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El acoso sexual callejero ¿culpa de las mujeres?

  • Elizabeth Vallejo
    Docente del Departamento Académico de Ciencias Sociales y coordinadora del Observatorio Paremos el Acoso Sexual Callejero

Este es un sistema que privilegia abiertamente a los agresores, pero del que muchas mujeres se han vuelto cómplices, y, sin saberlo van poniendo fuego a la misma hoguera a la que alguna vez serán arrojadas con el rótulo de “culpable”

“Ella se lo buscó”, “Como mujer, no puedes exponerte”, “no me pidas que me controle, soy solo un hombre”. Estas frases resumen una pauta muy arraigada en las sociedades latinoamericanas: la culpabilización femenina frente a cualquier agresión sexual que pudiera sufrir, y que se sostienen en el estereotipo de irresponsabilidad sexual masculina: la imagen de un hombre incapaz de controlar sus deseos sexuales. Esta culpabilización se reproduce en todos los ámbitos y por diversos agentes, y las mujeres no están exentas de responsabilidad en este juego: madres que piden a sus hijas que se vistan recatadamente para “no provocar a los hombres”, compañeras de escuela que llaman “puta” a aquella muchacha que suele llamar demasiado la atención de sus compañeros; conductoras de televisión que dicen que la culpa del acoso callejero la tienen las mujeres, por “provocar el instinto salvaje del varón”.

La culpabilización de las mujeres se basa en una perversa naturalización de las diferencias socialmente aprendidas. Se cree que los hombres son naturalmente irrefrenables en su sexualidad, y que las mujeres, más bien, están rodeadas de un halo angelical, dominadas por una moral que pone a raya sus deseos. Evans (1997) llamó a esto el modelo “machismo- marianismo”, donde el machismo se caracteriza, entre otras cosas, por la arrogancia y agresión sexual en las relaciones de hombre a mujer. De forma simbiótica, el marianismo se caracteriza por un estereotipo de mujer semidivina, moralmente superior a los hombres y paciente frente a las actitudes de este.

Callirgos (1988) avanza un poco más en este razonamiento y explica que, en un contexto en el que se asume a los hombres como incapaces de controlarse, se espera que sean las mujeres quienes deban poner los límites. Por ende, la responsabilidad de evitar agresiones sexuales recae en ellas, de lo contrario “se verán expuestas a todo tipo de acosos y abusos -que pueden llegar al extremo de la violación, porque ellos ‘actúan como varones solamente’ y no han interiorizado normas al respecto” (p. 61). Frases como “una mujer debe darse su lugar” o “no se puede estar dando mucha confianza a los hombres porque se aprovechan”, responden a esta estructura de razonamiento. Se carga sobre ellas la responsabilidad de la agresión, se les dice desde pequeñas cómo vestir para evitar la atención masculina, se le pide evitar ciertos lugares, se le pide no expresar abiertamente opiniones que la muestren como un sujeto sexual, con deseos y fantasias. Se educa a las mujeres para vivir evitando agresiones sexuales, y, si esta llegara a ocurrir aún con todas las “precauciones”, queda igual la sospecha de la culpa: ese ‘No’ siempre pudo ser más fuerte. Después de todo, los hombres son animales sin control, casi inimputables bajo el esquema machista.

Este es un sistema que privilegia abiertamente a los agresores, pero del que muchas mujeres se han vuelto cómplices, y, sin saberlo van poniendo fuego a la misma hoguera a la que alguna vez serán arrojadas con el rótulo de “culpable”. Toda mujer es vista potencialmente como una provocadora, inclusive aquella que llamando “puta” a otra mujer cree que conseguirá los favores o lealtades del agresor. Pero recuerden: el agresor se ve a si mismo como un animal salvaje, dice no tener control sobre sí, se describe a sí mismo como un animal, y un animal, cuando tiene hambre, no conoce de fidelidades.

El Observatorio Paremos el Acoso Sexual Callejero participa de las actividades de La PUCP actúa contra la violencia: por una sociedad libre de violencia de género organizadas por la DARS hasta el 28 de noviembre.

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