La renuncia del papa
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Jeffrey Klaiber, S.J.
Historiador y profesor del Departamento de Humanidades
Para muchos la renuncia del papa Benedicto XVI fue una sorpresa, seguramente porque pensaban que los papas no pueden renunciar. Es evidente que sí, pueden y lo han hecho.
La decisión de Benedicto XVI es un acto admirable de humildad y coraje. En un mundo en que los poderosos se aferran al poder, renunciar al poder voluntariamente requiere humildad y valentía.
Hay un problema especial cuando se trata de un cargo vitalicio: el ocupante del cargo puede envejecer y perder la capacidad mental para saber cuándo debe tomar la decisión de renunciar. En las democracias modernas los mandatos tienen sus límites. En una monarquía como el papado no hay límites.
Además, los tiempos han cambiado: la gente vive más tiempo gracias a la medicina y las intervenciones quirúrgicas. Pero, en un mundo en donde las cosas cambian tan rápidamente, un mandatario secular o religioso tiene que estar al día. Por eso, un reinado demasiado largo no es conveniente para la Iglesia católica.
En realidad, el Derecho Canónico contempla la posibilidad de una renuncia papal. Por eso, Benedicto no está haciendo algo impensable.
Pero, ahora todo el mundo está especulando acerca de quién sería el nuevo papa. Esto es perfectamente normal. Pero hay que ir más allá de las personas para hablar de estructuras.
El Concilio Vaticano II (1963-65) abrió la Iglesia al mundo moderno. Vino a ser una nueva Magna Carta para la Iglesia. No dio una serie de nuevas leyes a la Iglesia, sino, más bien, como Cristo en el Sermón de la Montaña, una nueva visión de lo que la Iglesia podría ser en adelante. Por eso, el Derecho Canónico no es la ley suprema de la Iglesia, sino los mandatos del Concilio.
Por eso, constituye una guía para el Papa. En realidad, la gran pregunta es: ¿el nuevo papa será fiel al espíritu del Concilio? Mucho depende de la respuesta a esta pregunta para saber si la Iglesia católica será capaz de enfrentar los retos del mundo moderno.
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