Antonio Cisneros
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Luis Freire
Escritor y periodista
Antonio Cisneros era un sistema solar rodeado de diferentes grupos de amigos que podían tener mucho, poco o nada que ver unos con otros. No era el centro de todos ellos, pero su conversación torrencial, ingeniosa y cultivada, emitida con voz potente y dominante, terminaba tomando la batuta de la orquesta y es que en el fondo, algo de sentimiento solar había en él, algo de sentirse digno de la admiración y el cariño ajenos, pero a diferencia de tanto mediocre que mete codo y cabe para ganarse la atención preferencial de las tribunas, Antonio Cisneros se la merecía, por su alta calidad de poeta castellano accesible a las conciencias leídas como también a las no leídas (cuando recitaba como un maestro del púlpito) y especialmente, por su poderosa capacidad de querer y ser querido. Antonio me escribió un poema que prologa una selección de mis artículos humorísticos publicada en 1986, titulado: Elogio de la Locura. No sé si merezca un lugar en las antologías literarias, pero ocupa el primer lugar en la antología de mis afectos. El once de octubre, Toño debió presidir un concierto de música antigua organizado por el Centro Cultural Inca Garcilaso, del Ministerio de Relaciones Exteriores, que dirigía con envidiable solvencia. No pudo estar, por eso, cuando las campanas de la vecina iglesia de San Pedro dieron las ocho de la noche, tocaron para los que coincidimos allí un doloroso repique de difuntos que sigue y seguirá sonando hasta que esas campanas se caigan de podridas.
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