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Lo que quisiéramos decirle al Papa de lo que hacemos y queremos hacer en la PUCP

  • R.P. Gastón Garatea, SS.CC.
    Asesor en temas de Responsabilidad Social de la Dirección Académica de Responsabilidad Social

Somos una universidad que lleva un siglo tratando de mostrar que Jesús vive entre nosotros; y es con nuestra propia conversión, reconociendo nuestros pecados, que tenemos que anunciar el Evangelio. Queremos decirle que si lo hacemos desde el lema Et lux in tenebris lucet es porque también queremos ser Christianus alter Christus.

Somos una Universidad que sigue a Jesús en un mundo difícil. Seguir a Jesús en nuestros días no es tarea fácil, pues la corrupción del pecado tiene una vigencia tremenda en nuestro mundo, uno lleno de contradicciones y miedos tras haber experimentado durante veinte años la violencia del terrorismo y las secuelas tan fuertes que nos han dejado entre los peruanos.

La corrupción hace que nuestra realidad no tenga el rostro que nos permita actuar en lo concreto de nuestra vida. Es por eso que el tema de la verdad es uno de los valores que tiene un peso muy grande. Algunos piensan que se trata de algo figurativo, que debe estar presente, pero que no tiene ninguna vigencia real. De esta manera, la mentira forma parte de lo que somos y nos hace sobrevivir en medio de nuestras incoherencias. Sin embargo, tenemos que decir que sin la verdad nada de lo que digamos es valedero; más aún, se convierte en parte de la farsa tan común entre nosotros, que promete cosas que nunca se han pensado cumplir.

Y es debajo de esos valores que se encuentra la consideración de la valía de nuestros hermanos, la cual nos lleva a entender, cada día en forma nueva, que lo más importante es dar la vida por nuestros hermanos y hermanas, y que tenemos que sentirnos afectados especialmente por todo aquello que viven los pobres y desvalidos; no porque nos den pena, sino porque nuestra solidaridad forma parte de la justicia y la verdad, y porque ellos son los preferidos del Señor.

El compartir solidariamente nos da una cara ante el mundo que nos hace, al mismo tiempo, trabajar y gozar del Evangelio que nos hermana. Y porque caminamos en una Iglesia peruana que es exactamente igual a nosotros: santa y pecadora; no somos, pues, ni mejor ni peor que nuestros hermanos. Subimos y bajamos, llevando en nuestro corazón a Jesús mismo que se gloria de estar con nosotros.

Nos encontramos saliendo de un largo periodo en el que la mayoría de nuestros hermanos más humildes han vivido en la inseguridad que produce la pobreza, sumada a lo inalcanzable que se volvieron la educación, la salud, la alimentación y, sobre todo, el trabajo digno. Teníamos la impresión de que la vida no iba hacia adelante, sino que sufría de un inmovilismo que no dejaba lugar para quienes no se resignaban a esperar que fuera la vida y no ellos mismos la que los moviera o deshiciera. Bajo el nombre de la paz se buscaba el no-cambio, y se aleja fuertemente todo aquello que hay que extirpar, modificar, cambiar y reformar.

Frente a ello, nuestra pertenencia a Jesús asume que la construcción del Reino es lo central en su predicación. Esto nos llena de gozo pues sentimos que tenemos, indignamente, la misma misión que él: “Anunciar un cielo nuevo y una tierra nueva”. Por el amor de Dios que nos inunda y el cariño a nuestros hermanos y hermanas, sabemos que el mundo nuevo se trata de una calidad de vida con sentido y futuro. Construir el nuevo Reino  es una tarea que nos queda grande, pero sabemos que con la ayuda y el seguimiento de Jesús, que gracias a la acción del Espíritu, no solo es posible, sino que podemos avanzar, ya que la medida de Dios valorará siempre lo bueno que podamos hacer a pesar de nuestros pecados e incoherencias.

Sabemos el lugar especial que tiene la justicia, madre de la paz: no podremos soñar con una paz verdadera mientras exista una injusticia “legalmente” establecida, que no toma en cuenta a las víctimas que sufren daños desde muy antiguo, que les promete reformas y cambios radicales, para tan solo las defrauda a lo largo del camino de la vida.

Estos son, pues, los retos que tenemos como universidad católica en nuestro mundo y que nos demandan a reafirmarnos en nuestro lema Et lux in tenebris lucet, porque es en este servicio que se pone en juego nuestra propia conversión.

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