Catolicidad en discusión
A propósito de una ya famosa controversia, suscitada en la Universidad de Notre Dame, en diversos lugares se ha planteado la cuestión de hasta que punto es sostenible el ideal de tener universidades católicas con estándares de excelencia académica.
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Ernesto Rojas Ingunza
Según algunos, existe una doble obediencia necesariamente conflictiva; por una parte, a las exigencias de la libertad académica y la autoridad de la razón autónoma, y por otra, a las exigencias de la fe y la autoridad doctrinal de la Iglesia. En esta línea, si ella insiste en pedir a la academia fidelidad a su doctrina, entonces lleva a la universidad y a sí misma a un callejón sin salida.
Obispos y católicos norteamericanos presionaron a la Universidad de Notre Dame para que desista de honrar al presidente Obama con un doctorado honoris causa en Derecho, por su postura frente al aborto. En Estados Unidos y también aquí, este proceder episcopal fue seriamente cuestionado. Entre las críticas, estimo que lo principal se concreta en lo siguiente: por más católica que sea una universidad, los obispos no tienen el derecho de exigir de ella una obediencia o fidelidad al magisterio episcopal. Es decir, es inadmisible que esperen –y que se escandalicen de que no sea así– que las universidades católicas hagan las veces de portavoces de las doctrinales oficiales, sencillamente porque en tanto universidades, ellas deben obediencia suprema a la razón autónoma y no a la autoridad eclesial. Exigir sumisión es, en definitiva, exigir que se desnaturalicen.
Es evidente que esta cuestión es relevante para la hora actual de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y por eso, desde la teología quiero ofrecer algunos puntos para reflexionar.
La obediencia que la Iglesia espera de los católicos es obediencia a la fe, a cuya conservación, propagación y profundización sirve la autoridad magisterial de los obispos. En cuanto a los no católicos, dentro de una institución constituida como católica (nuestra Universidad, por ejemplo), se espera respeto a la Iglesia y su doctrina, según el compromiso que los profesores asumimos al incorporarnos a la docencia.
La fe tiene su propio estatuto epistemológico y la teología, como disciplina, tiene su propio método. La teología es un espacio de libertad, pero no al modo en que lo es la filosofía. No es autónoma respecto a la fe eclesial, como tampoco la Iglesia lo es respecto a la Revelación. La fe no es un campo vacío sobre el que se puede decir casi cualquier cosa con el solo requisito de una sólida racionalidad: tiene contenidos reconocibles, algunos de carácter absoluto. En esto, los obispos tienen un cometido propio e insustituible frente al que no caben argumentos basados en los cambios culturales y la dignidad humana aunque, desde luego, sí en cuanto al modo en que lo lleven a cabo.
En teología y en el magisterio eclesiástico hay, por supuesto, muchos campos revisables, discutibles, y en absoluto estamos frente a formas de discurso totalitarias, pero, dentro de los parámetros del método teológico. El magisterio tiene un ámbito de competencia propio, y por tanto las ciencias y disciplinas del saber no tienen por qué, en principio, sentirse amenazadas. Racionalidad teológica, filosófica y científica no se excluyen, se complementan.
El cristianismo es un ámbito de comunión, como lo debe ser todo lo cristiano… y las universidades católicas también. ¿Acaso no será posible? Este es el reto que concierne a toda la comunidad universitaria.
El Perfil
Nombre: Ernesto Rojas Ingunza
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