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CVR 20 años: Las memorias del futuro

  • Carlos Garatea
    Rector de la PUCP

*Discurso en la inauguración del XVIII Encuentro de Derechos Humanos «Ciudadanos con memoria», dado el 28 de agosto del 2023

No es fácil abrir esta jornada veinte años después de la entrega del Informe de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. La dificultad más inmediata radica en el recuerdo del horror y de la violencia que atravesamos en el Perú entre 1980 y el 2000, cuyas magnitudes, causas y efectos siguen pendientes de ser asimilados y adecuadamente comprendidos. Aunque se ha avanzado mucho en discernir el problema de fondo y los elementos que lo agudizan en el tiempo, todavía hay que recorrer un terreno agreste y vencer obstáculos e impugnaciones que entorpecen y frenan una reconciliación que nos dé paz y justicia a todos los peruanos. Muchas heridas siguen doliendo. Pero la dificultad que mencionaré tiene otra dimensión. No sé si es menor. En todo caso, es un lado de la tragedia que mira en otra perspectiva temporal. Permítanme nombrarla de la siguiente manera: la memoria del futuro.

El informe de la CVR es un extraordinario esfuerzo conceptual, empírico y testimonial en torno a una tragedia y, al mismo tiempo, es un notable esfuerzo en formular un conjunto de conclusiones que sostienen una serie de recomendaciones para que nunca más suceda algo parecido en nuestro país".

Me explico: El informe de la CVR es un extraordinario esfuerzo conceptual, empírico y testimonial en torno a una tragedia y, al mismo tiempo, es un notable esfuerzo en formular un conjunto de conclusiones que sostienen una serie de recomendaciones para que nunca más suceda algo parecido en nuestro país. Es probable que sea el mayor esfuerzo de comprensión de un período de nuestra historia. Iba a decir “de nuestra historia reciente”, pero dudo que “reciente” sea un adjetivo adecuado veinte años después, veinte años que, a su vez, son 43 años desde que SL empezó su demencial acción terrorista en 1980; y si vamos hasta la primera captura de Guzmán y volvemos al presente contamos 54 años, es decir, más de medio siglo. Con estas proporciones el adjetivo “reciente” se desinfla como un globo.

El medievalista Jacques Le Goff decía que no hay razón para dividir la historia en rebanas; en muchos casos —anotaba— esas divisiones responden a intereses, ocultamientos o ignorancia. La advertencia busca poner sobre la mesa que cuando dividimos la historia podemos perder de vista el devenir, la sucesión de los hechos que influye en la realización de otros hechos; el camino que, en nuestro caso, nos llevó a 1980, que nos trajo luego al 2023 y que en este instante está definiendo el porvenir. Nunca mejor dicho: el “por-venir”. Aunque el encargo de los comisionados estuvo acompañado de límites temporales, de 1980 a 2000, haberlos desdibujado es —a mi juicio— uno de los principales aportes del Informe porque, sin perder el centro, los márgenes muestran una historia que los trasciende, tanto hacia el pasado como hacia el futuro, lo que hace aún más compleja y turbia la realidad social peruana. Podemos estar de acuerdo o en desacuerdo con el contenido, con algún pasaje o alguna conclusión. Hemos visto cuánto tiempo se puede perder discutiendo frases que resultan inocuas en contraste con lo medular del documento. En cambio, suele silenciarse —a pesar del consenso— que el horror es obra de peruanos; los muertos son peruanos; los terroristas y asesinos son peruanos; los desaparecidos son peruanos; los torturados son peruanos; las víctimas de violencia sexual son peruanas; los responsables son peruanos; y los que vienen (y vendrán) después también son peruanas y peruanos. Hay bastante más que una simple constatación en estas afirmaciones. Lo que hay es una profunda deuda interior. Podría decirse que se trata de peruanos contra peruanos a lo largo de la historia del Perú. En cualquier caso, debemos preguntarnos, ¿qué nos ha pasado? O, dicho con más actualidad, ¿por qué somos así? Da la impresión de que el Perú es un largo y turbulento viaje que se arma y desarma mientras avanza sin rumbo en la historia. No quiero dramatizar. Jamás olvidaré que hay muchos peruanos ejemplares. Si lo digo de esa forma es porque no podemos ignorar que corregir y reparar el camino depende de todos, sin excepción. Y todos es todos: mujeres y hombres; civiles y militares; laicos y religiosos; jóvenes y adultos; académicos y empresarios; y todas las diversidades de género, lenguas, culturas y creencias que ahora conocemos. Solo encuentro cuatro requisitos indispensables: honestidad, sencillez, desprendimiento y voluntad de dialogar.

Corregir y reparar el camino depende de todos, sin excepción. Y todos es todos: mujeres y hombres; civiles y militares; laicos y religiosos; jóvenes y adultos; académicos y empresarios; y todas las diversidades de género, lenguas, culturas y creencias que ahora conocemos. Solo encuentro cuatro requisitos indispensables: honestidad, sencillez, desprendimiento y voluntad de dialogar".

