¿Estamos en camino a un narcoestado?
El caso Oropeza ha dejado al descubierto diversas conexiones entre el narcotráfico y la política. Sin embargo, a pesar de que esto no es totalmente nuevo, será que nos estamos acercando al caso mexicano o colombiano, o es que estamos en un escenario distinto. Sofía Vizcarra, investigadora del Laboratorio de Criminología social y Estudios sobre la violencia, nos explica qué sucede en el caso peruano.
Texto:
Susana NavarroFotografía:
Roberto Rojas
Todo empezó la madrugada del 2 de abril cuando lanzaron una granada al Porsche de Gerald Oropeza. Sin ese incidente, tal vez no hubiera salido a la luz toda la red de narcotráfico que manejaba, sin embargo, las conexiones con políticos, especialmente del Partido Aprista, han hecho relucir una posible relación entre el narcotráfico, la política y algunas instituciones estatales.
Estado fragmentado
El caso Oropeza es uno más de una serie de casos que nos recuerda que existen diversos nexos entre la política y las actividades ilícitas, sean estas el narcotráfico, la minería ilegal o el tráfico de personas. La magíster Sofía Vizcarra cree que si bien no podemos hablar de un Estado frágil, sí hay permeabilidad, ya que no socavan las instituciones estatales, pero sí son accesibles ante ciertas actividades, especialmente de corte económico. En el tema de Oropeza, esta permeabilidad se puede ver en el partido político, situación que se ve favorecida por la falta de una ley de partidos políticos y de transparencia económica.
“Un sistema deficiente te permite hacer menos esfuerzos como criminal. Para qué tendría que controlar todo el Estado, si con que funcione mal, puedo seguir operando”, menciona la especialista y es que al tener un estado más fuerte, más corporativo, como el mexicano, era necesario tener al actor estatal del lado del criminal. En cambio, con un estado débil, es posible actuar con tan solo con una red de contactos. «En el Perú hay una fragmentación tan grande que se vuelve muy difícil cooptar todo un Estado, entonces para qué entrar y meterse en tantas esferas, tantas cosas, cuando ni un solo partido político tiene la hegemonía en el Estado”, agrega.
Nuevo escenario: La ciudad
Al pensar en narcotráfico, pensamos en escenarios lejanos como el VRAEM o el Huallaga. Sin embargo, el año pasado en Surquillo acribillaron a Hugo Quintana dentro de su Lamborghini; a principios de este mes el carro de Gerald Oropeza recibió múltiples disparos e incluso le lanzaron una granada en el distrito de San Miguel, y tan solo este fin de semana, mataron a Antonio Saucedo en San Isidro. Tres casos relacionados con el tráfico ilícito de drogas y cuyos atentados se dieron en distritos capitalinos.
Si bien la droga no se produce en Lima, somos un puerto necesario para que salga al extranjero. Para Vizcarra, si bien no se puede hablar propiamente de mafias, debido a la falta de una organización jerárquica, lo que se presentan son clanes familiares. Pero no se puede negar que se está dando una mayor presencia de brókers que hacen de intermediarios entre los narcotraficantes rurales y el mercado extranjero. “Estos ni siquiera ven los contenedores de cocaína, tan solo se involucran en el comercio o en el lavado de activos, pero es en este tipo de delitos más especializados, donde se mueve más dinero”, explica la investigadora, quien resalta que este fenómeno más urbano tan solo es un indicador que estamos en un mercado más conectado. “El tráfico ilícito de drogas es un fenómeno producto de la liberación del comercio, pero nuestro mercado es diferente al de México o Colombia, nuestro rol es distinto en la cadena, pensándolo como una empresa, hay que entender qué estrategias están tomando para saber cómo actúan por dentro y por fuera”.
¿Somos un narcoestado?
“Hablar del narcoestado es complejo porque implicaría que la actividad delictiva del narcotráfico estaría controlando las diferentes esferas del poder y en el Perú eso no pasa”, menciona la investigadora. Explica que para que se dé un narcoestado, tendría que existir un Estado cooptado.
Vizcarra explica que el pensar en un Estado infiltrado se puede dar a dos niveles, si lo pensamos en macro, es decir que todo el Estado está cooptado. No obstante, también se puede ver desde una perspectiva de redes, más cercano a lo que tenía Oropeza, es decir, capital político y familiar, que le permitía conectar con gente en diversos puestos. “Lo que Oropeza sí tenía era una red importante de conexiones con el Estado gracias a su familia y personas conocidas, la pregunta que deberíamos hacernos es si se trata de un fenómeno institucional o es más el caso de una oportunidad personal”, menciona la investigadora.
Cuando uno ve el caso Oropeza, piensa en que se debe haber corrompido a diversas instituciones estatales, pero la especialista explica que en el Estado, de un lado, la corrupción pasa y facilita mucho el crimen, pero , de otro lado, también es cierto que existe ineficiencia burocrática. “Sucede que a veces se deja que el sistema, con sus ineficiencias, resuelva como pueda. Uno puede decir que hay corrupción en todas partes, pero también el propio sistema es poco efectivo, se necesita una reforma de los sistemas penales, judiciales, de la propia política criminal. Si tienes un sistema que funciona bien, la irregularidad salta, sino no es así, la corrupción se disfraza”.
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