En círculos de profesionales vinculados al diseño se suele dirigir la atención sobre el trabajo estético de tales o cuales diseñadores y sobre la tecnología empleada en esta la producción industrial, pero rara vez se suele analizar el precio ambiental o «mochila ecológica» que esos productos cargan y que todos estamos pagando.

Pocas veces reparamos en que la profesión del diseñador industrial fue y sigue siendo crucial en el escenario de cambio climático que enfrentamos. El diseñador industrial posee la capacidad de proponer soluciones a los problemas y necesidades del hombre y la naturaleza, y tiene la oportunidad de enmendar la irresponsable creación y profusión de objetos basura sobre el planeta, desarrollando productos «sanos» para el medio ambiente y trabajando con empresas que respetan a las personas y a la fuente de sus recursos. Así, el diseñador industrial tiene la capacidad de reducir el impacto de lo que se lanza al mercado pues, en muchos casos, decide qué materiales y acabados son necesarios para la elaboración de un producto.

En este sentido, el diseñador tiene la responsabilidad de reorientar su práctica profesional fuera de los viejos paradigmas económicos y de convertirse en agente central de la protección de nuestro medio ambiente.

Teniendo en cuenta lo anterior, ¿cómo deberían ser los productos desarrollados por los nuevos diseñadores industriales?

Se me ocurre que deberían ser productos desarrollados en la línea de lo que se conoce como ecodiseño, es decir, productos cuyos creadores están preocupados por el impacto ambiental de lo que produce, que toman en cuenta los aspectos medioambientales y todas las fases del ciclo de vida del producto, desde su concepción hasta su reciclado.

Como sostienen H. Blume en Diseñar para el mundo real, ecología humana y cambio social (1971) existen reglas básicas para el desarrollo sostenible de productos industriales:

•    Ningún recurso renovable deberá utilizarse a un ritmo superior al de su generación.
•    Ningún contaminante deberá producirse a un ritmo superior al que pueda ser reciclado, neutralizado o absorbido por el medio ambiente.
•    Ningún recurso no renovable deberá aprovecharse a mayor velocidad de la necesaria para sustituirlo por un recurso renovable utilizado de manera sostenible.

En consecuencia lo productos deberán ser:

•    Cíclicos: los materiales serán orgánicos y degradables, y formarán parte nuevamente del ciclo de producción.
•    Eficientes: su fabricación requerirá menos energía, materiales y agua
•    Solares: la energía utilizada para su fabricación y funcionamiento deberá ser renovable, cíclica y segura.
•    «Socialmente amigables»: deberá respetar los derechos humanos básicos y a la naturaleza.
•    Seguros: teniendo en cuenta que las emisiones hacia el aire, agua y tierra son alimento para otros sistemas.

Como diseñador peruano, se me ocurre que en nuestro país podríamos tomar la iniciativa a través de las siguientes propuestas:

1.    Colaborar en la implementación de un certificado de «ecodiseño» o «ecoproducción».
2.    Desarrollar un directorio de empresas que implementen buenas prácticas en la creación de productos sostenibles, para favorecer el consumo de sus productos.
3.    Desarrollar una base de datos con empresas proveedoras de materiales innovadores y saludables para el diseño de productos, con el objetivo de estimular su uso.
4.    Promover y colaborar con proyectos de investigación de nuevos materiales sostenibles vinculándolos con aplicaciones en productos.

Estas soluciones e iniciativas necesitan una política urgente de apoyo del gobierno, instituciones de la sociedad civil y de la opinión pública, para que se conviertan en realidad, como ya sucede en países vecinos como Brasil, Argentina y Colombia. Desde el diseño podemos ser actores fundamentales para conservar el medio ambiente.