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Los profesores a prueba... y no habrá sustitutorio

En la Universidad, se empieza reconocer la necesidad de escribir sobre los movimientos sociales…

  • Juan Carlos Ubilluz

Yo añadiría que tan necesario como escribir sobre ellos es escribir desde ellos, desde su compromiso con la democratización del orden social. Lejos de elogiarlos de manera acrítica, esto implica cuestionarlos seriamente para que ellos sean todo lo que pueden ser, pero también cuestionarnos seriamente desde ellos para que nosotros, los académicos, seamos todo lo que podemos ser.

¿Cómo pueden los movimientos sociales ayudar al profesor universitario a desplegar sus posibilidades latentes?

Responderé a la pregunta pasando de la universidad que escribe sobre política a la actual situación política de la universidad. Me refiero, si no queda claro, al conflicto entre la administración de la Universidad Católica y el sector más conservador de la iglesia. No voy a entrar en los pormenores legales del asunto, sólo quiero resaltar el silencio de buena parte de los docentes de la universidad. Este silencio no es un problema circunstancial, es un problema inherente a la actividad académica.

Para el psicoanalista Jacques Lacan, hay tres momentos que preceden al sujeto de la certeza: el momento de ver, el de comprender y el de concluir. La universidad es un espacio importante para no concluir demasiado rápido, para ver y comprender bien antes de concluir. Pero hay que reconocer, también, que, en este espacio, se forma el mal hábito de no concluir jamás, o de concluir demasiado tarde. Si hay un imperativo que agobia al académico, este es: «¡Sigue investigando!», o para usar esa frase tan querida por los profesores anglosajones: more research is needed. Dicho esto, la lucha del cardenal Cipriani por hacerse de los bienes de la Universidad Católica, es lo mejor que nos ha podido pasar a los profesores, pues nos vemos obligados a preguntarnos retomar esa vieja pregunta de Lenin que reúne el conocimiento y la práctica: ¿qué hacer? Atrás ha quedado el momento de comprender, con el cual nos hallamos tan cómodos. Ha llegado el momento de concluir y, por supuesto, de hacer.

Irónicamente, los profesores que hoy defendemos la excelencia académica estamos en una posición análoga a la de los movimientos sociales. Hay un grupo conservador que pretende usurpar ciertos recursos, hay el fallo injusto de un tribunal y una opinión pública indiferente, que concibe el conflicto en términos estrictamente legales. Se dirá que la comparación es ociosa ya que los profesores de la Católica cuentan con mayores recursos para responder a la injusticia que, por ejemplo, los manifestantes de Bagua. Puede que esto sea cierto, pero los profesores carecemos actualmente del espíritu comunitario de los amazónicos y también de su férrea voluntad política. Ahora se entiende mejor la necesidad de cuestionarnos desde los movimientos sociales, a saber, desde aquellos con mayor capacidad de concluir y de hacer. ¿Cuál es la diferencia entre un profesor universitario y un manifestante de Bagua? Que el segundo no necesita saberlo todo antes de actuar.

Entonces, ¿qué hacer? La respuesta más inmediata es organizarnos colectivamente para sumar a la opinión pública a nuestra causa. Se trata de que el académico baje al llano para hacerse periodista, y hasta propagandista… El rector de la Católica ha expuesto convincentemente el argumento jurídico, nos toca realizar la alquimia de convertir (para la opinión pública) el tema legal en una lucha política.

Termino con esto. Si Cipriani consigue sus propósitos sin una buena pelea, sin una donde nos «salpique un poco de sangre» en la cara, entonces esos clichés sobre la «torre de marfil universitaria», la «esterilidad del pensamiento académico» y los «profesores comelibros» adquirirán peso de verdad. Estamos siendo puestos a prueba. Si fallamos, no habrá examen sustitutorio.

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