El Día de la Tierra
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Augusto Castro
Director del Instituto de Ciencias de la Naturaleza, Territorio y Energías Renovables (INTE -PUCP)
Los seres humanos no pueden ser ajenos a su naturaleza y a su destino. Lo que pasa en el mundo les pasa a ellos.
El 22 de abril se celebra el Día Internacional de la Tierra. La iniciativa correspondió al senador estadounidense Gaylord Nelson, que la lanzó para crear una conciencia mundial sobre los problemas de la contaminación, la sobrepoblación y la defensa de la biodiversidad, entre otros asuntos. Estas iniciales ideas y la presión social sirvieron, en particular en los Estados Unidos, para que el gobierno creara la Environmental Protection Agency (Agencia de Protección Ambiental) en 1970. En 1971, las Naciones Unidas declararon el 22 de abril como el Día Internacional de la Tierra y al año siguiente, en 1972, se celebró la Cumbre de la Tierra en Estocolmo, Suecia.
Este homenaje a la Tierra como “nuestro hogar” o, como la designa el papa Francisco, “nuestra casa común”, o lo que señalan muchas tradiciones humanas, asociada con la idea de “madre”, nos plantea algunas reflexiones.
Debemos reconocer que el vínculo que establece la relación entre el ser humano y la tierra no ha sido muy visible en los tiempos modernos y contemporáneos. No obstante, para los pueblos que no han perdido sus raigambres antiguas, el nexo sigue siendo muy fuerte. En el mundo contemporáneo, se ha subrayado con mucha intensidad el papel del ser humano en contraste con el rol asignado a la naturaleza; en muchos casos, incluso, esta ha sido considerada solo como una manifestación subjetiva de los seres humanos. La tierra, la naturaleza, han sido consideradas, en términos generales, como asuntos menores para la vida y la reflexión humana.
Esta ceguera y falta de reconocimiento han hecho que no podamos observar adecuadamente lo que estaba delante de nuestros ojos. No hemos sido lo suficientemente conscientes de que no somos solo conciencia, sino que somos naturaleza e incluso, como dice la vieja tradición judeocristiana, somos “tierra y polvo”. Cosa que también es recalcada en nuestra milenaria tradición andina en la que se advierte el vínculo estrecho entre ser humano y tierra bajo la idea de pachamama. La tierra, la pachamama, es fuente de vida y, por ello, es madre. La modernidad y el proceso urbano han transformado a la Tierra en un simple terreno.
En las antiguas tradiciones el ser humano no es ajeno a la naturaleza, todo lo contrario, es parte de ella, pero es considerado —como sostuvieron los pensadores antiguos— naturaleza consciente; es decir que, junto con otros seres vivos, es naturaleza inteligente. Esta síntesis ha sido, lamentablemente, puesta de lado por algunas teorías modernas que solo han subrayado el papel de la conciencia y, con ello, han buscado una priorización del rol del sujeto humano sobre el mundo. Lo real, sin embargo, es que los seres humanos no pueden ser ajenos a su naturaleza y a su destino. Lo que pasa en el mundo les pasa a ellos. Lo que viven y quieren los seres humanos solo lo pueden alcanzar en y a través de la naturaleza.
Celebrar el Día de la Tierra es celebrar el papel del universo, el papel del planeta, el papel de la vida en ella, que no es definitivamente reflejo de la actividad humana ni fruto de su actividad racional o sensitiva: es celebrar a la especie humana como parte de la Tierra y firmemente entroncada con ella. Celebrar a la Tierra es celebrar la vida, la biodiversidad y nuestra existencia como especie junto con los ecosistemas y todas las criaturas del mundo.
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