazamientos motorizados, esta reducción prácticamente no se va a apreciar en las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera».

Estas curiosas y entrañables imágenes, que ayudan a mantener el ánimo en tiempos de reclusión social, vienen acompañadas de notas más técnicas, en las que muchos científicos recuperan espacios de divulgación que nunca debieron perder. Primero, pudimos observar los mapas de contaminación en China, donde se vio cómo el virus era capaz de reducir las emisiones de gases tóxicos en las ciudades a unos niveles a los que el gobierno chino aspiró, pero no pudo llegar, con el cierre masivo de fábricas en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008.

Posteriormente, presenciamos la reducción de la contaminación en la llanura Padana, una de las zonas de Europa con mayor incidencia de smog fotoquímico. Y de ahí empezó un goteo continuo de imágenes de ciudades sin carros y aguas cristalinas en bahías contaminadas, o de gráficas de ozono troposférico o de óxidos de nitrógeno hasta un 80% más bajas que los valores habituales. En definitiva, nunca antes habíamos presenciado un decrecimiento de las actividades humanas tan rápido y extenso.

La paralización de algunos programas de conservación durante la crisis podría acelerar la tasa de desaparición de especies en este periodo».

Esta situación ha derivado en una percepción de la opinión pública de que el periodo de confinamiento ha generado un impacto positivo para el medio ambiente. Sin embargo, es en este punto precisamente donde hay que observar los matices importantes. En primer lugar, a pesar de que las emisiones de gases de efecto invernadero se han reducido en más de un 20% debido al parón industrial y la ausencia de grandes desplazamientos motorizados, esta reducción prácticamente no se va a apreciar en las concentraciones de dióxido de carbono en la atmósfera. Se requieren acciones mucho más contundentes y continuadas para revertir esta tendencia.

Los casos descritos anteriormente son solo algunos ejemplos de los múltiples problemas ambientales que perduran o que están surgiendo durante la crisis. Por ello, es importante no caer en una falsa complacencia por la mejora de ciertos indicadores ambientales».

Además, la crisis económica y sanitaria asociada a la COVID-19 alterará las prioridades de las políticas públicas, lo que podría conllevar que muchas acciones climáticas que se iban a implementar esta década para reducir emisiones se vean relegadas en las agendas gubernamentales.

La conservación de especies también es un ámbito que podría verse afectado. Si bien la retirada del ser humano de los espacios abiertos conllevará una recuperación del territorio por parte de flora y fauna, esta no tiene por qué beneficiar a aquellas especies que se encuentran en riesgo de extinción. Por ello, la paralización de algunos programas de conservación durante la crisis podría acelerar la tasa de desaparición de especies en este periodo. Además, las denuncias de un aumento de la caza furtiva de rinocerontes en África durante el confinamiento no son una noticia alentadora.

La gestión de aguas servidas y residuos sólidos es otro aspecto problemático. Son varios los pueblos y ciudades del Perú que todavía no disponen de la infraestructura adecuada para tratar estos residuos. La crisis actual sin duda postergará las inversiones que el gobierno venía realizando en reducir esta brecha, cuando el saneamiento y una gestión encaminada hacia la recuperación de recursos deberían convertirse en una prioridad estratégica para las autoridades.

Los casos descritos anteriormente son solo algunos ejemplos de los múltiples problemas ambientales que perduran o que están surgiendo durante la crisis. Por ello, es importante no caer en una falsa complacencia por la mejora de ciertos indicadores ambientales, la mayoría de ellos en ambientes urbanos, que son meramente transitorios y se desvanecerán cuando se recupere la producción.

Es imperativo que científicos de todo el mundo trasladen este mensaje de alerta a la población, para contribuir a que la gestión ambiental de la poscrisis se realice según criterios de desarrollo sostenible que no potencien una recuperación económica voraz en detrimento del cuidado del entorno y de la salud humana.

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