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A propósito de Stephany Flores: Una reflexión sobre la criminalidad

Entender la mente criminal es, sin duda, un campo que últimamente ha tenido una indeseable actividad en la medida en que los casos de violencia delictiva y criminal vienen ocupando las primeras planas y titulares de los medios informativos. El profesor Gabriel Calderón reflexiona sobre el tema a propósito del asesinato de Stephany Flores.

  • Gabriel Calderón
    Docente del Departamento de Comunicaciones.

Pareciera que la categoría descriptiva de estas mentes peligrosas, vale decir, los rasgos antisociales de personalidad, se convierten en el etiquetado común para entender aspectos como la falta de escrúpulo moral, el deficitario control de impulsos, el cinismo y la tendencia hacia la manipulación e instrumentalización del otro. En otros casos, la inestabilidad emocional, la depresión y la pobre autoestima, aunados a comportamientos autodestructivos, parecieran ser elementos subyacentes con el poder para detonar tragedias. Entornos desfavorables, circunstancias de edad (como la difícil y conflictiva adolescencia), la pobre presencia de las figuras parentales en términos de ausencia o de una omnipresencia atosigante o tóxica, y una sociedad que no ofrece espacios para una socialización proactiva y enriquecedora en términos humanos, parecieran ser variables intervinientes en la compleja trama fenoménica de la criminalidad y la delincuencia.

Terminan estas pinceladas tenebristas con señalar el fracaso de nuestra sociedad para dar sentido a la vida de los habitantes de la urbe, consumidores y hedónicos, capturados por la inmediatez, la superficialidad, neurotizados por la competitividad y un deterioro ostensible de la interpersonalidad que se vive en las megaciudades. Este es el difícil medio que le toca vivir al hombre posmoderno del siglo XXI. Mejor dicho, el medio que ha generado y que no quiere aceptar como creación propia, adormilado por la adrenalina, el confort y el tener. De allí que se extrañe y solo asista como espectador de este nuevo género mediático de tanta efectividad como son los casos policiales. Es el precio del progreso; el precio de tener una ciudad más «desarrollada» a costa de la humanidad de sus habitantes, del deterioro de su capacidad para socializar, puesto que el humano es un primate eminentemente social e interactivo que ve cómo su civilización va vulnerando estas características tan inherentes a su biología.

Creo que los diagnósticos de los especialistas son un punto de partida para una esquiva reflexión sobre el qué hacer frente a estos síntomas del malestar de nuestros tiempos. Hay una resistencia por parte de la sociedad para asumir como parte del nosotros a estos asesinos seriales, pandilleros, asaltantes, extorsionadores, secuestradores, pedófilos, violadores, sicarios, matricidas, filicidas, uxoricidas, suicidas y demás categorías que empleamos para etiquetar al que queremos asumir como otro, como un anormal, desviado por su naturaleza, aunque en el fondo sabemos que no es así.

La reflexión esquiva debe llevarnos a pensar sobre qué hacemos con nuestras vidas en nuestros respectivos ámbitos sociales, y cómo nos involucramos en términos más humanos. Es la forma como se puede revertir la crisis de la familia, y, por ende, la crisis de nuestra sociedad. Es la forma de plantear una revolución humanista que haga de este mundo un mejor lugar para quienes lo habitamos. Esto también nos llevará de paso, a dejar el nefasto rol de asumir al mundo como un objeto al que puedo utilizar y explotar hasta destruirlo.

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