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Santa Rosa de Lima, una mística de la acción

  • P. Edmundo Alarcón
    Director del Centro de Asesoría Pastoral Universitaria (CAPU)

Mes de agosto, mes de Santa Rosa de Lima, se aprecia ya el fervor y religiosidad de los fieles in crescendo. Las celebraciones se verán por doquier, muchos visitan su santuario y acuden a la santa por su mediación, pidiendo un milagro, una intercesión, quizá un perdón. Paso obligado es el pozo de los deseos que acoge y aglutina pedidos posibles e imposibles; por un enfermo, por un trabajo, por la familia, por una urgencia, en fin, por quien lo necesite, siempre por intercesión de la santa. Hay que decirlo, ese pozo representa el ritmo de un pueblo que nunca pierde la esperanza.

La devoción por Santa Rosa de Lima es grande en el Perú, es ineludible recordar que la ‘Ciudad de los Reyes’ albergó a la primera santa del nuevo mundo. La santidad en estas tierras se convierte en el primer gran signo de que la fe tuvo su eficacia: Rosa fue el primer gran fruto de la evangelización. Hay que subrayar que Rosa no fue religiosa, en el sentido clásico o conventual, sino que fue una mujer seglar, laica, terciaria dominica, que desde la cotidianeidad de su vida se atrevió a sentir a Dios de otro modo, en el sufrimiento humano (personas indias y negras), y en el silencio de la oración y penitencia.

Hay que subrayar que Rosa no fue religiosa, sino que fue una mujer laica, terciaria dominica, que desde la cotidianeidad de su vida se atrevió a sentir a Dios de otro modo, en el sufrimiento humano (personas indias y negras), y en el silencio de la oración y penitencia".

La tradicional imagen que se tiene sobre Santa Rosa refleja su experiencia religiosa, pero solo aquella mística e intimista -ya J. C. Mariátegui la llamó “flor de penitencia”-. Sin embargo, es importante rescatar que Rosa tuvo una esencial preocupación por los pobres, especialmente los indios y negros, a quienes atendía con gran solicitud en su habitación que había convertido en enfermería. De ello da testimonio la indígena Mariana Oliva, su confidente y amiga que creció con ella. “Era la bendita virgen de grande caridad y amor al prójimo, curaba a todos los que podía y, para este efecto, los traía a su casa doliéndose de sus enfermedades, sin reparar que fuesen negros o indios, ni de enfermedades asquerosas. Cuando sabía que alguno estaba en pecado, hacia diligencia para sacarlo de él”, resaltó.

Santa Rosa es también patrona de la PUCP, por ello, esperamos que su vida sea inspiración y modelo para toda nuestra comunidad universitaria".

Se destaca en ella su nítida intuición para descubrir en los indios y negros de su tiempo a los “Cristos azotados” de las Indias. Desde su compromiso con Cristo supo tomar distancia de los “bienes mentirosos… [porque] es la moneda que el mundo ofrece para perdernos”. Además esos bienes mentirosos se alcanzaban a costa de los “achaques de los indios”, de su sufrimiento y explotación. Por eso, decía: «Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús. No debemos cansarnos de ayudar a nuestro prójimo, porque en ellos servimos a Jesús».

Santa Rosa, patrona del Perú, América y Filipinas, y de tantas instituciones, es también patrona de la PUCP, por ello, esperamos que su vida sea inspiración y modelo para toda la comunidad universitaria, de modo que nos mantengamos firmes en el compromiso de trabajar de manera lúcida, creativa y generosa por los «Cristos azotados» de nuestro tiempo.

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