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“El Estado moderno es el fin de la ley de la selva”

El Dr. Juan Terradillos ha forjado, durante años, una intensa, productiva y afectiva relación con nuestra Universidad. En reconocimiento a sus aportes al desarrollo de la doctrina jurídica contemporánea en el campo del derecho penal, la semana pasada, el destacado catedrático español fue distinguido como doctor honoris causa por la PUCP y dio la lección inaugural en la apertura del año académico de Derecho.

  • Juan María Terradillos
    Profesor de Derecho Penal de la Universidad de Cádiz (España)

¿Cómo es el que el derecho busca formalizar los conflictos?

El Estado moderno es consecuencia de un pacto para formalizar el conflicto, es el fin de la ley de la selva. O debería serlo, tampoco hay que ser demasiados optimistas. Constituimos grandes conglomerados formalizados, que llamamos Estados, para canalizar las fuerzas y obtener también el máximo de felicidad. Ese máximo se obtiene actuando juntos, y eso implica reglas y comportamientos conjuntos. En definitiva, ese es el origen del derecho moderno y también del derecho penal. El derecho formaliza lo que estaba en la realidad, que es la desigualdad.

¿Cómo influyó el periodo del franquismo en su vida personal y profesional?

Toda mi vida en la universidad fue la del franquismo. Por lo tanto, se razona cualquier proceso democrático y eso, en muchos ámbitos, genera tensión, sobre todo en el ámbito universitario porque, como todo saber, el saber universitario siempre es muy crítico, ya que tiene la obligación de mirar con lupa aquello que nos dan. Claro que nos influyó: nos hizo más cultos, más honestos, más libres.

¿Es allí donde fue adquiriendo ese perfil comprometido con los derechos humanos?

Mi trabajo está más enfocado en el Derecho penal económico. Quizás no es exactamente ese perfil que conocemos como especialista en derechos humanos, pero no hay tanta distancia. El derecho penal económico es el que determina qué derechos fundamentales, como a la vivienda, al trabajo, a la no discriminación, a un régimen de asistencia social, viene condicionado por la gran delincuencia económica. La crisis económica de España ha significado no solo una mutación en los números, sino en la vida de la gente. El 50% de los jóvenes desempleados en Andalucía, que saben que no van a tener empleo nunca, no son solo números o víctimas ante una situación de crisis económica, están condenados a una vida sin derechos.

¿Es tanta la influencia e imposición de organismos internacionales en las economías de los Estados?

La gran política internacional económica y, por tanto, la política criminal frente al delito económico, no lo hacen los organismos internacionales, la hacen unos conglomerados de naturaleza jurídica indefinible, como el G7, G8 o G20, que no están regidos por autoridades controladas por el voto y juicio político de los ciudadanos. Son entes privados que representan a intereses privados pero que, sin embargo, imponen sus decisiones a los Estados. Sobre todo a los más débiles, que no pueden hacer frente a su deuda y tienen que salir a los mercados en las condiciones que impone el fuerte. No tenemos la capacidad de decir, en materia medioambiental o laboral, estas son nuestras leyes y estas se aplican. Y ese es el modelo de la ideología neoliberal, en cuya virtud no hay más ley que la del mercado. Los Estados no tienen que decidir nada porque no pueden.

¿Cómo se pueden mantener los ideales ante las perversiones de la sociedad?

Yo, en clase, no entraría en discusión con mis alumnos sobre ideales, pero sí sobre normas jurídicas. Todos los Estados tenemos constituciones que son perfectas desde el punto de vista de los derechos humanos, entonces, no es una cuestión de ideales, por lo menos no para los alumnos de derecho, sino de coherencia. ¿Qué es la constitución? ¿Un catálogo de buenas intenciones? No, el Estado moderno nace para optimizar la vida en colectivo y eso necesita reglas. Eso es el fundamento del derecho penal y, en ese sentido, no se trata de códigos humanistas o deontológicos, sino de decirle a nuestros poderes públicos “señores, las reglas del juego son estas”.

¿Cómo ha sido su relación con la PUCP y el cariño que ha forjado con esta institución?

Algunos nombres importantes en la vida jurídica del Perú me han dispensado siempre un profundo cariño, y las razones tienen que ser porque compartimos modelos de universidad y de trabajo. Por tanto, entre gente civilizada, surge el afecto. Aquí he encontrado un sustrato muy afectivo. Además, yo tengo un gran respeto, en general, por el estudiante de derecho latinoamericano porque sabe para qué está estudiando y para qué vale. Porque este es un continente que no funciona pero que está vivo. En sociedades conflictivas, el estudiante sabe para qué vale el derecho; no es solo para ganarse la vida, aquí el estudiante tiene que pelear.

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