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El "minuto de odio" del Estado

Estos últimos días fuimos testigos de una vorágine de imágenes y de discursos sobre el enfrentamiento de los nativos y el Gobierno en Bagua, Amazonas.

  • Mariel García

Imágenes, sin editar, de una cruda violencia y desconcierto. Mucho se ha dicho sobre el tema; aquí quiero referirme al spot televisivo sobre el conflicto producido por el Ministerio del Interior y difundido por diferentes cadenas de televisión nacionales.

El spot comienza con la pantalla en negro y una voz que dice: Así actúa el extremismo contra el Perú. La imagen siguiente es la del líder nativo, Alberto Pizango, diciendo: (…) a declarar a nuestros pueblos en insurgencia, en insurgencia (frase reiterada por efecto de la edición). La voz en off continúa: 22 humildes policías asesinados con ferocidad y salvajismo. No hubo enfrentamientos, hubo asesinato. Fueron cobardemente degollados cuando se encontraban desarmados e indefensos. A esto le llama diálogo el extremismo. La ley garantiza la propiedad de 12 millones de hectáreas para 400 mil nativos y además garantiza 15 millones de hectáreas como santuarios naturales. Pero los extremistas, por consigna internacional, quieren detener al Perú. Quieren impedir que los peruanos se beneficien con el gas y el petróleo de su subsuelo. Unámonos contra el crimen. Que la patria no pierda lo avanzado. Imágenes de los cuerpos de los policías, desnudos y ensangrentados, efectivamente degollados, acompañan la narración. Los nativos aparecen con sus lanzas corriendo por una carretera. Luego se muestra a madres y esposas de los policías caídos llorando y los ataúdes cubiertos con banderas peruanas en la iglesia donde velaron sus cuerpos. Las últimas muestran a las FFAA marchando.

Luego de ver este minuto de odio es inexplicable la sensación que me invade. La Náusea podría ser. Me asaltan las preguntas: ¿Qué es lo que queda frente a un discurso promotor de la polarización que proviene del mismo Estado, que llama a los nativos asesinos («traidores a la patria» en palabras del Presidente), que solo reconoce las muertes de los policías y que, finalmente, invisibiliza el reclamo amazónico detrás de estos últimos hechos apelando a toda suerte de fantasmas (terrorismo, intervención extranjera, políticos antisistema, etc.)? ¿Es este el «cambio responsable» por el que para muchos era casi un deber votar ya que de lo contrario nos esperaba el extremismo de Ollanta Humala? ¿Acaso lo que está ocurriendo no es extremo (extremadamente intolerante, autoritario y violento)? ¿Podemos todavía decir que vivimos en una democracia? Tenemos un aparato de gobierno que dicotomiza el campo social en vez de propiciar el diálogo, que en lugar de un mínimo ejercicio de autocrítica frente a sus acciones, refuerza su postura en un minuto de odio televisado. Se trata de un Estado que apuesta por la imposición –a como dé lugar– de un tipo de desarrollo extractivo y de corto plazo. Un Estado que ha asumido la defensa exclusiva de intereses empresariales (recordemos que los decretos en cuestión se dieron en el marco de la adecuación al TLC con los EEUU). Un Estado que justifica sus actos en nombre de 28 millones de peruanos (frente a lo cual quisiera creer que no estamos de acuerdo con ser representados de esta manera).

Del lado de los nativos, considero que si bien son condenables los asesinatos cometidos, no se puede reducir toda interpretación de su reclamo a este punto. Lo que está en juego no es solo un paro de 56 días frente a normas específicas, sino una protesta que condensa una historia de abandono e imposición estatal. Por otro lado, tampoco podemos igualar a todos los nativos con aquellos que cometieron los asesinatos.

Presenciamos, no solo un enfrentamiento físico, con muertos y heridos, sino también una guerra en el discurso. Una disputa sangrienta entre dos interpretaciones de la realidad, entre dos modelos de desarrollo antagónicos: uno que cuenta con mecanismos oficiales y espacio en los medios de comunicación tradicionales para imponerse y otro que se despliega por canales alternativos. Considero importante hacer notar que las principales empresas de televisión realizaron reportajes críticos a la postura del Gobierno y paralelamente transmitieron el spot descrito. Este hecho hace evidente otra contradicción que marca nuestra sociedad: se critica desde la función social informativa de los medios pero, desde su lógica empresarial, se acepta cualquier contenido.

Creo, pues, que es momento de detenernos, cuestionar y remover nuestros sentidos comunes. Preguntarnos si estamos de acuerdo con esa patria que «avanza» y que no puede ser detenida por «unos cuantos nativos». Preguntarnos también si el Perú solo puede avanzar en estas condiciones.

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