Una tarea urgente es el futuro. ¿Cómo hacemos para asegurar una memoria en el futuro si han pasado 43 años desde que empezó el terror en Chuschi y, por ejemplo, nuestros estudiantes tienen entre 16 y 22 años? Ustedes y yo nos acercamos al Informe con una biografía a cuestas en la que el miedo, la violencia y los desaparecidos eran parte de nuestro entorno. Mencionar Cayara, Uchurracay, Lucanamarca o Los Cabitos era suficiente para que se nos detenga el corazón. Aunque no lo hayamos vivido el terror de igual manera, lo vivimos, lo oímos y lo sufrimos. Los jóvenes de hoy, obviamente, no; ellos, en cambio, acaban de pasar —con nosotros que venimos de atrás— por la dura experiencia del COVID-19, su consiguiente incertidumbre y unas dolorosas experiencias de duelo, de falta de oxígeno, de abandono, que evidenciaron la fragilidad del ser humano y un Estado ausente, en una sociedad fragmentada; en simultáneo, esas muchachas y esos muchachos son testigos, no de bombas, ni de falta de agua, ni de cortes de luz, ni de una moneda que pierde valor de un día a otro, sino de una deplorable y mediocre clase política, de actos de corrupción que ocurren sin freno por todas partes, del incremento de la violencia de género y, a esta penosa lista de ejemplos funestos, desde hace una semana, se ha sumado una alucinada discusión pública acerca de la viabilidad de importar algo de Bukele.

¿Cómo hacemos para asegurar una memoria en el futuro si han pasado 43 años desde que empezó el terror en Chuschi y, por ejemplo, nuestros estudiantes tienen entre 16 y 22 años?".

¿Cómo hacemos para explicar la tragedia que padecimos a quienes no la vivieron, a quienes tienen otras referencias, otro contexto, a jóvenes que tienen una vida afincada en redes digitales, en la prisa, la soledad y el pesimismo; cómo hacemos para que no rechacen el terror y la barbarie como sucede con un grupo de peruanos desde que se dio a conocer la tragedia, sino que más bien la integren en la construcción de su identidad, en su vida social, en la definición de sus ideales y en una mirada optimista del Perú? ¿Cómo hacemos para que la memoria no se divida en rebanadas?

Me queda claro que el futuro del Perú necesita de memoria. Tal vez sea mejor usar el plural: memorias; y así, con ellas, debemos pensar el futuro. Las memorias del futuro. Pero insisto: el desafío es incluir a la juventud. No basta con la empatía. Debemos ayudarlos a descubrir el valor de la memoria para la democracia y debemos enseñar cuánto ayudan en ello el arte, la lectura y el diálogo, pero también la autocrítica, la corrección de los errores y la necesidad de vacunarse contra quienes frivolizan las desgracias ajenas o pretenden lucrar con ellas. Quiero decir: Si solo nos encontramos los de siempre, si solo predicamos entre convencidos, si —perdonen— el promedio etáreo de los auditorios se llena de canas, si estos encuentros no adquieren savia nueva, si se olvida que el destinatario de hoy es distinto al de hace veinte o cuarenta tres años, entonces la memoria corre el peligro de irse ahogando en un discurso atomizado, sectario, débil, hasta que finalmente lo desteja y deforme el olvido.

Me queda claro que el futuro del Perú necesita de memoria. Tal vez sea mejor usar el plural: memorias; y así, con ellas, debemos pensar el futuro. Las memorias del futuro. Pero insisto: el desafío es incluir a la juventud".

Concédanme un minuto antes de terminar para compartir una noticia enmarcada en lo que acabo de señalar: A todas la actividades regulares que suceden en nuestro campus en el ámbito de la memoria y los derechos humanos, hemos añadido un simposio permanente llamado “Educar para la democracia”. Este seminario es una iniciativa de tres universidades, la PUC de Chile, la Pontificia Universidad Javeriana de Colombia y, nosotros, la PUCP. Hace un mes nos reunimos aquí los tres rectores y un grupo de colegas de las tres universidades a dar forma al seminario; fueron dos días de diálogo y reflexión en torno al tema y sus alcances. A fines de noviembre tendremos una primera actividad, también en la PUCP, con el título “Memorias para educar en democracia”. Hasta donde sé, es la primera vez que tres universidades pontificias, las tres latinoamericanas y vecinas, se unen para reflexionar y generar un espacio de diálogo abierto, serio y plural sobre un aspecto central en la construcción de mejores lugares de convivencia para nuestros jóvenes.

Si hace veinte años el Informe nos mostró una realidad espantosa, ahora debemos saber hacer de las memorias los cimientos del futuro".

Pues bien, si hace veinte años el Informe nos mostró una realidad espantosa, ahora debemos saber hacer de las memorias los cimientos del futuro, unos cimientos que nos den las bases de un país mejor, inclusivo, diverso y justo.

Saludo por ello esta incitativa y les agradezco la invitación.

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Silvia Arias

Un gran paso memorias para educar en democracia, termino que ya nuestros jóvenes no saben lo que significa, educar para avanzar.