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105 años: "Es verdad que donde está uno de nosotros está la PUCP"

  • Carlos Garatea
    Rector de la PUCP

*Discurso en la ceremonia de apertura del año académico 2022, realizada el 24 de marzo de este año.

Es probable que me salga un poquito del protocolo por decirles al empezar que me siento muy orgulloso de la PUCP. Pero es lo que siento y pienso. Somos una vigorosa comunidad de profesores, estudiantes, personal administrativo y una inmensa legión de egresados, que llevamos a nuestra Universidad a lo largo y ancho del país, sin que seamos conscientes de las sedes que, gracias a todos, hemos sembrado en el Perú y en el mundo, durante 105 años, primero, desde la Plaza Francia y, luego, desde el fundo Pando. Por ello, es verdad que donde está uno de nosotros está la PUCP.

Somos una vigorosa comunidad de profesores, estudiantes, personal administrativo y una inmensa legión de egresados, que llevamos a nuestra Universidad a lo largo y ancho del país (…) Es verdad que donde está uno de nosotros está la PUCP".

Debemos tener presente, como Rilke, que oímos y respetamos los antepasados que reposan en nuestras profundidades. También somos una historia que se hace pasito a paso, con esfuerzo, que posee un ritmo, un espíritu y un sentido propios, y nunca se detiene, ni en las crisis más complejas y duras. Son 105 años de trabajo, como universidad católica, concentrados en formar personas, buenos profesionales, dedicados incansablemente al conocimiento y a servir al país. Obviamente que los desafíos y condiciones de hoy no son los que enfrentó el padre Dintilhac en 1917. Pero tras esos cambios hay una continuidad, un sentido de comunidad y de pertenencia que se transmite en el aula, en el patio, en — por qué no— un bar, con una buena cerveza; es un sentido de pertenencia que se descubre y adquiere en convivencia. No es sencillo de poner en palabras. Inténtenlo. Sé que ustedes saben a lo que me refiero: “El sello PUCP”. Estoy seguro de que si pudiéramos oír un par de segundos lo que sucede en los silencios de cada uno de nosotros, oiríamos que, de una u otra forma, con más o menos acentos, con o sin adjetivos, todos estamos orgullosos de la PUCP.

Hay una continuidad, un sentido de comunidad y de pertenencia que se transmite en el aula, en el patio, en — por qué no— un bar, con una buena cerveza; es un sentido de pertenencia que se descubre y adquiere en convivencia".

Sin duda que hay problemas. ¿Quién no los tiene? Es evidente que nos falta un montón de cosas; es indiscutible que muchas veces metemos la pata con envidiable profesionalismo; nos consta que no nos salvamos de preguntas y comentarios cargados de mala leche, aguijones lanzados desde dentro y desde fuera de la PUCP. Con todo eso a cuestas, la PUCP sigue en pie, firme, corrige los errores, asume la crítica constructiva y toma las precauciones necesarias para no tropezar dos veces con la misma piedra. Actuar de otra manera sería expresión de soberbia y la soberbia enceguece, apaga la luz e impide la vida en común.

¿Cómo no estar orgullosos de lo que hacemos desde hace 105 años?

Veamos otro lado: en solo tres años, atravesamos una de las peores crisis sanitarias y políticas que ha sufrido el país; nos hemos afligido y dolido por cada miembro de la PUCP que se llevó la COVID-19, y no dejamos de lamentar honda y sinceramente todas las pérdidas humanas; al mismo tiempo, hemos sido testigos de cuántas vidas podemos salvar cuando ponemos nuestras fuerzas al servicio de los demás -no les oculto cómo emociona recibir el agradecimiento de alguien que se salvó de morir gracias a la ayuda que recibió de la PUCP-; nos hemos conmovido cuando nuestros estudiantes y sus padres decidieron confiar en sus profesores y aventurarse junto con ellos en las clases a distancia, y hemos celebrado cómo se mudaron cientos de profesores a la nube sin saber bien a dónde iban ni cómo regresarían después, ni cómo sería ese después; hemos sentido, por cierto, la enorme solidaridad y el apoyo de muchos trabajadores por sacar adelante a nuestra Universidad en los momentos más duros de la pandemia. Y, como en un mar agitado, encaramos la tormenta, hemos implementado reformas y mejoras en distintos niveles y aspectos de nuestra vida institucional en beneficio de todos. Hace tres días empezamos el reencuentro en nuestro lindo campus. Finalmente, llegó el momento del retorno. Tardó pero llegó y ahí estamos.

Hace tres días empezamos el reencuentro en nuestro lindo campus. Finalmente, llegó el momento del retorno. Tardó pero llegó y ahí estamos".

