El legado de Alberto Fujimori
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Víctor Gobitz
Presidente de Antamina, y de la Asociación de Egresados y Graduados de la PUCP
Como miembro de la comunidad universitaria de la Pontificia Universidad Católica del Perú, consciente de que la construcción colectiva y progresiva de una institucionalidad madura es imprescindible para sentar las bases de un desarrollo social y económico sostenible en nuestro país, me permito reflexionar sobre el legado del expresidente de la República.
En dicho sentido, de su periodo gubernamental, debo destacar la estabilidad macroeconómica que se implementó a través de la nueva Constitución Política del año 1993, y que se refleja hoy en día en el reconocimiento a instituciones públicas como el Banco Central de Reserva, Sunat, y la Superintendencia de Banca, Seguros y AFP. Esta permitió la inversión y crecimiento de sectores clave de nuestra economía, como telecomunicaciones, agroindustria, transporte aéreo, pesca, minería, energía y banca. Asimismo, corresponde destacar la pacificación del país, alcanzada por la derrota del terrorismo y la solución del conflicto limítrofe con Ecuador.
Que nos sirvan para enfocarnos en nuestro compromiso con las generaciones futuras, dejando atrás la polarización y propiciando la tolerancia.
Sin embargo, estos logros de institucionalidad macroeconómica y de seguridad nacional no estuvieron acompañados con un compromiso decidido con la institucionalidad política, como se refleja ahora en el fraccionamiento de nuestras organizaciones políticas, que persiguen intereses particulares, propician el clientelismo, rehúyen la discusión de principios y valores, promueven y, en extremo, se financian a través de economías ilegales, y que no atienden apropiadamente el deterioro de los servicios públicos de seguridad ciudadana, administración de justicia, educación, salud y transporte. Debemos, asimismo, recordar y expresar nuestra solidaridad con todas las víctimas (civiles, policías y militares) durante el periodo aciago y no exento de errores que supuso enfrentar el terrorismo.
Por todo lo anterior, corresponde extraer todas las lecciones aprendidas del periodo 1990 – 2000. Que nos sirvan para enfocarnos en nuestro compromiso con las generaciones futuras, dejando atrás la polarización y propiciando la tolerancia, de manera que logremos trabajar juntos en la agenda pendiente de institucionalidad madura que los ciudadanos de nuestro país reclaman y requieren.
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