Informe PuntoEdu: Crímenes de odio
Rencor, discriminación y muerte son los principales componentes de los crímenes de odio. ¿Cómo evitar que lo radical penetre y distorsione la vida en sociedad? En este informe, analizamos este complicado fenómeno mundial desde la psicología, las ciencias políticas, la antropología y el derecho.
Texto:
Jonathan Diez
La madrugada del domingo 12 de junio, en Orlando, Omar Mateen entró a una discoteca de la comunidad gay, disparó a más de 100 personas y asesinó a 49, constituyéndose como la peor matanza en Estados Unidos, desde el 11-S. El año pasado, en la Universidad de Garissa, en Kenia, un asesino liquidó con una metralleta a 147 estudiantes mientras estaban en clase. Y, sin ir muy lejos, en el último año, en nuestro país, se han reportado ochos homicidios contra la comunidad LGBT. ¿Qué rastro en común encontramos en estos asesinatos? Esta difícil situación se da en el contexto de una compleja problemática mundial: los crímenes de odio a una comunidad particular.
Aterrizando el concepto
“Ya sea por raza, religión o condición social, el crimen de odio surge como una manifestación de violencia que transgrede y afecta a la sociedad en su conjunto”, define el Dr. Juan Carlos Callirgos, docente del Departamento de Ciencias Sociales. El profesor enfatiza que es importante diferenciar este tipo de crímenes de un homicidio regular (matar a alguien por un accidente de auto, por ejemplo), pues la característica central de estos asesinatos es la voluntad expresa que tiene el agente criminal de vulnerar con dolor la vida del prójimo.
Entonces, estamos frente a individuos que actúan con odio frente a determinada condición o forma de vida. Sujetos que rechazan cualquier manera de ver el mundo que no sea la suya y, por eso, menosprecian la vida del otro. Los crímenes de este tipo van desde el feminicidio hasta los extremismos religiosos. En simple: es un odio profundo a una condición específica de entender la vida.
¿Cómo se origina este odio? ¿Qué expresan en el fondo estos crímenes? “Este odio está basado en construcciones culturales que expresan estas relaciones de poder que hay en la sociedad: machismo, antisemitismo, homofobia y otras formas de exclusión. Este rencor está basado un desprecio profundo por la situación del otro”, agrega Callirgos.
Además, hablamos de colectivos minoritarios en las sociedades que entran en una condición grave de vulnerabilidad. En Ciudad Juárez, en México, muy cerca de la frontera con Estados Unidos, se registran 700 asesinatos a mujeres desde 1993. Otro caso mediático fue el de la masacre en la Iglesia Metodista Episcopal Africana Emanuel de Charleston (EE.UU), cuando Dylann Roof, de 21 años, atentó contra la vida de nueve afrodescendientes.
“Estas matanzas violan los derechos a la vida, integridad, dignidad y seguridad personal. Las personas que asesinan por odio tiene argumentos construidos (sean válidos o no) a través de creencias que limitan los derechos de los demás y creen que pueden decidir sobre la vida de los demás. Su visión del mundo los conduce a decidir qué es y qué no es aceptable”, explica Callirgos.
Discriminación profunda
Entonces, a decir de Callirgos, los crímenes de odio son la expresión discriminatoria de la naturaleza hostil que parte de una representación estereotípica. “Si yo juzgo por religión, color de piel u condición social, estoy deshumanizando. Si prejuzgo por condición sexual, no conozco al individuo y ya le puse una etiqueta encima. Es decir, no me relaciono con el individuo en sí, sino con una categoría que le pongo”, complementa el también coordinador de la Especialidad de Antropología de la PUCP.
De la misma manera piensa el Dr. Agustín Espinosa, docente del Departamento de Psicología, quien explica que la discriminación se convierte en violencia cuando se atribuyen características amenazantes y de inferioridad a miembros de comunidades específicas. Es decir, no solo hay una construcción negativa de ‘el otro’, sino también se le configura como un enemigo.
