¿Quién recibió a Hiram Bingham en Machu Picchu?
Un 24 de junio, hace 99 años, Hiram Bingham llegó a Machu Picchu… ¿Qué fue lo que allí encontró el explorador norteamericano? ¿Qué significado tuvo, y tiene, este acontecimiento?
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José Carlos de la Puente Luna
En una carta dirigida a un amigo, Hiram Bingham escribió lo siguiente: «Supongo que, en el mismo sentido en que el término se usa en la expresión Colón descubrió América’, es justo afirmar que yo descubrí Machu Picchu».
La disputa sobre quién «descubrió» Machu Picchu inquietaba a Bingham y a sus contemporáneos mucho menos de lo que nos inquieta ahora a nosotros. Con sencillez, el educador cuzqueño José Gabriel Cosio, quien siguió los pasos todavía frescos de Bingham en 1912, esclareció el falso dilema: «Machu Picchu ha sido, pues, conocido de muchas personas, antes que fuera a visitarlo Bingham, aunque su celebridad actual se la debamos a este infatigable viajero«.
Para los testigos directos de esta historia, atribuirse el descubrimiento absoluto hubiera sido negar lo evidente: otras familias llevaban muchos años viviendo en Machu Picchu. Así, cuando en la mañana del 24 de junio de 1911, Hiram Bingham vio la ciudadela por primera vez, lo recibió la hospitalidad de la familia Richarte-camotes cocidos y un buen mate de agua fría.
Sucede que desde fines del siglo XIX, muchos colonos se habían ido trasladando a la zona entre el puente de San Miguel y el actual pueblo de Aguas Calientes -de espontánea aparición en el paraje de «La Máquina», llamado así porque, según algunos, un español había instalado allí un aserradero-. Todos habían sido atraídos por la apertura de estos lugares al comercio con la ciudad. Los Richarte, los Álvarez y los Fuentes, que eran agricultores, escogieron Machu Picchu porque en sus amplias terrazas podían cultivar papa, caña, yuca, camote y maíz.
Pero éste era un mundo de peones, aparceros y hacendados, y estos terrenos ya tenían dueño. En los mapas y relatos de viaje, así como en el habla local, «Machu Picchu» y «Huayna Picchu» no eran más que dos puntos de referencia de la enorme hacienda Sillque, que la familia Ferro Vizcarra adquirió de los Nadal en 1910 (a Bingham le debemos la sinécdoque). Por el uso de las casas y terrazas de la ciudadela, los Álvarez y los Richarte pagaban doce soles anuales y participaban en faenas en beneficio de la hacienda, recorriendo con frecuencia el sendero que tomaría Bingham, así como el más escarpado del lado norte.
Lo que Bingham descubrió -en el sentido de manifestar o hacer patente- no fue una ciudad perdida sino una nueva forma de enfrentar el pasado, una actitud que implica esencialmente conocer, conservar y retribuir. En tanto tal, es aún empresa inconclusa. Quienes crean que el mundo de peones y hacendados que recibió a Hiram Bingham en 1911 ya no es más, encontrarán algunas razones para celebrar. Quienes, en cambio, no se solazan con el pasado, hallarán muchos motivos para seguir descubriendo. Noventa y nueve años después.
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