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Ser “acompañantes” en un país desigual

  • Luis Andrade
    Docente del Departamento de Humanidades

Estas quince mujeres han logrado empoderarse y reencontrarse con sus raíces quechuas y aimaras, con su origen indígena, por medio de una larga y paciente experiencia de formación".

¿Qué significa interpretar y traducir entre las lenguas y las culturas indígenas y el castellano en un país tan desigual y fracturado como el Perú? Esta es la pregunta que hemos empezado a responder después de un intenso año de trabajo en el proyecto “Mejorando la vida de las mujeres a través del rol de las traductoras sociales en el Perú rural”, con la participación de quince destacadas lideresas del sur andino; en convenio entre la Asociación Servicios Educativos Rurales (SER), la Universidad de Newcastle (Inglaterra, Reino Unido), la Universidad de Stirling (Escocia, Reino Unido) y la Pontificia Universidad Católica del Perú; y con el financiamiento del Consejo para la Investigacion en Artes y Humanidades del Reino Unido.

Hemos llevado a cabo diversas actividades el año 2018 con el objetivo de ayudar a visibilizar públicamente el importante rol que desempeñan las lideresas sociales en la lucha por los derechos ciudadanos de sus comunidades a través de la mediación lingüística y cultural. Nos reunimos desde marzo del 2018 con estas dirigentas, primero en Huamanga, para planificar las actividades destinadas a cumplir de la mejor manera este objetivo, y luego en sus lugares de trabajo, en distintas comunidades de Ayacucho y Puno, para entrevistarlas, conocer más de su día a día, recoger sus biografías, y filmarlas y fotografiarlas en su entorno más cercano. Desde el primer taller de Huamanga, se vio que queríamos tener por lo menos dos productos: una exposición y una obra de teatro. En el camino, encontramos dos socios excelentes: Débora y Ana Correa (de Yuyachkani), para la obra de teatro, y el Lugar de la Memoria, la Tolerancia y la Inclusión Social (LUM), para la exposición. La muestra temporal, denominada “Acompañantes / Yanapaqkuna / Yanapirinaka”, permite a los visitantes escuchar y visualizar directamente, mediante videos, a las dirigentas. La exposición se puede visitar hasta fines de marzo en la emblemática Sala Mama Angélica del LUM.

Los diferentes pasos del proyecto permitieron ir construyendo, en las propias participantes, una conciencia de la importancia de la traducción y la interpretación como parte de las labores cotidianas que realizan en favor de sus comunidades. Muchas de ellas no eran conscientes de que estaban cumpliendo estos roles. A propuesta nuestra, evaluaron el rótulo de “traductoras” como una etiqueta más para sus recargadas actividades. Algunas, como Alina Morote, de Acocro, Ayacucho, se sintieron muy cómodas con la nueva categoría. Otras, como Adelma Quispe Condori, de la provincia de Melgar, Puno, la rechazaron, y nos propusieron otra: la de “acompañantes”. Lo que las dirigentas estaban haciendo era en realidad una mediación lingüística y cultural, solo que esta palabra técnica podía ser mejor reemplazada por el sencillo verbo castellano “acompañar”.

Las dirigentas median o acompañan, a la vez que traducen e interpretan, cuando se sientan con una anciana quechuahablante ante el médico y le explican a este qué es lo que le duele a la señora, por qué no quiere ya tomar el Paracetamol que le recetan rutinariamente, o por qué acude a sus chequeos sola (sin sus hijos o sus nietos), como explica Lina Mendoza en quechua ayacuchano en su testimonio. Las dirigentas también median lingüística y culturalmente cuando, como hace Alina Morote en el contexto de las entrevistas para el registro de víctimas de esterilización forzada del gobierno de Alberto Fujimori, se da cuenta de que una víctima va a ser retirada del registro porque no ha comprendido bien las preguntas cerradas que le hizo un funcionario del Ministerio de Justicia y solicita volver a hacer la diligencia para tener un resultado más justo. Ellas también median cuando, como hace la jueza de paz Nely Mejía, de La Mar, se quedan hasta altas horas de la noche conversando en quechua con las partes en un conflicto, y luego redactan un acta —en castellano, porque esa es la tradición instalada en nuestras instituciones y nuestras mentes— para plasmar los acuerdos a los que se ha arribado después de la negociación.

La definición que propone el Consejo Europeo en su Marco Común de Referencia para las Lenguas coincide bastante bien con lo que realizan estas mujeres: para dicho marco, se pueden englobar bajo el rótulo de mediación lingüística y cultural “todas aquellas actividades escritas u orales que hacen posible la comunicación entre personas que por cualquier razón no están en capacidad de comunicarse entre sí directamente. La traducción o la interpretación, la paráfrasis, el resumen y la documentación, le permiten a una persona la reformulación o formulación de un texto fuente al que esa persona no tiene acceso directo”. Sin embargo, hay que hacer una salvedad: el conjunto de actividades que realizan las dirigentas se dan en un contexto histórico de discriminación de lenguas y culturas por parte de un Estado que ha sido fundado sobre la base del racismo, el dominio exclusivo y excluyente del castellano, y la primacía de la cultura escrita.

En efecto, se puede afirmar que Nely Mejía, Alina Morote, Adelma Quispe, Lina Mendoza y las otras once mujeres cuyos testimonios se pueden escuchar y visualizar en la muestra del LUM realizan actividades de traducción e interpretación, pero acompañadas de un conjunto de saberes y fortalezas básicas para lograr que sus conciudadanos, habitualmente excluidos de los servicios del Estado que por derecho les corresponden, consigan un servicio concreto, pero también, por medio de estos logros cotidianos, la paulatina construcción de ciudadanía para peruanos y peruanas a los que esta condición les ha sido históricamente negada.

Esto no se logra de la noche a la mañana. Estas quince mujeres han logrado empoderarse y reencontrarse con sus raíces quechuas y aimaras, con su origen indígena, por medio de una larga y paciente experiencia de formación. En este sentido, es muy ilustrativa la historia de Olga Calderón, una dirigenta ayacuchana evangélica, quien nos cuenta que al principio sentía que no podía “ni hablar”, pero que, a través de una serie de capacitaciones, y de un conjunto de logros paulatinos de justicia para su propia comunidad, fue construyendo un rol dirigencial que ahora le permite moverse como pez en el agua en cualquier reunión o trámite institucional, y hablarles de tú a tú a alcaldes, regidores y congresistas.

Ser acompañante, en el sentido en que lo son estas mujeres, implica, pues, una ardua e intensa formación propia, que parte del descubrimiento y consolidación de la propia condición de ciudadana o ciudadano, y que pasa por el contacto clave con iglesias, organizaciones no gubernamentales y agrupaciones políticas y sociales. Esta trayectoria parece, pues, ser parte medular en el crecimiento de las actoras que hacen mediación lingüística y cultural en un país secularmente desigual y fracturado como el Perú.

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