«El poder se parece mucho a los bienes raíces. Es todo sobre ubicación, ubicación, ubicación. Mientras más cerca estés de la fuente, mayor será el valor de tu propiedad. Cuando la gente vea estas fotos siglos más tarde, ¿a quién verán sonriendo al borde del cuadro?”. Cínico, maquiavélico, implacable y capaz de la mejor sonrisa, incluso con la soga al cuello, Frank Underwood, personaje interpretado por Kevin Spacey en la serie House of Cards, representa lo más encarnado de los caminos ocultos en las política.

Nuestra realidad no asoma tan lejana: reuniones en suites de hoteles de lujo, petroaudios, grupos económicos que ejercen presión o decisiones políticas sintonizadas con intereses empresariales son algunos hechos mediáticos que han marcado la percepción de una palabra que, en el Perú, se asemeja al tráfico de influencias: lobby.

De acuerdo con el Dr. Francisco Durand, docente del Departamento de Ciencias Sociales, la palabra en inglés lobby proviene de países industrializados más desarrollados, en los que se ha generado una forma de gestión de intereses donde se contrata a alguien para que persuada al gobierno y se apruebe una legislación, o para que el Estado tome decisiones que favorezcan a una empresa o a un interés privado. “En todos los países existen normas, más o menos elaboradas, antiguas o recientes, sobre lobby y la percepción de la gente tiende a ser más positiva que negativa. Pero, en el caso del Perú, las normas son recientes y hay un mayor rechazo al tema”, comenta.

Para el docente, esto se origina porque estamos en un país que no tiene experiencia con la gestión de intereses, a lo que hay que sumarle nuestras grandes desigualdades. “Hay una extrema concentración de la riqueza que ha aumentado, considerablemente, desde 1990 porque es un modelo económico concentrador y porque ha habido una bonanza económica en los últimos años. Los grandes grupos económicos son mucho más organizados y, por lo tanto, pueden hacer lobby de manera más efectiva. Los demás, de menos recursos, están todavía en un proceso de aprendizaje de las artes del lobby. Hay una percepción de que esto favorece a los grandes y ven que es un juego injusto”, señala.

Relaciones transparentes

El Dr. José Távara, director de la Dirección Académica de Economía de la PUCP, indica que, para que las autoridades políticas que nos representan tomen buenas decisiones, es importante que estén informados de todos los intereses de las distintas partes que se ven afectadas. “Si los consumidores, los ciudadanos, las empresas y los diferentes grupos de interés tuvieran acceso a los mecanismos y a los espacios de decisión, y pudieran expresar esas expectativas en condiciones más o menos equitativas, el lobby cumpliría una función saludable, ya que permite que los congresistas o los ministros se enteren de qué tipo de medidas esperan que tomen las empresas, las asociaciones de consumidores, clubes o vecinos. El lobby, así entendido, cumple una función positiva de transmisión de información”, dice.

La prueba para discernir si una actividad de gestión de intereses está siendo encausada de manera correcta es la transparencia, afirma Távara. “Las reuniones que tienen las autoridades con empresarios interesados, por ejemplo, para que se promulgue una norma en particular, tienen que conducirse de forma transparente”, expresa. El Dr. Távara recuerda que cuando era viceministro de Comunicaciones del Ministerio de Transportes y Comunicaciones durante el gobierno de Alejandro Toledo estaba obligado a informar sobre con quién se reunía y para qué.

“Las formalidades son muy importantes porque le dan la certeza a la ciudadanía de que estás jugando con las cartas abiertas. Hay reglas básicas. Esto formaba parte del funcionamiento regular de muchas instituciones, pero se ha ido perdiendo. Lo que corroe es el secreto. Por ejemplo, es distinto enviar un correo electrónico a un amigo con cargo público importante, en vez de pedir una cita formal o enviar una carta con su respectivo sello en mesa de parte”, completa.

Una anécdota que el especialista mantiene presente ocurrió cuando estuvo en Washington (EE.UU.) discutiendo con organismos que toman decisiones que afectan intereses de empresas con gran poder en el mercado. “Uno de los patriarcas del grupo dijo que, para saber si uno se está conduciendo bien, hay que preguntarse qué pasa si eso se vuelve público. Si un periódico lo publica, no pasa nada y te sientes bien, significa que te estás conduciendo bien. Si, por el contrario, al hacerse público un acto de lobby se arma un escándalo y hace que la gente trastabille, significa que hay algo oscuro”, cuenta al respecto.

En ese contexto, aparece el impacto mediático que se originó en la opinión pública cuando el empresario dominicano Fortunato Canaán recibió en la suite de un lujoso hotel a Jorge del Castillo. “A la gente le parecía raro que el primer ministro se vaya solo a reunirse con un empresario que tenía intereses y no lo haga mediante un encuentro formal en su despacho”, comenta.

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