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Las lecciones políticas que nos deja Alberto Fujimori

  • José Incio
    Profesor del Departamento de Ciencias Sociales

Alberto Fujimori es una de las figuras más polarizantes en la sociedad peruana. Cada ciudadano construye su propia narrativa sobre el legado que dejó, pero, como sociedad, necesitamos puntos de referencia comunes para comprender y evaluar su impacto en nuestra historia republicana.

Fujimori llegó al poder en 1990 a través de elecciones democráticas, posicionándose como una opción diferente con ideas simples y efectivas. Su victoria demostró su capacidad para conectar con una mayoría que apenas había obtenido ciudadanía política una década antes, desafiando las posiciones ideológicas tradicionales de las élites políticas.

Cada ciudadano construye su propia narrativa sobre el legado que dejó, pero, como sociedad, necesitamos puntos de referencia comunes para comprender y evaluar su impacto en nuestra historia republicana".

El contexto que enfrentó Fujimori al asumir la presidencia era desafiante: una hiperinflación sin precedentes, grupos armados que amenazaban el orden democrático, partidos políticos desacreditados y un panorama internacional incierto tras la caída del Muro de Berlín.

Sin embargo, desde el inicio de su mandato, los valores democráticos brillaron por su ausencia. Fujimori implementó políticas opuestas a las prometidas en campaña. Gran parte del 62% que votó por AF lo hizo bajo la premisa de que no habría shocks económicos. Si bien no era el primer político en no cumplir su palabra, el tamaño de esa traición dejó una primera lección amarga: para los electores, desconfiar de las promesas electorales; para los políticos, que la consecuencia no es necesaria para ganar.

Si bien no era el primer político en no cumplir su palabra, el tamaño de esa traición dejó una primera lección amarga: para los electores, desconfiar de las promesas electorales; para los políticos, que la consecuencia no es necesaria para ganar".

El autogolpe de 1992 marcó el fin de la transición de un gobierno democráticamente electo a un gobierno autoritario. En lugar de buscar alianzas y negociar acuerdos en un Congreso donde tenía presencia significativa, Fujimori optó por la vía autoritaria, aliándose con las Fuerzas Armadas y cerrando el Legislativo. Este acto dejó una huella profunda en nuestra cultura política: la idea de que es válido imponer puntos de vista por la fuerza y que los controles democráticos son prescindibles.

Entre 1992 y 2000, Fujimori promovió un estilo de gobierno personalista, menospreciando el papel de los partidos políticos. Su enfoque «efectivista» se centró en la imagen presidencial, inaugurando obras y creando programas de asistencia social sin planificación a largo plazo. Los partidos son problemáticos para políticos como AF porque son un contrapeso a los personalismos, ya que, en un partido, los líderes tienen competencia interna y esta ayuda a formar alianzas, a encontrar puntos medios, en fin, a hacer política. Esta estrategia reforzó la noción de que los partidos son meros vehículos electorales, desechables una vez alcanzado el poder.

Los partidos son problemáticos para políticos como Alberto Fujimori porque son un contrapeso a los personalismos, ya que en un partido los líderes tienen competencia interna y esta ayuda a formar alianzas, a encontrar puntos medios, en fin, a hacer política".

La crisis del 2000, con evidentes manipulaciones electorales y compra de congresistas, consolidó las lecciones más nocivas del fujimorismo: que las elecciones no necesariamente se ganan en las urnas y que las mayorías parlamentarias pueden comprarse.

En resumen, para el espacio político donde colisionan visiones, propuestas, y se deciden las cosas, donde debería haber reglas básicas -que definen un espacio democrático-, el legado de AF no fue positivo. El legado político de Fujimori, durante su gobierno, contaminó nuestra incipiente democracia con prácticas que socavaron las instituciones y las reglas del juego democrático. Las consecuencias de estas lecciones siguen vigentes en nuestra cultura política y representan un desafío continuo para la consolidación democrática del Perú.

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