"Tengo amigos" y "hay muchos mecanismos". Las intenciones de Monseñor Cipriani en 1997
El fragmento de la entrevista que le hizo el periodista Patricio Ricketts a Juan Luis Cipriani en 1997, que se puede ver en YouTube, revela intenciones y rasgos de la personalidad del hoy cardenal de la Iglesia católica que merecen comentarse.
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Luis Bacigalupo
Docente del Departamento de Humanidades de la PUCP.
Como es costumbre, sobre todo tratándose de personajes públicos, el contenido de las entrevistas suele pactarse previamente. Es razonable suponer que Ricketts y Cipriani conversaron acerca de los temas a tratar y las preguntas que se irían a plantear.
El arzobispo empieza haciendo referencia a la educación, menciona la reunión del CELAM de Santo Domingo, pero no puede avanzar en el desarrollo de sus ideas porque Ricketts lo interrumpe con una repentina mención a la Pontificia Universidad Católica del Perú, y a una supuesta indicación que habría dado «un cardenal» a la Universidad para no ser mencionado en relación con ella. Esta referencia a la Universidad no fue casual. La sonrisa del arzobispo cuando alude a la historia de la institución y el hecho de que mire sus apuntes para responder delatan la complicidad. Su respuesta es esquemática: reduce la historia de la PUCP a la fundación por parte de Dintilhac y a «la interrupción del status» que atribuye a Velasco Alvarado.
¿En qué consistía para Cipriani el status de la PUCP? Dice expresamente que había una «dependencia directa del Canciller» que se habría perdido; pero no se toma el trabajo de explicar qué significa eso según los estatutos de cualquier universidad católica.
Conviene destacar que la Constitución Apostólica Ex Corde Ecclesiae, que regula el funcionamiento de las universidades católicas, se había promulgado en 1990, de modo que era perfectamente esperable que en 1997 un arzobispo que iba a hablar en la televisión sobre una universidad católica conociese ese documento. En él se señalan claramente cuáles son las funciones de los obispos en toda universidad católica -en el caso de la PUCP las funciones de su Gran Canciller-, a saber: promover a la institución, participar de la vida institucional como un miembro más, animar el trabajo creativo de los teólogos y dirigir o aprobar la pastoral universitaria. El único derecho que le confiere a los obispos la Ex Corde Ecclesiae es el de vigilar el carácter católico de las universidades en sus diócesis.
Nada de lo señalado en la Ex Corde Ecclesiae respecto de las funciones del Gran Canciller ha estado ausente en la vida institucional de la PUCP, ni antes ni después de Velasco Alvarado. De modo que, cuando Cipriani menciona en la entrevista «el bendito sistema de la expropiación y todo el asunto» (sic), sólo puede estar hablando de la propiedad (ya que según él se trató precisamente de una expropiación), en medio de un abierto cuestionamiento del carácter católico de la institución. No me cabe duda de que sus tautologías: «si es pontificia, es pontificia y si no es pontificia, no es pontificia» sólo se pueden interpretar como una puesta en duda de la catolicidad de la PUCP. Claro, luego dice que no se trata de peleas; pero añade explícitamente que se trata de dividir a la asamblea universitaria y, por ende, a la comunidad que él, hoy, en su función de Gran Canciller, debería promover como pastor y no hostigar como enemigo.
La mayor falsedad de la entrevista es la frase: «la Iglesia se quedó sin universidad». Valdría la pena refutar esa afirmación explicando qué significa que una comunidad universitaria sea parte de la Iglesia católica y qué ha significado y significa la PUCP para la Iglesia peruana. Pero después de proferir esa afirmación -por lo demás, mezquina-, Cipriani vuelve a mirar sus apuntes y dice que «no es un problema de querer recuperar» la universidad (nótese el gesto muy significativo de su mano cuando pronuncia la palabra recuperar). Entonces Ricketts lo vuelve a interrumpir, haciéndole perder el hilo, por lo que el arzobispo cae en la flagrante contradicción de decir que la tarea (la suya desde luego) sí es recuperar la PUCP, y no resiste la tentación de añadir, con una típica sonrisa de amenaza, que para ello «hay muchos mecanismos».
En ese momento Ricketts cambia el tema y le pregunta a Cipriani por el aporte que podría dar la Iglesia a la formación del magisterio, cosa que el entrevistado aprovecha para lanzar una pequeña pastilla ideológica, que al público entendido le recuerda el lenguaje del fascismo católico.
Luego viene una pausa y la entrevista prosigue de una manera muy interesante, que yo llamaría casi providencial. Ricketts pasa a la segunda cuestión acordada con su entrevistado, que es mostrar a la opinión pública el «abandono» en que el Estado peruano tiene a la Iglesia católica. Es curioso que el enemigo declarado del comunismo presente en la televisión su pliego de reclamos: mejores sueldos para los arzobispos, alguna mejora también para los obispos y los curas, «repuestos» para los templos, en una palabra, mayor subsidio del Estado, porque «no puede ser» que su sueldo sea tan bajo. El arzobispo lamenta que para subsistir tenga que «estar pasando el sombrero por todos lados». Y en ese contexto nos dice: menos mal que «tengo amigos».
Sólo al final de la entrevista se acuerda Cipriani de que «la Iglesia desde la antigüedad ha vivido de la caridad»; pero nótese que, sintomáticamente, el arzobispo hace un uso vulgar de la palabra caridad, un concepto teológico tan importante para el magisterio eclesiástico y para la vida cristiana. Digo que esta segunda parte de la entrevista es providencial porque muestra con absoluta claridad que la preocupación principal de Cipriani, desde hace más de una década, es el financiamiento exiguo de las obras de su diócesis. Si para eso sirve «recuperar» una Universidad próspera que nunca fue suya, sin importar qué «mecanismos» se pongan en marcha, entonces me imagino que, a quienes no estaban avisados, esta entrevista puede haberles revelado mucho acerca del cardenal como pastor y como persona.
Mira un fragmento de la entrevista a Juan Luis Cipriani en 1997:
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