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Noticia

El testimonio de un sobreviviente del Holocausto

Hirsz Litmanowicz es un sobreviviente del Holocausto y vive en el Perú desde 1950. Este jueves 3 de julio, participará en el conversatorio “Aunque quisiera no lo podría olvidar”, organizado por la Facultad de Ciencias Sociales e IDEHPUCP. Aquí su testimonio de vida.

  • Texto:
    Akira Maeshiro

“125424. Sí, yo era el 125424”, comenta mientras detiene la mirada en el vacío y se toma el rostro. Hirsz Litmanowicz tiene 83 años y demasiados recuerdos. A los 12 años fue llevado por los nazis a Auschwitz, ese infame complejo de campos de concentración y exterminio, y el 125424 es el número que lo identificó durante los tres meses que estuvo como prisionero en ese lugar. Han pasado 71 años pero esos dígitos tatuados en su brazo le impiden olvidar.

Litmanowicz, el menor de cinco hermanos, nació en Polonia en 1931 en el seno de una familia judía. Su infancia, poco apacible, transcurrió en Będzin, una ciudad cercana a la frontera con Alemania. “De niño vi manifestaciones con pancartas que decían ‘el que compra donde los judíos arruina Polonia’. Ya se sentía bastante hostilidad pero era llevadera”, recuerda.

Cuando los nazis invadieron su país en 1939, la violencia se desató hacia la población judía. Se iniciaron las restricciones, la sinagoga de la ciudad fue incendiada, y los escuadrones de la SS empezaron a dejar su huella macabra por las calles y casas. Las familias judías fueron confinadas en el gueto de Będzin y el olor a muerte empezó a apoderarse de la ciudad. “Ya estábamos condenados”, comenta. Entre 1942 y 1943, Litmanowicz perdió a toda su familia y él fue obligado a cruzar las puertas del infierno, Auschwitz.

Ángel de la muerte

“El trabajo libera” era la frase con la que el campo de concentración más grande construido por la Alemania nazi recibía a los prisioneros en uno de sus ingresos. En sus instalaciones, murió una cantidad inimaginable de personas, la mayoría de ellas judías. Ubicada cerca de la ciudad de Cracovia, en Polonia, Auschwitz es una de las muestras más representativas del horror del Holocausto.

“Era un lugar con destino de muerte. La gente llegaba permanentemente. Los que habían llegado antes ya no estaban porque los habían matado. Éramos como un abastecimiento de materia prima para una fábrica. La gente se moría de enfermedades, de hambre o en la cámara de gas. Si te debilitabas, te quemaban vivo, ¡imagínate!”, reclama Litmanowicz. “Enviaban a trabajar a los prisioneros solo para que gasten la poca energía que tenían. Esto era el aniquilamiento total”, recuerda.

En el campo de concentración, el pequeño Hirsz fue designado como mensajero del médico Josef Mengele, el “ángel de la muerte”, tristemente recordado por seleccionar a las víctimas que iban a ser ejecutadas en la cámara de gas y por sus sádicos experimentos con los prisioneros. “Yo estaba en la entrada de su oficina. Mengele me entregaba documentos para que los reparta a otros militares dentro del campo. No tenía la menor idea de qué decían. Era como un perro amaestrado al que le ordenaban: ‘muerde la pelota y llévala allá’. Eso es todo. ¿Qué iba a preguntar? Un hombre uniformado representaba la muerte para nosotros”, comenta Litmanowicz. El criminal nazi murió en Brasil en 1979 sin pagar culpas.

Víctima de experimentos

Al tiempo, Litmanowicz fue trasladado al campo de concentración de Sachsenhausen, ubicado en la periferia de Berlín, en Alemania, para someterlo, junto a un grupo de niños, a experimentos para encontrar la cura para la Hepatitis B. El gran número de bajas entre los soldados alemanes en el frente ruso a causa de esta enfermedad requería medidas. “Se presentó un médico que decía que había probado la vacuna en animales y que estaba entrando en una fase de prueba en seres humanos. Te inyectaban, hacían punciones, te daban remedios, pero no se llegó a nada”, manifiesta. Durante el juicio al médico, en 1973, este alegó, con cinismo, que sus investigaciones salvaron la vida de los judíos sometidos a las investigaciones y fue liberado.

Litmanowicz permaneció en Sachsenhausen casi por dos años. El asedio de las fuerzas aliadas obligó a los alemanes a evacuar el campo. Arriados como ganado, los prisioneros emprendieron la “Marcha de la muerte”, de Berlín a Hamburgo. “Caminé doce días. No nos dieron alimentos. La mitad murió en el camino”, refiere. En el trayecto, se toparon con tropas inglesas y sus custodios alemanes huyeron. La libertad había sido alcanzada.

Sobrevivir al espanto

El Holocausto quitó rostros y nombres y redujo a los prisioneros a simples números. Se estima que, durante la Segunda Guerra Mundial, seis millones de judíos perdieron la vida. El 125424 -Hirsz Litmanowicz- es un sobreviviente. “Nos desaparecieron del mapa. La gente pregunta por qué nos dejamos matar. ¿A quién íbamos a recurrir, si el mundo entero cooperó para matarnos?”, reclama.

Al finalizar la guerra, en 1945, Litmanowicz tenía 14 años. Se refugió en Francia, donde fue acogido en un orfanato judío. Cerca a los 20 años, con la necesidad de buscar oportunidades, decide migrar. El Perú asomó como un país con mayores facilidades para recibirlo. Encontró trabajo en una fábrica de muebles, lugar donde aprendió sus increíbles habilidades para la carpintería, oficio que le ayudó a prosperar. Se casó con una peruana, vivió en La Victoria y luego se mudó a San Isidro.

“No puedes callar porque la historia se repetiría”, dice Litmanowicz mientras observa una de las fotografías familiares que adornan su casa. Sus cuatro hijos y seis nietos son la prueba de que la vida también le separó un espacio para la redención.

No te pierdas el conversatorio “Aunque quisiera no lo podría olvidar” este jueves al mediodía en el auditorio Gustavo Gutiérrez.

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Carolina Llona

Hola, he leído mucho sobre el Holocausto y he visto por Internet muchos testimonios de sobrevivientes, muchos en Argentina, pero nunca leí sobre un sobreviviente en Perú. Qué increíble testimonio, espero un día poder escuchar en vivo a este hombre, que es aún en vida, un testimonio para que las personas jamás olviden, lo que es capaz el ser humano de no tener respeto por la vida humana, gracias por esta esta nota