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"La crónica será un material de consulta en el futuro"

La periodista argentina Josefina Licitra, editora de la revista de culto Orsai, fue una de las invitadas internacionales de la quinta edición del Festival de la palabra PUCP. Conversamos con ella tras su paso por Lima.

  • Josefina Licitra
    Periodista y escritora argentina
  • Texto:
    Suny Sime
  • Fotografía:
    Víctor Idrogo

¿Cómo fue tu llegada a la crónica?

Llegué de manera muy intuitiva cuando escribí “Pollita en fuga”, texto con el que gané el premio de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI). Lo escribí sin saber que estaba haciendo una crónica. Lo escribí pensando en cómo me interesaba a mí leer una historia así. Esto respondía a las lecturas que yo tenía, las cosas que me gustaba leer. Además, era un texto que salió con una primicia: era el caso de una chica muy buscada que no había hablado con ningún medio hasta el momento. Entonces, tuvo mucha repercusión en Argentina, y ahí el fotógrafo me dijo «mirá, ¿por qué no lo mandás al concurso de la FNPI?». Lo mandé, me fue bien, gané. Y recién ahí, de cara a la premiación, empecé a tener lecturas más sostenidas sobre la crónica periodística y sus figuras más importantes en inglés y en español. Yo había leído intuitivamente autores como (Martín) Caparrós, (Jorge) Lanata, Tomás Eloy Martínez, Rodolfo Walsh, Truman Capote, pero no sabía que eso era crónica. A partir de este premio, empecé a revisar cuestiones más teóricas de la crónica.

A inicios de este siglo, los periodistas narrativos de la región empiezan a reflexionar sobre su quehacer, a teorizar. Y se empieza a hablar del «boom de la crónica latinoamericana», pero tú no eres muy partidaria de la etiqueta. ¿Por qué?

Tampoco es una posición que asuma yo sola. Cada vez que le preguntan a un escritor o un periodista por este boom, la respuesta suele ser un poco un lugar común: no estar de acuerdo. O sea que no soy muy original con esa respuesta. Pero realmente no sé si haya un boom. Respecto a lo que había antes, es verdad: hay mayor circulación de la crónica y esta se transformó en una especie de aspiración de un montón de periodistas impresos. Lo cierto es que no hay tantos lugares para publicar crónicas. Si fuera un boom, habría una posibilidad de poner textos en medios mucho más abundante de la que realmente hay. No hay ni tantos medios ni pagan tan bien. En todas las universidades, cuando se enseña periodismo impreso, hay algún docente que pone en conocimiento de los alumnos la existencia de la crónica y alimenta esa búsqueda de autores y producción de textos. Y creo eso que antes no pasaba. En ese sentido, hay una mayor popularidad del género, pero de ahí a hablar de boom, creo que no. La palabra boom tiene que venir acompañada de un tipo de respuesta del mercado. Y no hay una respuesta acorde a ese término tan exagerado.

En el seminario que dictaste, dijiste que a través del periodismo narrativo se promovía la «historiografía popular», que viene a contramano de la gran historia, la que escriben los académicos. Pero si no hay una respuesta del mercado, si la crónica sigue estando a destinada a cierta élite intelectual, ¿se puede hablar de historiografía popular?

Yo creo que gente lee crónica sin saber que está leyendo crónica. Por ejemplo, Caparrós es un autor muy leído, en español por lo menos. Y no sé si todos los que compran un libro suyo saben que están leyendo crónica periodística, pero lo compran. Y cuando una persona abre una revista y lee una crónica que cuenta un problema social determinado, un viaje o lo que fuere, quizá no sabe que está leyendo crónica, pero lo está haciendo. Son narrativas populares, porque hay un montón de gente que las lee, sin ninguna herramienta teórica de por medio, simplemente las lee. Pienso en términos de popular en relación a lo que son los consumos de material académico. Creo que en el futuro cuando alguien mire hacia atrás y quiera buscar información sobre cómo se vivía en una época determinada, quizá no van a mirar libros académicos. Van a buscar información disponible en Internet —o no sé qué soporte haya en 100, 200, 300 años— y van a acceder posiblemente a relatos mucho más digeribles, que son los que producimos colectivamente los que escribimos o intentamos escribir sobre esta época. A eso me refiero con popular. Va a ser un material de consulta en el futuro.

Mencionas que el papel del editor está camino a la extinción. ¿Cómo fue la relación con tus editores? ¿Y cómo devienes editora?

Yo aprendí de editores muy puntuales que me hicieron marcas que todavía recuerdo, marcas muy precisas, que las fui guardando, las atesoré. Esos editores quizá hoy no abundan, pienso que por flexibilización laboral, porque tienen que hacer un montón de cosas a la vez y no pueden estar detenidos pedagógicamente en un texto para marcarle al autor sus errores y argumentar por qué lo son. Yo empecé, hace como diez años, en los talleres de periodismo. Cuando corregía los textos de mis alumnos, inevitablemente hacía un trabajo de edición de textos. Después, hace más o menos cuatro años, me llamaron para escribir en Orsai y me entendí muy bien con el equipo de trabajo, que pasa pocas veces esto de estar en la misma sintonía en un espacio laboral o llegar a un consenso sobre cómo debe ser un texto. En un momento, estaban necesitando editor, le escribí a Casciari, en el acto me dijo «sí, ya, empezá a trabajar con nosotros». Y ahí empecé a editar en Orsai y en paralelo unos libros para Planeta. Me gusta mucho editar. Me parece algo sumamente entretenido. Es un trabajo muy a la sombra y creo que está muy bien que sea así, porque vos lo que querés es que el texto saque su mejor potencial. Nadie va a saber que estuviste detrás. Es un trabajo que implica cierta generosidad de dejar todo para que el texto se luzca sabiendo que los créditos nunca van a ser tuyos. Quizá si no tuviera una producción propia, me costaría más editar.