Sobran, pues, motivos para darles las gracias a todos en este cumpleaños institucional. Aunque no haya a la mano una torta con 105 velitas, tengamos presente que la fiesta es de todos, para todos, incluidos quienes nos precedieron, a nuestros maestros y a los jóvenes estudiantes que se han integrado a nuestra Universidad. Es, pues, un día feliz.

Si tuviera que elegir uno de los desafíos que nos esperan ahora que volvemos progresivamente al campus, después de dos años terribles, elegiría persistir en que somos una comunidad. Decirlo toma apenas un segundo y genera rápido consenso. Pero, tras los dos años de crisis, necesitamos reflexionar y asumir el desafío. ¿Cómo generamos los lazos que deben unirnos luego de dos años de encierro y de haber reducido el mundo a la pantalla del computador? ¿Cuando algún colega, algún trabajador o algún estudiante prefiere mantenerse en casa, con los ojos pegados al Zoom, antes del espacio del diálogo cara a cara, del intercambio y del contacto, cuando eso sucede, qué nos indica para la convivencia que buscamos promover en nuestra Universidad y cuál es su efecto en la apuesta por un país más justo y solidario? No son preguntas banales. ¿Cómo crear comunidad con quien no quiere o no sabe vivir en comunidad? Es cierto que aún tenemos algunas restricciones en el campus, el virus no se ha ido y no debemos bajar la guardia, pero, más temprano que tarde, estaremos en condiciones de abrir completamente nuestras instalaciones. Y ese desafío estará ahí, esperando. Creo que debemos ser conscientes del tamaño y la complejidad que conlleva asumirnos como una comunidad viva, dinámica, comprometida con el ser humano, el país y la cultura. El mundo ha cambiado; todos hemos cambiado; y con esos cambios se nos plantean nuevos desafíos, problemas  que eran imposibles de anticipar, pero que debemos asumir y responder con desprendimiento, y apoyados en una decidida vocación de servicio. Pensemos juntos en conservar y hacer una comunidad mejor; pensemos juntos, claro está, en cómo podemos hacer de nuestros estudiantes personas íntegras, buenos ciudadanos, conscientes del bien común, del valor de la cultura y de que la igualdad es el derecho a ser diferentes. Será difícil encontrar una respuesta adecuada a este reto si hacemos como si nada hubiera pasado o si renunciamos a pensar y crear. La respuesta comprende desde los métodos de enseñanza y aprendizaje hasta la manera de argumentar, hablar, discutir, estar unos con otros. Tengamos en cuenta, por ejemplo, que la vida común pasa por el lenguaje. Hoy el lazo verbal está roto en el país. Les propongo empezar con algo sencillo. Dialoguemos mucho, hablemos mucho, escuchémonos mucho, respetémonos mucho. Demos juntos ese primer paso y defendamos juntos el contenido de las palabras que mezquinos juegos e intereses políticos pretenden adulterar. Quiero decir: hagamos comunidad dialogando. Empecemos ya.

Si tuviera que elegir uno de los desafíos que nos esperan ahora que volvemos progresivamente al campus, después de dos años terribles, elegiría persistir en que somos una comunidad".

Todo será una lista de buenos deseos si, al mismo tiempo, no luchamos contra algunos males que nos aquejan en el país: es imposible tener comunidad si persisten la discriminación y la violencia contra la mujer, el acoso, el hostigamiento, si la salud mental carece de espacio en nuestras prioridades, si la presunción de inocencia es ignorada, si la corrupción y todas las expresiones de la informalidad reinante son tomadas como reglas de conducta, y, por último, cómo hacer comunidad si los procesos y la seguridad jurídica son sencillamente tomados como un obstáculo que se puede evitar encontrando una puerta falsa. Hablemos, sí, oigámonos, sí, pero velemos también por la democracia y el derecho a ser felices y vivir en paz que tenemos todas y todos.

