"La Diablada no es solamente boliviana"
El reciente reclamo de altas autoridades de Bolivia por el supuesto uso indebido del traje de la Diablada por la representante del Perú en un concurso de belleza internacional, nos demuestra una vez más que la cultura ya no es considerada por los estados naciones solo como un elemento pintoresco o referente de identidad, sino que se ha transformado en un importante recurso económico y político.
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Raúl Renato Romero
Director del Instituto de Etnomusicología PUCP y doctor en Etnomusicología por Harvard University
La propiedad intelectual de una danza como La Diablada, por ejemplo, es importante para Bolivia por la misma razón que la denominación de origen del Pisco lo es para los peruanos. Son bienes culturales que se han convertido en recursos económicos, fomentando el turismo al reforzar la identidad de sus naciones, y de las industrias culturales que se van formando alrededor de ellas.
La Diablada, para seguir con el ejemplo boliviano, es la danza central del carnaval de Oruro, que cada año atrae a miles de visitantes, creando cientos de nuevos puestos de trabajo eventual, incrementando los ingresos de la región por el turismo y el aumento del consumo que durante los días festivos llega a sus más altos niveles. Por supuesto, la danza de La Diablada también tiene un lado simbólico que no es medible cuantitativamente, pero cuya importancia es claramente demostrable en la medida en que su bolivianeidad refuerza la idea una unidad nacional que se construye sobre prácticas y creencias comunes a todos sus ciudadanos, sin distinciones.
Todo esto corresponde a una concepción de desarrollo con identidad, contrapuesta a una antigua pero lamentablemente aún válida noción del desarrollo como el puro crecimiento de la oferta de bienes y servicios. Hoy en día, ya las Naciones Unidas, e importantes instituciones financieras transnacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Interamericano de Desarrollo se han pronunciado decididamente por una política de desarrollo que incorpore a la cultura dentro del mismo marco de acción de sus proyectos.
Que las autoridades bolivianas le hayan dado tanta importancia a la propiedad intelectual de la Diablada significa que esta noción de «desarrollo con identidad» ha calado hondo en ese país. A tal punto que en el 2001 logró que la UNESCO reconociese al Carnaval de Oruro, que tiene a la Diablada como una de sus danzas principales, como Patrimonio Inmaterial Cultural de la Humanidad. Esto no es nada fácil, porque la postulación a este reconocimiento es muy compleja y es el resultado de un trabajo en equipo del más alto nivel.
Pero la respuesta de la diplomacia peruana ha sido correcta, la danza de la Diablada no es solamente boliviana, sino que también se baila en el sur del Perú, y en el norte de Chile, con igual pasión y sentido nacional. Se trata de una danza altiplánica de origen colonial cuya dispersión geográfica rebasa las fronteras nacionales impuestas en el siglo diecinueve. Ese es el desafío de nuestros países andinos, que tienen un origen prehispánico en común, así como una etapa colonial compartida, y por lo tanto muchas expresiones culturales que comparten las mismas raíces. Si cada país quiere tener productos culturales «de bandera» tendremos que hilar fino entre nosotros para que no surjan problemas similares.
El Perú, a diferencia que Bolivia, no tiene un Ministerio de Cultura (Chile también lo tiene; y Ecuador tiene un Ministerio de Educación y Cultura, que es más de lo que tenemos nosotros). Que estemos siempre un paso atrás en la defensa de nuestro patrimonio cultural se debe quizás a que el Estado pone todo su interés en promover nuestro pasado precolombino, y ningún esfuerzo en promocionar nuestra cultura viva, contemporánea, que es riquísima, diversa y llena de potencialidades. Solo la culinaria ha logrado captar el interés (últimamente) del Estado peruano, pero solo porque algunas individualidades con imaginación y sentido empresarial le gritaron al oído que la cocina peruana podía ser un recurso para el desarrollo, y terminó siéndolo. Esperemos que las otras manifestaciones de nuestra cultura viva merezcan igual atención en un futuro muy cercano.
Foto: Yanina Patricio
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