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Reflexión en el inicio del Año Académico 2019

  • Mons. Carlos Castillo Mattasoglio
    Arzobispo de Lima

Personalmente, creo que en nuestra Universidad Católica estamos llamados a afrontar el desafío de esta crítica realidad desde la profundidad de nuestra identidad".

El papa Francisco nos ha alertado: la nota más seria de la crisis global en la que estamos embarcados desde el 2008 es la indetenible aceleración de la vida a consecuencia de la aceleración de la economía fundada en el apetito financiero, que reduce todo a ganancia, y crece en desmedro de la sociedad y destruye los lazos sociales y humanos, y socava las bases de la convivencia humana y natural.

Este proceso destructivo de la sociedad a costa de la economía pretende absorber a las universidades y atraparlas en su lógica crematística, eliminando lo propio y singular de ella, el sentido crítico, la sensibilidad humana, la capacidad de amar y la apertura a la realidad, a las otras y los otros.

Así, un proyecto neoliberal sin contrapeso tiende a cerrar caminos al desarrollo de una juventud creadora y crítica, como señala el estudioso Henry Guiroux.

Pero la juventud creadora y crítica está respondiendo junto a los pueblos y comunidades resilientes que experimentan el margen y la periferia del sistema, y que se expresan en lo que el Papa Francisco ha denominado los nuevos relatos en que la humanidad anuncia su intuición de lo que han de ser los nuevos tiempos y formas de vida que abren la esperanza. Allí está surgiendo la nueva humanidad integradora de la tradición con la modernidad, domesticando el capitalismo salvaje y financiero, y devolviendo a los vínculos sociales y ecológicos la prioridad. Esos relatos claman por ser escuchados para comprender las experiencias que nos preocupan, los nuevos y viejos principios que se destilan y las nuevas normas y leyes que nos han de regir.

El padre K. Muller ha planteado con claridad dos caminos equivocados de alternativa: el transhumanismo, que pretende salvar a la elite del mundo que tiene el dinero para financiar su seguridad; y el catolicismo ateo, que pretende detener la modernidad controlándola desde valores pretendidamente tradicionales, pero ofreciéndose como la última y única palabra, dejando de lado las aspiraciones y esperanzas de quien se expresa sanamente pero en otros términos. Ambos, cerrados a escuchar los nuevos relatos, procuran sistemas cerrados que pronostican el fin de una historia desde la inmanencia tecnológica o político-religiosa integrista.

Personalmente, creo que en nuestra Universidad Católica estamos llamados a afrontar el desafío de esta crítica realidad desde la profundidad de nuestra identidad. Nuestro catolicismo abierto requiere aun ser renovado y actualizado, y para ello es preciso escuchar la voz de los humanos de los márgenes y periferias que son fuente de imaginación creadora.

Ya en 2017, en nuestro 100 años y como eco de los 50 años de la Populorum Progressio, nuestro canciller Giuseppe Versaldi firmó en consonancia con el papa Francisco un importante documento que hemos de acoger y meditar: Educar al humanismo solidario. Allí se encuentran las bases para una conversación sobre nuestra identidad en estos tiempos, donde también nosotros, que somos una gran universidad, hemos podido caer ante la avalancha del sistema financiero y la tentación de reducir nuestra educación integral a mero tecnocratismo algorítmico, que rechaza las humanidades, o a mero integrismo católico que se pretende la salvación sin abrirse a la dimensión más honda del espíritu humano.

Estas palabras quieren alentarles para que juntos podamos abrirnos a las nuevas generaciones y también llegar a quienes piensan diferente de lo que acabo de proponer.

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