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Sobre Bagua: Alan, ¡te equivocas!

«¿Y ahora qué hago?» –le preguntó Napoléon, el Cerdo, al Cuervo que hacía las veces de su asesor. «La palabra clave –le dijo el Cuervo–. Si la granja se alborota, si hay crisis, usa la palabra clave: ¡Complot!».

  • Carlos Alza
    Director de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas

Cualquier parecido con la realidad NO es pura coincidencia. En Rebelión en la granja, George Orwell retrató bien la naturaleza humana y la precariedad de la política. Y el presidente García, al puro estilo del personaje orwelliano, nos habla de un «complot internacional contra el Perú», para justificar su impericia y la de sus ministros en el manejo del conflicto social generado con los indígenas, y que ha dejado como saldo la lamentable muerte de numerosos policías y civiles. Y es que el Presidente cree que con un argumento como ese vamos a dejar pasar la irresponsable acción del Gobierno y las políticas públicas en materia ambiental e indígena, que retroceden en lugar de avanzar en la vigencia de derechos. Una estrategia –como la utilizada por el cerdo Napoleón– es efectista para una granja, pero no deberá serlo para nuestro país. Efectista para ocultar los temas de fondo, hablando de terrorismo, sedición y complots.

El problema, a diferencia de lo que dicen García, Simon y Cabanillas, no es Pizango, AIDESEP o los indígenas. El problema central radica en otros dos aspectos que muy pocos discuten, o nadie quiere discutir: la profunda exclusión que impera en nuestro país respecto del mundo indígena y la forma en que se hacen las políticas públicas en este Gobierno, el modelo de desarrollo que está detrás de cada decisión pública, la forma y los criterios sobre los que se hacen y aprueban las leyes para darle forma al «desarrollo» de «nuestro país». La pregunta es: ¿De qué desarrollo hablamos? ¿El desarrollo de quién? ¿El país de quién?
Alan García y sus ministros insisten en decirnos que hay un «enemigo común al desarrollo», que existen «algunos salvajes que quieren impedir el desarrollo del Perú». Es más, afirman que «esos (los indígenas) se oponen a nuestra modernidad». Sin duda, Alan García pasó por Francia, pero la Academia Francesa no pasó por él. Confunde modernidad con modernización. El desarrollo del que habla García responde a un modelo basado más en el crecimiento económico y la modernización del Estado, expresada en reformas y privatizaciones que a un desarrollo en el que los peruanos sean ciudadanos, y ejerzan sus derechos y libertades. Dichos modelos no son excluyentes, pero el primero suele ser más elemental que el segundo; si bien el segundo suele ser ineficaz sin el primero.

La modernidad, señor García, tiene que ver con la reubicación del hombre como centro de la discusión teórica y de la decisión científica y gubernamental. Tiene que ver con la construcción de políticas entre iguales respondiendo a las diferencias que nos hacen seres únicos. La modernidad tiene que ver con el cumplimiento de la ley, el respeto del Estado de derecho. Y usted, señor García, aprueba normas sin cumplir con las normas vigentes, afectando derechos, sin cumplir con el Convenio 169 de la OIT. No diga, entonces, que los indígenas son el problema. Ellos no iniciaron este peligroso juego. El problema no son los indígenas, que con toda legitimidad reclaman que se respeten sus derechos; el problema es su Gobierno que realiza acciones inconsultas, que desaparece el Instituto Nacional de Desarrollo de Pueblos Andinos, Amazónicos y Afroperuano (INDEPA) como órgano del más alto nivel para la representación y el diálogo; que en lugar de apoyar la titulación de las tierras indígenas pretende darlas en propiedad porque no están registradas; que aprueba normas que reducen el quórum para tomar decisiones en las comunidades. Ese es el problema.

Y en toda esta serie de errores repetidos, los demás, pecamos por contemplación. Esperamos que el Perú desarrolle a costa de unos pocos (¡son miles, ni tan pocos!) que están con «taparrabos» –como dijo la Ministra Cabanillas– y que, según el resto del país, tienen que sacrificarse para el «desarrollo del Perú». ¡Qué descaro! Si se afecta la propiedad de los Parker, de los Schütz o de los Marsano, el Perú se levanta entero para defender la propiedad y las libertades. Cuando se trata de los pueblos indígenas, se trata de una propiedad que debe ser sacrificada para que «todos nosotros» nos beneficiemos del desarrollo. ¡Es inmoral! Y únicamente da cuenta de la profunda brecha que existe entre peruanos. Lamentablemente, para muchos siguen siendo «los pueblos indígenas», los «otros», los «salvajes». Seguramente han cometido errores, y la justicia deberá cumplir su papel. Pero más allá de la coyuntura, ¿qué estamos haciendo por «nuestros» pueblos indígenas? ¿Nos solidarizamos con sus demandas? Así no se construye modernidad, aunque haya modernización. Así no se logra desarrollo, sino mero crecimiento. Es hora de pensar el desarrollo en serio.

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