El adiós a don Óscar Avilés
Niños, adultos y viejos se despedían de un hombre que sintieron más cercano que esos viejos héroes
Aunque no suelo ser amigo de las efemérides, lo cierto es que el 5 de abril es una fecha que ha marcado muchas veces el calendario histórico peruano. Un 5 de abril el Perú entró en guerra con Chile a fines del siglo XIX; a fines del siglo XX, un día similar el presidente Fujimori disolvería una aún joven democracia. Este 5 de abril último, quedará señalado con la muerte de uno de los actores culturales más importantes del siglo XX: Oscar Avilés.
Sé que la comparación puede parecer, al menos, osada. Sin embargo, si analizamos con cuidado el devenir de nuestra memoria nacional, notaremos que hace mucho las páginas de la historia dejaron de ser exclusivas de acontecimientos políticos o de esos prohombres que habían fundado la nación oficial. Junto con ellos o, de forma paralela, se construía un relato distinto, cifrado en otros nombres o en multitudes anónimas que, al igual que eso héroes del pasado, habían contribuido de manera heterogénea en la construcción de las distintas identidades nacionales.
Ese relato es el que hace mucho comenzó a elaborar la historia cultural cuando comenzó a desprenderse de la rigidez de las ideologías y a penetrar en las subjetividades y sensibilidades de la población. De ello he sido testigo este domingo cuando al recorrer con el cuerpo de Avilés el camino del Museo de la Nación al cementerio Baquíjano del Callao, el número de personas que iban uniéndose en el camino crecía conforme nos acercábamos a los distritos populares de La Victoria y El Callao. Miles de personas fueron poblando la avenida Colonial y, entre aplausos y adioses con la mano, niños, adultos y viejos –un poco desencajados por la tristeza– se despedían de un hombre que sintieron más cercano que esos viejos héroes.
Avilés fue un actor cultural especialmente significativo para los sectores populares. Además de su papel de intérprete o guitarrista, durante muchos años fue director artístico de la disquera IEMPSA y a él debemos más de dos década de música peruana muy variada que él supo valorar e integrar a aquello que pasaría a convertirse en el canon de la música popular nacional; fueron su creatividad y su olfato comercial, asimismo, los que redirigieron las carreras de numerosos artistas queridos por la población entre 1950 y 1980.
Pero Avilés era importante para esa población porque más que otros les recordaba, si no tiempos mejores, al menos pequeñas y furtivas glorias. Fue su guitarra la que acompañó a una selección de fútbol que clasificó al mundial en los setentas y su voz, la que unida a la de Cavero, les señaló mejor que una clase de educación cívica las formas oficiales de patriotismo. No sin cierta impostura, Avilés no había abandonado, sino hasta que su salud se resquebrajó, las calles de la Lima popular en la que el creció; y así, uno podía cruzarse con él comprando dulces en “El chalaquito” de la Plaza Manco Cápac o bebiendo cervezas y bromeando en las cantinas del Callao. Así lo conocí hace casi dos décadas en un club musical de La Victoria, y así es como quisiera recordarlo.
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