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El significado de la Semana Santa

  • R.P. Felipe Zegarra
    Profesor Principal del Departamento de Teología de la PUCP.

La Semana Santa es, mucho más que la Navidad, la conmemoración de los acontecimientos fundamentales del cristianismo

Los peruanos, inclusive los no practicantes y aun los no cristianos, celebramos festivamente la Navidad. Es una fiesta “bonita” y familiar. Por ello mismo, quienes no tienen una familia integrada, se aíslan y tienen ocasión de un sufrimiento adicional en esos días. Además, se vive una descomunal incitación a consumir, para muchos difícil de enfrentar.

Con la Semana Santa no ocurre lo mismo. De pronto, porque suele caer cuando todavía hay secuelas del verano, así que muchos de los que pueden acostumbran pasar varios días en las playas, sea en casas de balnearios “asiáticos” o en campamentos bien surtidos…

Pero la Semana Santa es, mucho más que la Navidad, la conmemoración de los acontecimientos fundamentales del cristianismo: la celebración de la entrega personal y completa de Jesús, el Hijo de Dios hecho “carne”; es decir, del Dios que —por amor— asumió la condición humana en toda su extensión, hasta la muerte, “y muerte de cruz”.

En los días centrales de Semana Santa —jueves a domingo— se hace el memorial de la prisión, juicio, tortura y muerte de Jesús. San Pablo dice con claridad “me amó y se entregó por mí” (Gálatas 2,20). Pero también se revive lo que lleva a plenitud esa donación: el triunfo de Jesús sobre la muerte, la Resurrección, acontecimiento que lleva el valor de la vida humana a toda su potencia, porque todos estamos llamados a la Resurrección.

He escrito palabras como «celebramos», «conmemoración», «memorial», «se revive»; detrás de estos términos hay una palabra bíblica, hebrea, que si bien se traduce por “hacemos memoria”, en realidad tiene un sentido mucho más fuerte: “hacemos presente” (que no es igual que «representamos»). Y de eso se trata: los cristianos nos reunimos para ponernos en contacto —sacramental, por cierto— con el Señor resucitado que conserva las huellas de su pasión y muerte.

Solo cuando alguien tiene, al menos en una pequeña medida, experiencia del amor de Dios —sea porque agradece la vida o la salud, sea porque considera que el amor recibido u ofrecido está vinculado, como a su raíz, al amor primero de Dios— la participación efectiva en los días de Semana Santa tiene auténtico sentido. Y por eso se prefiere asistir a una celebración a tener  algunos días de vacaciones.

Pero ese amor recibido se manifiesta en las obras, o mejor, en la vida de las personas, vida que es marcada por la práctica del amor a los hermanos. Implica un compromiso cotidiano, sobre todo por las hermanas o los hermanos necesitados: los pobres, los enfermos, los hambrientos, los presos, los ancianos, los trabajadores con horarios exigentes y sueldos insuficientes, los indígenas, los niños… Compromiso vital, demandante y al mismo tiempo gratificante. Como dice San Pablo, “Dios ama al que da con alegría”.

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