«Mejor solos que mal acompañados», parecen decir los radicales europeos, que empiezan a ganar terreno. La integración está en entredicho nada menos que en Europa, donde el máximo modelo de integración, la Unión Europea, ha cumplido 62 años este mes. El 9 de mayo de 1950, Robert Schuman, entonces ministro francés de Asuntos Exteriores, declaró que «La contribución que una Europa organizada y viva puede aportar a la civilización es indispensable para el mantenimiento de unas relaciones pacíficas». El hecho se daba cinco años después de terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando las naciones europeas se recuperaban de los estragos de la Guerra.

En 1950, el Gobierno francés proponía la producción conjunta de carbón y acero entre Francia y Alemania (aunque abierta a los demás países de Europa), que garantizaría la creación de bases comunes de desarrollo económico. La creación de esa unidad de producción «proporcionará a todos los países a los que agrupe los elementos fundamentales de la producción industrial en las mismas condiciones y sentará los cimientos reales de su unificación económica», se lee en la Declaración de Schuman. Este es el germen de lo que hoy es la Unión Europea.

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