Bolsonaro, su política exterior y el Perú
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Óscar Vidarte
Profesor del Departamento de Ciencias Sociales
Es muy probable que Jair Bolsonaro, el recientemente electo presidente de Brasil, no tenga como prioridad, por lo menos al inicio de su gobierno, los asuntos internacionales. El difícil escenario interno –una economía saliendo de una de las peores recesiones de su historia y una profunda crisis política que ha ensuciado a la mayor parte del establishment– nos indica que este debería ser el principal frente de batalla del próximo mandatario brasileño. Además, considerando el importante rol que ha tenido el Ministerio de Relaciones Exteriores (también conocido como Itamaraty) en la institucionalización de la política exterior del gigante sudamericano, podrían esperarse pocos cambios a nivel internacional.
No obstante, los problemas que va a tener Bolsonaro para hacer viables sus propuestas en un poder legislativo fragmentado, más aun teniendo en cuenta la poca capacidad de negociación que parece mostrar alguien con el perfil del nuevo presidente de Brasil, podrían llevarlo, al igual que Donald Trump, a girar su atención hacia lo internacional, ámbito que no pasa tanto por el difícil transito parlamentario.
Por lo pronto, en campaña, ha anunciado su alineamiento a los Estados Unidos de Trump, incluso ha mostrado simpatía por los actuales gobiernos de Israel e Italia. Pareciera que este eje ultranacionalista empieza a ampliar sus redes en América Latina. En tal sentido, no se ve a Brasil como un aliado en la lucha por los derechos humanos o el medio ambiente en el mundo, ni muy propenso a la promoción de los espacios multilaterales, aunque retirarlo de las Naciones Unidas, como lo señaló Bolsonaro en alguna ocasión, no es creíble.
Respecto a los intereses del Perú, a nivel bilateral no existen muchas referencias (en general, sucede lo mismo con toda la región). Pero, por su perfil ideológico, se prevé una mala relación con países como Venezuela y Bolivia. El debilitamiento de la relación entre Brasil y Bolivia puede llevar a Bolsonaro a cuestionar proyectos que también implican al Perú, como el conocido tren bioceánico. No es casualidad que, aprovechando esta situación, el gobierno de Sebastián Piñera –probablemente muy cercano en términos políticos al próximo régimen brasileño y Chile como histórico aliado del Brasil (sobre todo en los años de la dictadura brasileña, que Bolsonaro suele rememorar)– está ofreciendo una ruta distinta para el mismo proyecto con salida por un puerto chileno y no por el puerto de Ilo.
Asimismo, en el corto plazo, existen dos temas que pueden ser de preocupación para el Perú. Por un lado, su política a implementar respecto a los migrantes venezolanos. Siguiendo los pasos de Trump, Bolsonaro muestra una mirada dura respecto al problema migratorio, propone cambios en la ley de inmigración y la implementación de campos de refugiados. Esto último no solo resulta poco humanitario, sino que, al ser un problema que afecta a una parte de la región, la solución no pasa por salidas unilaterales, que justamente dañan los intentos de los países afectados por lograr una posición común.
Por otro lado, si bien Bolsonaro ya rechazó la posibilidad de una intervención militar en Venezuela -luego de no haberla descartado-, la posición de Brasil puede perjudicar las acciones que viene promoviendo el Grupo de Lima, bajo el liderazgo peruano. Luego de las diferencias que ha mostrado este grupo con el secretario general de la Organización de los Estados Americanos, Brasil y Colombia -más cercanos a los Estados Unidos y, justamente, países vecinos de Venezuela- pueden dificultar aún más el consenso multilateral para presionar al país caribeño por una salida democrática.
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