“Estas representaciones son evaluaciones negativas hacia estas personas de naturaleza prejuiciosa. Hablamos de una representación que desvaloriza a las personas por considerarlas ‘diferentes’, y que se asocia a una actitud negativa y emociones hostiles hacia dichas personas, es –digamos– una especie de condición necesaria en la mente del asesino para cometer un crimen.”, explica el especialista en psicología social.
El caso del atentado a la revista francesa Charlie Hebdo, por ejemplo, muestra una rigidez de pensamiento que hace que los extremistas religiosos piensen que los otros están conmigo o contra mí, en un tipo de pensamiento maniqueo, dual, incapaz de entender o ver más allá de estos desviados argumentos. Aunque aquí estemos en el campo del dogma y la fe, el ataque está basado en la maldad que un grupo impone sobre otro.
“Los argumentos se construyen desde una posición de poder y convencionalismo. Aquel que no cumple con las expectativas sociales de ‘buena’ conducta establecida por los grupos de poder, debe ser controlado, sancionado e, incluso, eliminado. Los crímenes de odio son la expresión más extrema de un conjunto de comportamientos excluyentes hacia personas que se consideran socialmente ‘desviadas’. Son prácticas discriminadoras que van a resultar en el exterminio del individuo que se convirtió en objeto de desprecio”, analiza Espinosa.
Efectos en sociedad
Ahora, un ángulo clave el tema y que, a veces, se descuida es el daño psicológico que sufre la comunidad agredida. La terrible sensación de que, en cualquier momento, alguien puede entrar a un restaurante con una pistola genera conmoción, inseguridad y vulnerabilidad en el espacio propio, lo que cauda un estrés profundo, una situación psicológica que se acumula en estos grupos específicos y en la sociedad en general.
Las consecuencias son dos, según el profesor Callirgos. Por un lado, la sociedad se siente herida, muestra indignación y rechazo hacía este tipo de hechos, y cierta empatía hacia los grupos agredidos. Esto se ve claramente en las redes sociales. Y, por otro lado, es bastante claro que estos hechos infunden mayor miedo, vulnera aun más a la comunidad específica y enerva las relaciones de poder ya existentes.
Además –y esto es aún más grave según Callirgos–, estos polarizan a la sociedad porque existen miles en el mundo que legitiman, justifican y hasta aplauden este tipo de acciones. “Existe la empatía hacia la víctima; sin embargo, simbólicamente, muchos toman posición por el agresor, justamente, por un miedo profundo a ser victimizado. Es decir, estos asesinatos son escenarios donde el agresor muestra un poder absoluto y eso genera imaginarios”, explica.
Otro asunto importante que plantea el especialista es que tildar de ‘loco’ a un sujeto con pensamiento radical impide entender el problema en perspectiva social. “Lo personal es una expresión profunda de lo social. Los pensamientos son subjetivos y, al mismo tiempo, no lo son en tanto son sociales. No es casual que en ciertas sociedades haya matanzas constantes y en otras no. Estos asesinatos expresan un conjunto de ideas de rechazo, socialmente transmitidas, hacia aquellas personas ‘diferentes’ y, por lo tanto, se violenta contra ellas”, sostiene el docente.
Políticas públicas
Entonces, ¿qué debe hacer el Estado para proteger a estas comunidades? El Mg. Carlos Alza, director de la Escuela de Gobierno y Políticas Públicas de la PUCP, opina que es fundamental crear espacios de convivencia, capacitación y formación de la vida en comunidad en tolerancia, y cultura de aceptación.
“La responsabilidad del Estado es proteger, promover y garantizar los derechos de las personas. Los derechos humanos, así, aparecen como una obligación de los gobiernos para regular la vida en sociedad, más allá de creencias e ideologías”, opina el docente.
Así, según el politólogo, las soluciones están en los poderes ejecutivo y legislativo. “Lo central, primero, es visibilizar a las comunidades vulnerables: afrodescendientes, indígenas, LGTB, etc. ¿Cómo vamos a proteger a estos grupos si no tienen siquiera representación en el Congreso? El Estado debe construir reglas desde el Congreso e instituciones que fomenten la tolerancia y aceptación”, plantea el experto.
