Libertad académica y autonomía en las universidades católicas
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José Távara
Profesor principal del Departamento de Economía
El grave conflicto que enfrenta a mi Universidad con el Arzobispo de Lima tiene, entre sus antecedentes, la difusión de un modelo de universidades católicas desde fines de los años 60, en el contexto de renovación y apertura generado por el Concilio Vaticano II.
Este modelo fue diseñado en 1967 durante la ?Conferencia de Land O?Lakes?, en la cual participaron obispos y autoridades de Universidades católicas de EEUU, de congregaciones religiosas y también el entonces Rector de la PUCP, el P. Felipe Mac Gregor, S.J.
Para este grupo de líderes católicos, la mejor manera de servir a Dios desde la Universidad, era buscando la verdad en la excelencia académica al servicio a la sociedad. Por ello era indispensable asegurar ?una verdadera autonomía y libertad académica frente a autoridades de cualquier tipo, laico o religioso, que sean externas a la propia comunidad académica?, como ?condiciones esenciales de vida, crecimiento y sobrevivencia para las universidades católicas, y para todas las universidades.?
La presencia del catolicismo en la Universidad se afirmaría mediante una enseñanza teológica de calidad, iluminada por el Concilio Vaticano II, la asesoría constante y el servicio a la Iglesia, y, por cierto, con la prioridad otorgada al análisis de problemas que los cristianos consideran fundamentales, como la pobreza, el desarrollo y la construcción de la paz. La fe católica no podría difundirse en las universidades mediante restricciones y edictos, sino a través del compromiso y el testimonio al interior de la comunidad académica, en un clima de libertad y gratuidad.
La mayoría de Universidades católicas que adoptaron este modelo ?libertad académica, autonomía institucional y diálogo entre fe y razón? ocupan hoy un lugar destacado en los rankings de excelencia académica. Sus autoridades también lograron establecer relaciones estrechas de cooperación con la mayoría de los obispos, con una comunicación fluida, respeto y confianza mutua al enfrentar los dilemas y desafíos del mundo moderno. Sus líderes entendieron bien que los laicos debían reflexionar sobre su fe desde su propia experiencia intelectual, y apostaron a que, en este proceso, el compromiso libremente asumido por los católicos traería cambios favorables para la humanidad y una renovación de la propia Iglesia.
Como lo sostuvo el padre Theodore Hesburgh, la reforma generó una universidad en muchos sentidos más católica y comprometida con la formación de buenos profesionales y buenos ciudadanos, más efectiva en anunciar el mensaje de salvación en el mundo moderno. Hesburgh sostenía que la Iglesia no estaba obligada a entrar a la vida universitaria, pero si decidía hacerlo debía respetar, ineludiblemente, las reglas establecidas de autonomía y libertad académica.
Lamentablemente, la opción por este modelo es hoy atacada por sectores ultra conservadores, que aspiran a imponer un modelo único ?preconciliar e intolerante? y no vacilan en difamar y calumniar a las autoridades de la PUCP. Frente a ellos la PUCP defenderá sus principios y valores con todos los medios a su alcance, afirmando su compromiso con la fe católica y la excelencia académica al servicio a la sociedad. El largo conflicto que se avecina traerá costos elevados para todos: la PUCP distraerá valiosos recursos en defenderse, y la Iglesia podría perder no sólo su relación con una Universidad de prestigio, sino también la autoridad moral requerida para anunciar el evangelio en el mundo universitario peruano.
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