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Piñera en Perú: De historias, memorias y reconciliación

A propósito de la visita del presidente chileno, Sebastián Piñera, al Perú.

  • Rodolfo Cerrón-Palomino
    Profesor principal de Lingüística del Departamento de Humanidades

Los presidentes García y Piñera, en la reciente visita de este último a Lima, señalaron lo que esperábamos oir: que el Perú y Chile tienen mucho en común, que es más lo que nos une que lo que nos separa, que la integración y la sana competencia económica son compatibles y que las cuestiones de la Haya deben ventilarse en dicho tribunal de justicia. Asimismo, la memoria del pasado suscitó algunas reflexiones de los mandatarios las que, sin embargo, distan de acercarse a la génesis de una necesaria política del perdón y de la reconciliación que debe acompañar el proceso de integración propuesto y tener como punto de partida la recíproca confianza en el otro.

Sobre este último aspecto, el presidente García cuestionó enfáticamente las carreras armamentistas emprendidas por algunos países de América Latina, aunque evitó mencionar explícitamente el caso chileno. Ciertamente, en las últimas décadas, las adquisiciones bélicas de Chile han convertido a su fuerza armada en la segunda más poderosa del subcontinente, solamente superada por el Brasil. De esta manera, el quiebre chileno del equilibrio estratégico-militar del subcontinente traza finos hilos de continuidad con su geopolítica tradicional, la que se aplica desde su fundación política. Es así como la antigua vocación chilena de representar la «estrella solitaria» de la región aparece hoy como un impedimento para generar el ambiente de confianza propicio para avanzar en la integración y cooperación propuestas.

Por otro lado, si bien parece saludable la insistencia con la cual los dos mandatarios sostuvieron que el tribunal de justicia de la Haya es el escenario propicio para ventilar el contencioso marítimo -adoptando de ese modo la saludable tesis de las «cuerdas separadas»-; lo que ambos omitieron fue la explícita afirmación de que el fallo -el que fuere- debe ser aceptado por ambos estados. En todo caso, transparentar la voluntad de acatamiento del fallo de la justicia internacional parece imprescindible como punto de partida para luego aplicar una serie de políticas que fomenten la integración y la reconciliación. En este contexto, el fallo de la Haya debería convertirse en el disparador de una etapa acercamiento y distención en las relaciones bilaterales, en el entendido de que todos los asuntos limítrofes pendientes entre el Perú y chile se habrán superado de manera definitiva.

No debemos olvidar, no obstante, que la apuesta por un futuro de cooperación no puede partir del simple argumento de voltear la página y «olvidar» el pasado, sencillamente porque a nivel de las colectividades las cosas no funcionan así. Así por ejemplo, en Chile sorprende a muchos que la memoria peruana de la Guerra del Pacífico mantenga muy presentes los recuerdos de aquella, pero lo cierto es que dicha recordación reproduce un imaginario del otro como sujeto hostil y por ello mismo el tema más que sorprender, debería preocupar.

La pregunta que cabría hacerse en Chile -y que no se hace- es por qué la colectividad vecina lo recuerda de esa manera y con qué tipo de políticas específicas podrían esas evocaciones tornarse menos vivenciales. Ciertamente, la viva recordación peruana de la conflagración se debe al hecho mismo de su derrota, a la amputación territorial y a la invasión de la mayor parte del territorio, lo que ha implicado -además- la generación de miles de pequeñas historias orales por todo el país, las que reproducen una y otra vez el trauma de la invasión. Y estos relatos serán los únicos, y no podrán alternarse con otros, sí el estado y la colectividad a los que se identifica como autores de una agresión pasada no envían señales nuevas con significados también nuevos.

Así pues, en otras latitudes, la cicatrización de las heridas del pasado se ha logrado con la aplicación de políticas de la reconciliación y el perdón de largo aliento. Estos gestos de buena voluntad se han llevado a cabo en el marco de tratados de la integración que han priorizado los aspectos históricos, socio-culturales, educativos y los intercambios juveniles. Este es el caso de Alemania y Francia.

Respecto de la historia de la Guerra del Pacífico, es positivamente cierto que cada estado implicado ha producido su versión oficial y que las causas del mismo son y seguirán siendo discutibles. Lo que parece más claro es que el desarrollo de la Guerra supuso la agresión de Chile a Bolivia y el Perú y que, frente a la palpable realidad de ese ataque, Chile debería pronunciarse, en el marco de una serie de gestos de amistad bilaterales.

En su discurso en Palacio de Gobierno, Sebastian Piñera recreó dos acontecimientos históricos para demostrar que entre Chile y Perú existen también buenos recuerdos, los que sin embargo viven a la sombra de los malos: la independencia y la guerra contra España de 1866. En términos generales, la mención fue un acierto y de lo que se trata es de convertir dichos sucesos en sitios de memoria que grafiquen la existencia de una amistad peruano-chilena de larga data, sitios de memoria que supongan la edificación de nuevas efemérides oficiales, cuya conmemoración suponga el acercamiento entre ambas sociedades.

Sin embargo, el enfoque de Piñera sobre ambos eventos contiene los derroteros básicos de la historiografía oficial chilena y por eso cabe plantear algunos matices. Así, más que sostener que la expedición libertadora del sur independizó al Perú sin más, sería pertinente señalar que con la participación de muchos argentinos, chilenos, gran-colombianos y peruanos se selló la independencia americana en la batalla de Ayacucho, con lo que se obtuvo un beneficio para todas las partes coligadas. Asimismo, la participación chilena y ecuatoriana en la guerra con España de 1866 debe ponderarse como una acción conjunta para enfrentar a una amenaza general a la seguridad regional. De este modo, en lugar de enfatizar la «deuda» de un país hacia el otro, se priorizará más bien el logro de objetivos comunes en una atmósfera de cooperación regional.

En síntesis, el reconocimiento del daño infligido, la celebración de eventos históricos que nos unen y la edificación de sitios de memoria tendientes a crear efemérides que apunten a la reconciliación pueden resultar la clave para que ésta se lleve a cabo conjuntamente con la integración económica propuesta. Así pues, la revisión de los problemas del pasado, aparentemente subjetiva, parece fundamental para consolidar las relaciones bilaterales en otras áreas porque ultimadamente atañen la identidad colectiva, generan corrientes de opinión e influyen en los actores políticos y sus decisiones. Las preguntas que queda en el ambiente es si al Perú le será posible superar el rencor y a Chile el orgullo; y saber si acaso con Sebastián Piñera la vocación de estrella solitaria del estado chileno comenzará a declinar frente a una política de liderazgo regional tendiente a trazar lazos permanentes para la integración.

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