Y me detengo en una de las palabras que acabo de leer. No quisiera que se pierda en esta ceremonia porque está enlazada con la vida común y, a mi entender, forma parte de las tareas que nos esperan. Es una palabra que suele terminar condenada al ostracismo cuando se renuncia a pensar seriamente en el sistema universitario que necesita el Perú. Me refiero a “cultura”. Gracián dijo alguna vez : “Ciencia sin seso, doble locura”. El buen seso requiere contenidos, actitud crítica, sensibilidad, cultura. Para la PUCP, la cultura es uno de sus centros vitales. Del mismo modo como sin investigación, sin humanidades y sin ciencia no hay universidad; sin cultura, sin su promoción en todos los niveles, no hay PUCP. Lo evocó el padre Dinthilac hace 105 años, y en esa orientación nos mantenemos y anticipo que persistiremos mañana y pasado mañana. El hermoso teatro que hoy nos acoge es una muestra palpable de ello, como ocurrirá con el edificio de la Facultad de Artes Escénicas, que finalmente empezará a nacer este año. Las artes, la poesía, el cine, la literatura, la música, la pintura, la danza son parte nuestra, tienen un lugar indiscutible en la formación que brindamos a nuestros estudiantes, en nuestra misión institucional, y en nuestro vínculo con el mundo y la civilización. Estoy convencido de que la cultura es vida. Una comunidad sana, dinámica, necesita valorar y promover la cultura. Y es que amar la cultura es reconocer al prójimo, descubrirse en el otro; es sembrar la ciudadanía que tanto necesitamos fortalecer; la cultura, sin duda, nos lleva hacia la libertad y la fe. Hace 105 años el padre Jorge lo dijo así: “El ideal que la Universidad Católica ha de proponer a sus alumnos no será por cierto el ideal pagano que por un camino de rosas conduce al individuo y a las naciones al abismo, sino el ideal cristiano que nos hace libres y lleva a los pueblos el verdadero progreso”. Pero como sucede con el equilibrista del recordado Eduardo Chirinos, mientras asumimos los desafíos que nos pone la ciencia, el mercado, la tecnología — hoy más necesaria que nunca —, debemos mantener vigorosas y alertas las voces y las emociones que nos permiten admirar la belleza y la creatividad humana. Cuenta Eduardo que el equilibrista de Bayard Street estuvo sin dormir varias noches porque “una vez soñó que sus zapatillas colgaban de la cuerda mientras los niños esperaban que se despanzurrara de una vez”. ¿No les suena conocido? Pero ni caeremos ni renunciaremos. Tenemos convicciones e ideales que nos dan la seguridad, el aire y el equilibrio que necesitamos para mantenernos firmes, alegres y en movimiento.

Del mismo modo como sin investigación, sin humanidades y sin ciencia no hay universidad; sin cultura, sin su promoción en todos los niveles, no hay PUCP".

Somos profesores; no políticos; somos una comunidad universitaria, no un partido político, ni contamos con recursos infinitos. Lo menciono ahora que la politiquería se introduce en la cancha del sistema universitario y amenaza con tumbarse todo lo avanzado en los últimos años. El país necesita de universidades sólidas; de una educación pública y privada que, ante todo, asegure calidad. Nos toca señalar en voz alta cuando se camuflen intereses subalternos, económicos detrás de una defensa que, bien vista, no tiene agresor. Vamos a continuar dando la cara. El Consorcio de Universidades, las universidades católicas y un grupo de universidades públicas estamos comprometidos y unidos en evitar que la informalidad, el lucro y oscuros apetitos se impongan en el sistema universitario que tanto esfuerzo nos ha costado implementar. Nadie duda de que hay aspectos que mejorar, pero lo que no debemos aceptar es una vuelta atrás.

105 es un número que nos permite celebrar contentos y orgullosos; pero es también ocasión para admitir, con sencillez y franqueza, que nos queda mucho camino por delante.

Alguna vez dijo Vallejo: “La luz es tísica; la sombra, gorda”. Creo que podemos invertir la fórmula. Engordar la luz, adelgazar la sombra. Una manera de hacerlo es acompañar a nuestros estudiantes. Devolverles la fe en el futuro. No hay hecho más doloroso para un docente que la decepción y el abatimiento de un joven cuando lo invade la oscuridad en su visión del futuro. Nuestros estudiantes deben sentirse acompañados por nosotros, deben sentirse escuchados. Seamos maestros. Si no asumimos el desafío que impone ser joven en el Perú y en el mundo de hoy, podremos avanzar en los rankings pero estaremos lejos de lo que nos debe ocupar como profesores universitarios. Vaya paradoja: avanzaremos en lo accesorio y, al mismo tiempo, retrocederemos en lo principal. Alcanzar y permanecer en una armonía inteligente es una de las tantas responsabilidades que debemos asumir diariamente todos los que estamos reunidos esta tarde.

Pues bien, 105 es un número que nos permite celebrar contentos y orgullosos, pero es también ocasión para admitir, con sencillez y franqueza, que nos queda mucho camino por delante. Admitirlo no es signo de renuncia ni de agotamiento de una manera de asumir la formación integral y la investigación; por el contrario, es una manera honesta de reconocer que dedicarse en cuerpo, alma y corazón a la educación universitaria es un hermoso y arriesgado trabajo con la vida, con la cultura, la ciencia y, sobre todo, con los jóvenes y el entorno. Apenas hay tiempo para tanto, me dirán. Tanto abruma, ¿no? En realidad, el tamaño confirma que dedicarse a la educación es trabajar con el futuro. Nosotros somos el futuro del padre Dintilhac, y, en este instante, aquí, ahora, somos ya el pasado de un porvenir que debemos esforzarnos en que sea más feliz, más justo y solidario.

¡Gracias!

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