Un ejemplo de lo que no se debe hacer en periodismo
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Mario Munive
Director de la carrera de Periodismo de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación
Apostar por ese ángulo, e ignorar que este hombre financia el crimen organizado, linda con la apología del delito
Todo periodista (que siga el ejemplo de Sean Penn) debería saber que lo que hace es moralmente indefendible. La versión original de esta sentencia pertenece a la norteamericana Janet Malcolm y está clavada en el primer párrafo de su libro El periodista y el asesino. Nos parece un ejercicio certero parafrasearla aquí para aludir al texto que el actor norteamericano ha dedicado a «El Chapo» Guzmán en la revista Rolling Stone.
La entrevista es un género que busca interpelar o “confesar” a una fuente durante un encuentro personal. Es también una técnica de reportería para obtener información propia. La postura del periodista no siempre es la misma. Puede buscar la confrontación directa, como también apelar a la empatía. Dependerá de las características del personaje y de lo que el medio espera de él. En ocasiones, un interrogatorio incisivo resultará imprescindible; en otras, es necesario crear un clima de confidencia o intimidad para inducir al entrevistado a la catarsis esperada.
Frente a un narcotraficante como «El Chapo» Guzmán, involucrado en la ola de violencia que ha hecho de México el país latinoamericano más peligroso para el ejercicio del periodismo (con 80 asesinados y 17 desaparecidos en una década), no corresponde una entrevista humana o una semblanza. Apostar por ese ángulo, e ignorar que este hombre financia el crimen organizado, linda con la apología del delito.
Y eso es justamente lo que hizo Sean Penn. El Chapo Speaks (título original) es un artículo que tiene mucho de propaganda y nada de periodismo. Estamos frente al narcisista testimonio del viaje que el actor hizo hasta al escondite del narcotraficante y de su encuentro con este en medio de la Sierra Madre de Sinaloa. Penn lo llama “hombre de negocios”, “Robin Hood”, “uno de los dos presidentes de México”. A ratos lo victimiza, intenta reivindicarlo y se compara con él. Las declaraciones de «El Chapo» en la parte final del texto no son fruto de una entrevista a la que podríamos calificar de periodística. Lo que se lee (y se ve en el video de dos minutos y medio) son las respuestas que da al cuestionario complaciente que el actor le envió tras enterarse de que no habría un segundo encuentro.
Aceptar que un entrevistado tenga el control de la producción y el contenido final de sus declaraciones es una licencia que ningún reportero o editor se puede tomar. La entrevista no puede devenir en una suerte de falaz autobiografía. Pero es probable que, como en este caso, un actor no lo entienda. Al protagonista de La delgada línea roja este tipo de concesiones no le parecían reprochables. A fines de 2015, Penn recibió un video editado y una transcripción traducida al inglés. Luego escribió su testimonio y lo sometió a consulta de «El Chapo», como paso previo a su difusión. Este aprobó el contenido. La revista apareció el 11 de enero, tres días después de la captura de su narcotraficante favorito.
Los abogados de «El Chapo» habían hecho propuestas similares a periodistas de otros medios. En 2013, lo intentaron con Gerardo Reyes, jefe de la unidad de investigación de Univisión, y luego, en 2014, con Patrick Radden Keefe, un reportero de The New Yorker, a quien le pidieron escribir las memorias del narco. Este hablaría para ellos, pero él tendría el control del contenido. Ambos rechazaron las ofertas porque, al margen de las notas exclusivas o de impacto que podían lograr, la aceptación implicaba poner en juego su independencia como periodistas.
El fin de semana alguien escribió con generosidad que el texto de Sean Penn tiene un valor histórico, más justo sería reconocer que va a hacer historia: es uno de los mejores ejemplos de lo que no debe hacerse en periodismo.
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