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Los X-Men y la tolerancia

  • Sebastián León
    Filósofo. Predocente del Departamento de Humanidades

Los X-Men se distinguirán de otros superhéroes en tanto que no se limitan a defender a la sociedad estadounidense; sino que siendo mutantes ellos mismos, lucharán por una nueva sociedad que pueda abrazar su singularidad y la de los suyos

Entre las películas de ciencia ficción, aquellas que rozan el límite con la acción y el desastre (natural, social, político) suelen presentar una sociedad en medio de lo que el teórico conservador Carl Schmitt llamaba “estado de excepción”, situación en la cual el gobierno puede vulnerar la ley en nombre de cierta necesidad apremiante. Es el caso de la última película de X-Men, Days of Future Past, en la que el temor inspirado por cierto sector de su población, llamados mutantes, lleva al gobierno estadounidense a tomar medidas extraordinarias que no solo vulnerarán sus derechos como ciudadanos, sino que en un futuro posible podría llevarlos al exterminio. Que la amenaza venga de un sector de la ciudadanía en este tipo de películas es inusual y merece la pena comentarlo.

Los mutantes son presentados como seres humanos de una especie más evolucionada que el homo sapiens, lo que les habría llevado a desarrollar poderes asombrosos. Asimismo, no habrá dos mutantes con las mismas capacidades especiales, lo que les hará singulares e impredecibles. Será este el factor que terminará impulsando al gobierno a desarrollar el programa “Sentinels”, el cual consiste en la producción de robots capaces de detectar y eliminar a los mutantes.

Los X-Men se distinguirán de otros superhéroes en tanto que no se limitan a defender a la sociedad estadounidense; sino que siendo mutantes ellos mismos, lucharán por una nueva sociedad, una sociedad que pueda abrazar su singularidad y la de los suyos. Para esto, sin embargo, tendrán que enfrentarse no solo a las iniciativas anti-mutantes de la humanidad, sino también a otros mutantes que no solo no comparten el ideal de la convivencia con el homo sapiens, sino que buscarán retribución imponiéndose como la especie superior.

Ahora bien, la situación de los mutantes en Days of Future Past es extrema y claramente trae reminiscencias de la situación de la población judía en la Alemania nazi. Sin embargo, esta historia de seres humanos convertidos por su diferencia en amenaza, y de vulneración del derecho en nombre de la seguridad nacional, no pertenece al pasado, sino que después del 11-S casos como el del Acta Patriótica en EE.UU. y la situación de los combatientes afganos en Guantánamo, desprovistos de todo status legal existente, parecen haberse vuelto algo esperable en nombre del ideal abstracto de nuestras sociedades.

Los mutantes, tal como aparecen en la película, serían puro devenir en medio de una sociedad cuyas concepciones de igualdad y libertad, pero sobre todo de normalidad, se ven vulneradas por su existencia. Puro devenir, transformación constante que amenaza con romper con esas abstracciones. Esta contradicción entre la particularidad de los mutantes y la sociedad que quiere pasar por universal se revela como absurda. Desde Kant, existe una fe en las posibilidades de una emancipación y un progreso humanos; por supuesto, no un progreso en el sentido que le dan algunos abanderados de la individualidad, acostumbrados a igualar libertad y consumo –pienso que la modernidad ha sido algo más ambiciosa. Los X-Men, a diferencia de los terroristas liderados por Magneto y el Estado norteamericano, entienden que la verdadera universalidad no se encuentra en ideales abstractos ahistóricos (una “Humanidad para los Humanos” o un “Amanecer Mutante”, o a un nivel más próximo, una “Familia Natural”) sino en comprender la sociedad como la condición de posibilidad para el despliegue de la singularidad.

Si aquel ideal de autonomía es viable en las actuales democracias parlamentarias resulta debatible, y claramente habría que apuntar más alto que el empalagoso ideal de la tolerancia liberal, a veces indistinguible de un nihilismo mercantil. En lo que podemos estar de acuerdo, sin embargo, es en el imperativo de repensar la sociedad.

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