La batalla de la velocidad ya la perdimos, decías. En estos tiempos de tuits y la llamada «muerte del papel», ¿qué futuro le espera al periodismo narrativo?

Son cambios de soporte. Es cierto, se va a virar lentamente más hacia la producción digital. Probablemente no se podrá seguir escribiendo textos de gran extensión. Creo que algo hay que negociar con la época en la que vivimos. Si queremos que la crónica siga existiendo, no podemos mantenernos caprichosamente en los modos de escribir que se utilizaban cuando la gente tenía otro tipo de vida. Los consumos hoy son altísimamente digitales. Se lee desde el teléfono. No sé si yo estoy preparada para escribir para un lector de teléfono, pero lo veo como una limitación mía, no es algo de lo que me ufane. Creo que si hay nuevas generaciones capaces de adaptar las formas de la crónica a una producción más contemporánea, que esté intervenida por hipertextos o algún video. Tiene que haber otras maneras de dinamizar el relato. Me parece bien que se exploren. En tanto sepamos adaptarnos a nuestra época, creo que siempre va a haber una demanda y una posibilidad de trabajar sobre historias que nos interesan. No tengo una mirada apocalíptica. Creo que el papel siempre va a existir. Me acuerdo que cuando apareció el Kindle, lo compré y empecé a leer un montón de libros ahí. Luego, se me pasó el furor y me di cuenta de que quería volver a los libros en papel. Debe haber algo de lo tangible que tiene que ver con darle a las cosas una dimensión más cálida, más humana. De hecho, recién ahora aparecen gurúes que dicen que el papel no va a desaparecer, que no se va a encontrar una rentabilidad a Internet. No es algo que analice demasiado ni que me preocupe. Creo que siempre la gente va a necesitar leer historias y siempre va a haber quienes necesiten escribirlas.

Otro desafío son las fake news. Cada vez más medios están contratando verificadores de datos. ¿Piensas la figura del fact checker como indispensable de cara a los nuevos tiempos?

Yo creo que si hay algo que vuelve a legitimar a los medios impresos, es la serie de procesos que se mantiene en el trabajo analógico. Y no es por el papel que se chequeen más los datos. Se publican errores todo el tiempo en medios impresos, pero el límite del espacio físico, sumado a esta serie de pasos que se siguen dando durante la producción de información, hace que se controle un poco más lo que se publica. En cambio, en Internet hay un fluir permanente de noticias con una posibilidad de error y de filtración de información falsa muchísimo más alta. Un medio, cada vez que publica algo que no es veraz, pone en riesgo su marca. Tenés que chequear mínimamente lo que sale; y si sale algo que está equivocado, tiene que haber una rectificación o fe de erratas al día siguiente. Cuando pasa esto de las fake news, hay algo del modelo tradicional de producción de noticias que se revalida.

Tu último libro, 38 estrellas, nace a partir de un perfil que hiciste sobre Pepe Mujica. ¿Cómo fue el origen de esta publicación?

Fue en 2011, durante una entrevista que le hice a Lucía Topolansky, que es la pareja de Pepe Mujica y hoy es vicepresidenta de Uruguay. En ese momento, era la primera legisladora en la línea de mando en el Senado. La entrevisté para un perfil que estaba haciendo sobre Mujica. Y durante esa entrevista, mencionó muy al pasar una fuga en la que ella había participado. Y no se detuvo en eso. Me llamó la atención porque era una fuga de una cárcel de mujeres, que no era algo tan usual; una fuga de presas políticas, que tampoco era usual; y una fuga que tenía entre sus presas a una figura de un cargo ejecutivo muy alto, como Lucía Topolansky. Entonces, terminó la entrevista y busqué información, qué era lo que se había publicado sobre el tema. Quería saber más y me di cuenta de que no había mucho, casi nada. Y ahí me llamó la atención muchísimo más. ¿Que fuera un evento tan llamativo y no se hubiera escrito nada? Ese silencio para mí significaba algo. Y de hecho, el libro tiene la intención de traer al relato oficial una historia que había sido silenciada, porque estuvo protagonizada por un colectivo femenino en una época en que las mujeres no tenían demasiado espacio. Así surgió el libro.

¿Qué lee Josefina Licitra de manera paralela al proceso de escritura o edición? ¿Prefieres la ficción o la no ficción?

Leo ficción. Leo no ficción si es un autor que sigo. En Radio Nacional, hablo de libros dos veces por semana. Y ahí sí, si viene algún invitado. Si no me interesa el tema, no leo tanta no ficción. Leo toda la que puedo. Ahora estoy leyendo Mi papá alemán, de Mónica Müller, una escritora argentina. Leo novelas, poesía —me ayuda bastante al momento de escribir— y cuentos. No leo mucho ensayo.

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