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En el Día del Medio Ambiente, una breve mirada a la crisis de la biodiversidad

  • Eric Cosio
    Director del INTE-PUCP

Necesitamos, en breve plazo, encontrar términos de convivencia para una población humana que hoy en día es demasiado numerosa en relación con su entorno biológico y físico».

Este año, el Día Mundial del Medio Ambiente —que se celebra el 5 de junio— tiene como tema central a la biodiversidad. Ello nos da, en pocas semanas, la oportunidad de reflexionar doblemente sobre el tema, ya que hace poco celebramos el Día Mundial de la Diversidad Biológica. Sin embargo, los mejores planes tienden a ser víctimas de las circunstancias.

La pandemia actual nos obliga a tomar un enfoque mucho más amplio para este día y no se trata de que volvamos a este tema, que ya se ha vuelto demasiado visible, sino del contexto generado por la pandemia y cómo nos permite especular sobre escenarios alternativos del impacto de la actividad humana en el planeta.

Usualmente, escribir sobre el impacto humano tiene más de obituario que de lectura positiva. La crisis de la biodiversidad, de la capa de ozono, de los microparticulados, de los microplásticos y, claro, del calentamiento global son temas que en todas las agendas marcan alerta roja. Lamentablemente, reducir estos impactos de manera efectiva depende de voluntades políticas, modificación de modelos económicos e incentivos vigentes, y de dinámicas socioeconómicas y demográficas que, en gran parte del mundo, están más allá del control político.

El impacto humano sobre los ciclos biogeoquímicos planetarios es de una magnitud indescriptible y podemos considerar que la mitigación ha dejado de ser una alternativa real. Adaptación es la consigna».

La aparición del SARS-CoV-2 tendrá impactos sociales aún difíciles de predecir y ha tenido un impacto dramático sobre la economía mundial. Aunque la reducción estimada en el PBI global sea menor que la de la crisis financiera del 2008, su impacto sobre el sector manufacturero y de transporte, principales generadores de contaminación atmosférica y acuática, ha sido significativo. Datos del Observatorio Orbital de Carbono (OCO-2 y OCO-3) indican reducciones en emisiones de carbono no vistas desde que se empezaron a registrar estos valores, hace seis décadas. El Economist de la semana pasada reporta que la Agencia Internacional de la Energía estima una caída en emisiones del 8% para este año.

Si bien esta reducción no tendrá impacto sobre el calentamiento global, se especula sobre reacomodos en la matriz de generación energética en muchos países y algunos plantean incluso la posibilidad de que estemos llegando al pico de emisiones, algo impensable antes de esta crisis.

Se especula sobre reacomodos en la matriz de generación energética en muchos países y algunos plantean incluso la posibilidad de que estemos llegando al pico de emisiones».

Sería apropiado terminar esta nota en estos términos positivos, pero la realidad es más compleja que nuestra contribución al calentamiento global. Por una parte, vemos que el impacto humano sobre los ciclos biogeoquímicos planetarios es de una magnitud indescriptible y podemos considerar que la mitigación ha dejado de ser una alternativa real. Adaptación es la consigna.

Por otra parte, la crisis de la biodiversidad la debemos analizar como la crisis en los ecosistemas —maquinarias complejas—  en los que hemos interferido a todo nivel. El día a día del planeta es manejado por microorganismos que afectamos de muchas maneras, incluidos los antibióticos. La salud y el bienestar humano, al igual que los de muchos ecosistemas y de la misma agricultura, dependen de la “microbiota” con la que han coevolucionado. Necesitamos, en breve plazo, encontrar términos de convivencia para una población humana que hoy en día es demasiado numerosa en relación con su entorno biológico y físico. Si no buscamos soluciones basadas en la naturaleza, ella nos dará la solución. Estamos advertidos.

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