Un mundo enfermo
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P. Juan Bytton, SJ
Departamento de Teología
Impactados. Así estamos desde hace más de un mes por lo que el mundo está pasando. No sabemos cómo terminará todo esto por eso cada día resulta nuevo y viejo a la vez.
El último viernes, el papa Francisco presidió una celebración litúrgica donde concedió la indulgencia plenaria, y la bendición Urbi et Orbi a la ciudad y al mundo. Fue un hecho histórico, no solamente por la situación que estamos viviendo sino porque dicha bendición se otorga en dos ocasiones: el domingo de Pascua y el día de Navidad.
El papa dibujó muy bien la situación del mundo con una frase fulminante: ‘Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo'».
Lo que impactó de dicha ceremonia fueron las imágenes de un papa caminando bajo la lluvia por la Plaza San Pedro totalmente vacía. Una imagen que refleja lo que el mundo está viviendo: la soledad del aislamiento y la angustia de la fragilidad. En sus palabras, llenas de dolor y esperanza, el papa dibujó muy bien la situación del mundo con una frase fulminante: “Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo”.
La enfermedad COVID-19 ha explotado en la cara de una sociedad maquillada. Se ha seguido con insistencia y terquedad una senda que ha llevado al ser humano, supuesto protagonista del progreso, como último pasajero. La enfermedad evidencia la prevalencia del mercado sobre la salud pública, la acumulación sobre la gratuidad, el egoísmo sobre la solidaridad. Un virus ha infectado a un cuerpo ya enfermo. Y, como sabemos, el virus es también parte de la vacuna. Cada acontecimiento va a dejar siempre una lección. De lo que se trata es aprender de ella.
La enfermedad evidencia la prevalencia del mercado sobre la salud pública, la acumulación sobre la gratuidad, el egoísmo sobre la solidaridad. Un virus ha infectado a un cuerpo ya enfermo».
Estamos viviendo la ausencia de un abrazo, de un beso, de un apretón de manos, para encontrarle el sentido más profundo a un simple saludo. Estamos frente a una soledad capaz de darle sentido a la solidaridad. Sin duda, estamos a tiempo y en un tiempo para una reflexión mayor sobre nuestras fragilidades, sobre lo inesperado de la vida, incluso sobre la presencia de Dios.
Muchísima gente se pregunta en estos días: ¿por qué Dios permite esta pandemia?, ¿dónde está Dios en todo esto? La visión cristiana encuentra su respuesta no en el “dónde” sino en el “con quién”. El Dios de Jesús está con el que sufre y está con el que se sacrifica por el que sufre. Es una presencia que siempre será pregunta porque implica gratuidad y radicalidad en el amor. Muy bien lo recita aquel poema, que circula en redes, atribuido al sacerdote español Álvaro Sáenz: “Jesús viene en un camión / de blanco y verde pintado, / recoge nuestros desechos / y se va sin ser notado”.
Sin quererlo, estamos empezando el largo camino para regenerar nuestra conciencia de lo esencial».
De algo debemos estar seguros: el mundo no será el mismo después de esta pandemia. Toda adversidad es ocasión de virtud, decía Séneca. Sin quererlo, estamos empezando el largo camino para regenerar nuestra conciencia de lo esencial. No podemos decir que volveremos a la “normalidad”, pues es ella la que nos llevó a esta crisis.
Habrá que medir el impacto económico sobre la población más vulnerable, junto a los nuevos pobres que nacerán. Pero que sean estadísticas que midan para dar soluciones a los que son medidos y no a los que miden. La gratuidad no se gestiona, es motor de transformación social cuando de devolver la dignidad al ser humano y al mundo se trata.
Hoy estamos ante una pandemia. La solución está en la misma raíz de la palabra griega que define este momento: pan = «todo», demos = «pueblo». Es tarea de “todo el pueblo” y de todos los pueblos hacer historia por su capacidad científica y empática de sentirse como tal cuando hace de la crisis la oportunidad de una nueva humanidad. Como nos dejó aquella oración del papa Francisco frente a un mundo enfermo: “No es el momento de tu juicio (el de Dios), sino de nuestro juicio”.
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