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Graduación 2023: la noche de los abrazos interminables

Graduación de la facultad de ciencias y artes de la comunicación 2023
  • Mario Munive
    Director de la carrera de Periodismo de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación
  • Foto:
    Renato Pajuelo

Esta es la ceremonia más esperada del año académico en la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación de la PUCP. Contemplar estos rostros y verlos acercarse a recibir sus diplomas ha sido una experiencia que confieso haber disfrutado a lo largo de una década. Cada quien llega al Polideportivo (el recinto donde Barack Obama ofreció una conferencia en 2016), con ese puñado de seres que siempre serán sus incondicionales: mamá y papá, hermanas, hermanos y, por supuesto, los abuelitos.

Tardé un poco en reconocer a quienes dicté cursos virtuales durante los cuatro semestres de pandemia".

La ceremonia del último viernes 7 de julio fue especial por varias razones. Solo voy a mencionar una: tardé un poco en reconocer a quienes dicté cursos virtuales durante los cuatro semestres de pandemia. En ese lapso de aislamiento obligado, a menudo, hablábamos por teléfono de las tareas de los cursos. Conversamos largo sobre cómo hacer reportería por Zoom, Google Meet o simplemente por Messenger. Me escribían por WhastApp los fines de semana para pedirme fuentes, pautas o leerme las entradas de sus textos. Siempre procuré responder a cada consulta. Y luego, en la clase virtual, solía repetir algo que es imprescindible en la formación de un periodista: no tenemos horarios de oficina.

A medida que avanzaba el semestre 2022-1, y volvíamos paulatinamente al campus del fundo Pando, fui conociendo a mis estudiantes ‘virtuales’. Habían visto mi rostro cada semana en la pantalla de Zoom, pero yo solo tenía ante mí cajitas negras con sus nombres. Verlos por primera vez fue emocionante. Este otoño, mientras caminaba por el Tontódromo -esa suerte de Jirón de la Unión de la PUCP-, recibí muchos saludos, algunos efusivos, de jóvenes con los que recordamos esos tiempos aciagos de la pandemia.

El orgullo de la familia sube al estrado y agita su diploma con fuerza. La hemos visto crecer en las aulas y en el trabajo de campo. Y la vemos lanzar su birrete al aire y abrazarse con quienes ha compartido estos semestres de soledad y de reencuentro".

Vuelvo al evento del último viernes por la noche, una ceremonia del adiós sin tristeza ni dolor. Como en años anteriores, la disfruté a plenitud. Desplazar a la izquierda la borla de sus birretes y ser testigo de aquel instante de felicidad en sus rostros no tiene precio. Siempre me he deleitado observando a los familiares en estas circunstancias. He estado pendiente de sus murmullos, he escuchado sus gritos de felicidad y he sido testigo de la euforia desatada cuando se pronunciaba el nombre de un graduado o de una graduada. Me quedo con esta escena. El orgullo de la familia sube al estrado y agita su diploma con fuerza. La hemos visto crecer en las aulas y en el trabajo de campo. Le ha ganado a la inseguridad y a la procrastinación. Y la vemos lanzar su birrete al aire y abrazarse con quienes ha compartido estos semestres de soledad y de reencuentro. Es el abrazo de la victoria, pero a lo mejor también es el de la despedida. Algunos afectos quedan para siempre, otros se desvanecen con los años… Lo sabemos bien quienes ya andamos en el segundo tiempo. Ella y él saben que han cerrado un ciclo muy importante de sus vidas. Y creo que también son conscientes de lo que les espera. En tiempos de tanta incertidumbre, tienen que anidar en el ojo de la tormenta.

Veo a una mamá acariciando con ternura el cabello de su hija. Distingo a un papá que permanece en silencio, haciendo puchero. Sus ojos parecen mojados. Mis alumnos siguen abrazándose".

Son las 10 de la noche del viernes 7 de julio. Y ahora veinticinco egresados de Periodismo PUCP buscan a los suyos para tomarse fotos y selfis en las afueras del Polideportivo. Veo a una mamá acariciando con ternura el cabello de su hija. Distingo a un papá que permanece en silencio, haciendo puchero. Sus ojos parecen mojados. Mis alumnos siguen abrazándose y beben el delicioso espumante que por fin se sirve en este campus sagrado y hermoso después de quince años de abstinencia. Ni modo, yo debo manejar, suficiente con un brindis. Deambulo por la cochera en medio de la oscuridad. ¿Dónde habré dejado el carro? Aprieto los botones de la llave buscando el sonido que me diga: ‘Hey, tranquilo, estoy aquí’, pero repentinamente siento un latido que golpea mi pecho con una fuerza inusual. Es un mensaje de voz por WhatsApp. Alguien me pide regresar de inmediato al Polideportivo porque ¡nos falta la foto contigo, Mario!

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