Por eso, el profesor Alza insiste en que las políticas y normas se deben particularizar de acuerdo con cada caso específico. Aunque el asesinato por terrorismo o darle una paliza a un homosexual en el Centro de Lima no son lo mismo en concreto, la problemática esconde la misma violencia silenciosa que debe ser visibilizada por el Estado.
“Se tienen que promover leyes desde el Congreso y el Ejecutivo, se deben dar decretos supremos en los planes de políticas públicas. Pienso, además, en una alianza entre organismos estatales, sociedad civil, medios de comunicación y academia para investigar y proponer escenarios de protección para todas las comunidades vulnerables. Si no visibilizamos a estos grupos, no se va a avanzar. La representación nacional tiene que dar pasos grandes en políticas de libertad y derechos de tolerancia”, opina el especialista, quien critica al Congreso actual, pues –pese a que se dio un minuto de silencio en el pleno por la matanza en Orlando–, en el 2013, los mismos parlamentarios se negaron a admitir a la comunidad LGTB en los crímenes de odio.
Convivencia y tolerancia
El profesor Callirgos advierte otra situación delicada: en la educación peruana (inicial, primaria y secundaria) se producen ciertas estructuras duales (bueno/malo; blanco/negro) para entender la historia, los fenómenos políticos y culturales, y eso genera una polarización de pensamiento en los más pequeños, que no promueve un clima sano para las relaciones sociales.
“Tengo la impresión de que allí hay que trabajar mucho. La tolerancia es un concepto por debatir, pues la idea no es ‘tolerar’ algo que rechazas, sino la pregunta es: ¿por qué te molesta alguien por tener determinada conducta? Es decir, no solo hay que tolerar, sino aceptar, reconocer y romper los prejuicios que nos llevan a rechazar a cierto tipo de personas, ya ser por el color de su piel o religión”, argumenta Callirgos.
Otro asunto importante, según el profesor Alza, es crear espacios públicos que permitan interacción y conocimiento con la riqueza y diversidad de una sociedad. “Tenemos pocos puntos de encuentro y, a veces, son muy cerrados, excluyentes. Es difícil que sectores que históricamente han sido separados, encuentren comunión en estos espacios”, explica.
Así pues, nos encontramos en el marco de un problema mundial que los Estados deben solucionar con cambios institucionales, estructurales, que van desde temas educativos hasta legislación y decretos supremos. Será muy difícil prevenir estos crímenes si seguimos negándoles derechos a las comunidades más vulnerables. Como plantea el profesor Alza, visibilizar y poner en agenda de gobierno estos temas es un gran primer paso para protegerlos.
“No visibilizar a estos grupos no solo significa no vivir en tolerancia, sino que es la negación absoluta de la realidad. Es decir: se legitima, desde el Estado, que estos grupos sigan siendo agredidos”, complementa el profesor Espinosa. Y esto, sumado a la discriminación constante y desigualdades profundas existentes un países como el nuestro, convierte a este problema en una peligrosa bomba de tiempo.
Crimen de odio según la OEA
La Organización de Estados Americanos (OEA) destaca que no hay una definición y consenso universal sobre la definición de crimen de odio. Sin embargo, establece el concepto jurídico de estos crímenes como “delitos que manifiestan la evidencia de prejuicios basados en raza, género o identidad de género, religión, discapacidad, orientación sexual o etnia”, tal y como lo plantea la Ley de Estadísticas de Crímenes de Odio de Estados Unidos.
Cifras:
-56 votos en contra hubo, en julio del 2013, en el pleno del Congreso para no incluir a la comunidad LGTB en los crímenes de odio.
-32 feminicidios (y 83 tentativas) se han cometido en el Perú entre enero y mayo del 2016, según el Ministerio de la Mujer y P0blaciones Vulnerables.
-200 niñas fueron secuestradas el año pasado por el grupo radical Boko Haram en Nigeria. Hasta hoy no han sido encontradas.
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